30 Maneras de quitarse el sombrero son historias de diferentes mujeres en las que aparece el amor y la admiración que Elvira Lindo siente por ellas. No falta el humor, ni por supuesto la ternura, aunque la voz firme sobresale para incitar al lector a que se dé cuenta de la valía de la mujer en general y de algunas en particular, que incluso sólo son famosas porque conocemos sus nombres aunque los libros no lleguen a contar del todo el porqué de su renombre.
Elvira Lindo atrapa al lector desde el primer momento puesto que empieza narrando, de todas ellas, una determinada (o varias) hazaña de su vida. No son pues biografías, pero es tan sólido lo que relata que el receptor se siente próximo tanto a la narradora como al personaje del que nos cuenta algo. Entendemos a estas treinta mujeres (incluida ella), su sufrimiento, más o menos escondido, para conseguir ser reconocidas; entendemos sus debilidades, sus traumas, fruto de una sociedad injusta cuya forma de evaluar es diferente para el hombre o para la mujer; y entendemos su capacidad para poder romper con todo y mostrarse como son porque la autora las presenta de una manera totalmente cercana. La función fática es importante, por eso no duda en comenzar los relatos
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Hay algo que los treinta relatos tienen en común, es que todos, incluso o especialmente el dedicado a la autora, parten de la niñez de las protagonistas porque, efectivamente, la niñez es una etapa en la que, a veces sin darnos cuenta, sin ser conscientes siquiera al llegar a la madurez, se fragua el carácter de las personas y ya se sabe, las mujeres lo hemos tenido normalmente más difícil. Sobre todo éstas, nacidas la mayoría en el siglo XX, época en la que a las niñas se les enseñaba labores del hogar y se las preparaba sobre todo para ser sumisas, agradables, educadas, es decir para ajustarse fielmente a las normas impuestas por los hombres que regían el mundo. "Que la homosexualidad se cura es algo que hoy sólo creen algunos fanáticos religiosos que mandan a sus hijos a terapia. Pero en los años cuarenta, aquellos tratamientos psiquiátricos gozaban de cierto prestigio...". Por eso se eleva la voz de Carson McCullers quien intuyó que, no sólo los hombres, todos tenemos necesidad de ser oídos y entendidos, desde el homosexual hasta el negro o la mujer, de ahí "los discursos enardecidos de sus personajes, discursos porque en ocasiones hablan como si estuvieran ante un público que no ven".
Entre las mujeres homenajeadas está Alice Munro quien, en los años 60, obtuvo un lugar destacado entre los escritores canadienses; curiosamente, mientras otros titulares anunciaban a sus compatriotas, el que encabezaba un reportaje sobre ella "delataba una clara condescendencia: "Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos"". Pero no había problema, de niña había sido educada en un ambiente fanático religioso en el que se la preparó convenientemente para la invisibilidad. Por fortuna, mujeres como ella reaccionaron y se obligaron a escribir una realidad dura, la de la vida que les tocó en suerte. Una vida que las juzgó (¿nos juzga?) por su aspecto físico antes que por su mente, hasta el punto de insultar, ofender, denigrar a todas aquellas que como Mary Beard, a pesar de ser una prestigiosa investigadora del mundo clásico, a pesar de que "A ella le importa un pimiento no ser bella" los críticos televisivos se dedicaron a "describir la vestimenta poco cool de la sabia dama" y tuvo que soportar comentarios en twitter tipo "Puta apestosa. Seguro que tu vagina da asco". Pues gracias a esta poco "agraciada" señora conocemos todo lo relativo a la Antigua Roma aunque "eso" en esta sociedad hipócrita, superficial y machista no sea primordial.
Sally Mann tampoco fue una madre al uso pues se enfrentó, desde Virginia, a todos los EE.UU. al fotografiar desnudos a sus propios hijos. "La tacharon de mala madre" aunque sus fotos, "Sus imágenes captan lo local, lo doméstico, y lo elevan a la obra de arte".
Son diferentes formas de no hundirnos en el dolor; todas pasan por sacarlo a la luz, por hacerlo partícipe a los demás para que puedan sentirse identificados, para, de manera catártica, sentirse arropados, unidos a los otros. Es lo que puso en marcha Olivia Laing al escribir
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Otro mito de la literatura es Tristana, qué duda cabe. Un afamado crítico cinematográfico (Alberto Sáez) ya vio en la Tristana de Buñuel al personaje feminista, Elvira Lindo también encuentra en la de Galdós a una mujer "inquieta que no hallando satisfacción en la relación amorosa busca refugio en una parte recóndita de su corazón [...] No hay hombre a la altura de Tristana, y tampoco hay cárcel que la encierre".
El otro caso que me ha impactado es el de María Guerrero, mujer luchadora, dedicada toda su vida al teatro, en la escena o como empresaria, que triunfó en España e Hispanoamérica aun a costa de hacer renunciar a su hijo a un matrimonio que no estaría del todo a la altura de la nobleza con quien ella trataba. De esta forma, Fernando Fernán-Gómez, otro de los grandes de España de todos los tiempos, creció ignorado por su padre y su abuela paterna. Es una pena que María Guerrero no llegara a ver hasta dónde llegó ese nieto que no quiso.
Por último, la propia recopiladora de estas historias y escritora del libro, Elvira Lindo, lamenta la falta de sentido del humor de un país, el nuestro, que la tachó de frívola por sus escritos de Tinto de verano, en donde ella aparece como irreflexiva y su marido como inocentón; y sin embargo es gracias a personas con humor que la vida se hace más llevadera, así que aunque Elvira Lindo opine que "soy una mujer inconveniente, incorrecta, insumisa", sabe a ciencia cierta que "los que me quieren me quieren precisamente por eso".
Sigamos el ejemplo de estas treinta mujeres, y tantas otras y, aunque duela, ejerzamos por el bien de todos nuestro derecho a la libertad.