Revista Cine
En su debut como cineasta de ficción, el artista plástico y videoasta Steve McQueen -qué maravilla llevar ese nombre- no niega la cruz de su parroquia. Hambre (Hunger, GB-Irlanda, 2008), su multipremiada opera prima -ganadora de la Cámara de Oro en Cannes 2008 entre muchos otros premios- es, antes que nada, un fascinante ensayo estructural.
Me explico. Aunque la película tiene una estructura clásica aristotélica -está dividida en tres partes que bien podrían encajar en los canónicos segmentos de "introducción", "desarrollo" y "conclusión"-, la realidad es que dentro de cada una de estas secciones, de más o menos media hora cada una, McQueen y su guionista Enda Walsh dinamitan cualquier zona de comfort en la que quiera instalarse uno como espectador. El radicalismo narrativo/visual de McQueen es más eficaz en la medida que está enmascarado en un problemático discurso histórico/político nunca directo.
Estamos en la prisión Maze, en Belfast, Irlanda del Norte, a inicios de los 80. Acompañado por la voz de la señora Tatcher, el delgado Davey Gillen (Brian Milligan) llega a cumplir su condena de 6 años de prisión. Como otros miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA por sus siglas en inglés), se niega a llevar la vestimenta oficial de la cárcel: él no es un criminal, sino un preso político. Desnudo, cubriéndose apenas con una pequeña cobija, llega a su celda, compartida con el hirsuto Gerry Cambell (Liam McMahon), otro miembro del IRA sentenciado a 12 años.
Ante la negativa de Tatcher de darles el estatus de presos políticos, los prisioneros del IRA en Maze han organizado una serie de "protestas sucias": decoran de mierda sus celdas, tiran sus orines en el pasillo, se niegan a bañarse y a cortarse el cabello.
Con muy pocos diálogos, esta primera parte nos muestra tanto las rutinas de los prisioneros como de los guardias de la prisión. De hecho, la película inicia siguiendo a un hombre, Raymond Lohan (Stuart Graham), que luego sabremos que trabaja en Maze: el tipo se levanta, se lava, desayuna, se despide de su mujer... Sin embargo, también mete sus manos matratadas en agua caliente. Y antes de salir de su casa revisa con cuidado los alrededores. Y, por supuesto, revisa el auto por abajo: no vaya a ser que alguien le haya dejado un regalito.
Más tarde sabremos la razón de sus manos adoloridas y veremos qué hace Lohan en prisión hy qué relación tienen -o, mejor dicho, no tiene- no sólo con los prisioneros sino con sus mismos compañeros de trabajo y hasta con madre semi-catatónica, internada en un asilo. El poder de observación de McQueen con los prisioneros del IRA es tan riguroso como lo es con Lohan, a quien atisbamos cuando almuerza solitario en el comedor o se fuma, nervioso, un cigarrillo, en una pausa de su trabajo.
La segunda parte parece un merecido descanso de la violencia y la escatología de la primera media hora. Sin embargo, lo que veremos es tan emocionalmente demandante como el inicio. El protagonista de la cinta aparece: se trata del líder del IRA Bobby Sands (hipnótico Michael Fassbender) quien ha decidido, como forma de presión ante la tozudez legendaria de la señora Tatcher, iniciar una huelga de hambre que lo llevará, previsiblemente, a la muerte.
El centro de esta secuencia está realizada prácticamente en un par de tomas y si durante los primeros 30 minutos de Hambre hemos escuchado pocos diálogos, lo que veremos en la siguiente media hora es una de las más dramáticas conversaciones que he escuchado en mucho tiempo, seguido por un fascinante monólogo. La cámara de Sean Bobbit permanece fija, quieta, mientras Bobby platica con el Padre Moran (Liam Cunningham). En la toma general, vemos y escuchamos el ping-pong amistoso, incluso banal, de Moran y Bobby: chismes, bromas, reflexiones, bocanadas de humo que se cruzan... El tiempo avanza y los dos empiezan a entrar en materia: Moran no ha ido ahí a platicar de un sacerdote arribista que le ganó una jugosa parroquia, sino a escuchar la voluntad martirológica de Bobby para que el cura la dé a conocer al exterior. En esa simple escena, de más de 16 minutos, sin corte alguno, con la cámara fija, McQueen ha cambiado de nuevo el envoltorio de su filme: de un funcional docudrama frío y hasta distante (con todo y los momentos de violencia y el malsano escenario escatológico), pasamos a un minimalismo radical que no suda ni se acongoja al dejar la cámara fija y exigirle todo a sus dos actores.
Más aún: después de estos 16 minutos, ocurre por fin el primer corte y ahora vemos, en primer plano, a Bobby Sands justificar su huelga de hambre frente a un Padre Moran fuera de cámara. Se trata de cinco minutos -nuevamente sin corte y sin movimiento- fascinantes: más allá de lo discutible que puede parecer su explicación del suicidio que está a punto de iniciar, estamos ante una puesta en imágenes engañosamente austera. El cine, nos dice McQueen, no es sólo el experto manejo de la cámara -como en la primera parte- sino, también, de los actores y sus diálogos, de los personajes y sus motivaciones. En esta segunda parte, estamos inevitablemente conectados con Bobby Sands y su martirio.
La tercera sección -la última media hora- es la más convencional del filme. Se trata de la crónica visual -y otra vez con muy pocos diálogos- de los 66 días en huelga de hambre que resistió Sands. También es la parte más problemática: como nunca se nos dice qué hizo Sands para merecer la prisión -¿puso una bomba?, ¿mató civiles inocentes?, ¿asesinó policías?, ¿murieron niños en sus actos terroristas?, ¿robó un banco?-, su lenta muerte aparece como un ejercicio crístico, sacrifical. La violencia y la represión del Estado británico en Maze son mostrados en todo su esplendor, así como los actos de resistencia de los presos del IRA, pero no tenemos acceso a otro tipo de información. Por supuesto, esto es más una característica que un defecto del filme de McQueen: el cineasta debutante no ha hecho un filme político, sino un experimento estructural y dramático. El contexto lo coloca el espectador y la información que él tenga al ver el filme.
En el desenlace McQueen no baja la guardia: el climax esperado nunca llega. La información que se nos brinda al final -tantos murieron en Maze, siguiendo la huelga de hambre de Sands; tantos policías fueron asesinados por el IRA más o menos al mismo tiempo- aparece como mera estadística. ¿A quién le interesan los números después de haber presenciado esta odisea visual, narrativa, emocional?
Hambre se exhibe hoy en la Cineteca Nacional.