Revista Cine

33 Foro de la Cineteca/III

Publicado el 17 abril 2013 por Diezmartinez
33 Foro de la Cineteca/III
Al inicio de La Esposa Prometida (Lemale et ha'halal, Israel, 2012), opera prima de la cineasta israelí Rama Burshtein, se nos presenta la ceremonia de celebración de la festividad judía del Purim que, por lo que pude averiguar -ah, Wikipedia nunca se raja-, consiste en conmemorar cierto milagro por el cual los judíos se salvaron de ser exterminados en épocas del Rey Jerjes I. Más allá de los orígenes míticos/históricos de tal festividad, lo que me llamó la atención es la pachanga misma: un grupo de hombres y mujeres se reúnen en la casa de un rabino, quien está obligado a darles de comer, beber e, incluso, soltares algo de marmaja que necesiten para algo importante, que si una boda, que si para completar el gasto de algo, que si para pagar la escuela, etcétera.  La directora Burshtein nos muestra la fiesta del Purim sin darnos más información de la que vemos. Es la mirada no de una extranjera, sino de una participante directa en esa estricta comunidad judía jasídica. Uno, como espectador, es el extraño: Burshtein, la cineasta/guionista judía ortodoxa, es la que nos abre la puerta para conocer a su comunidad, sin ánimo de confrontación pero tampoco sin complacencia. No hay crítica frontal, no hay sátira directa, pero tampoco una mirada cómplice ante lo vemos en pantalla. Lo que vemos es lo que es y el espectador es el que tiene que sacar sus conclusiones. Estamos en Tel Aviv, en la casa del viejo rabino Aharon Mendelman (Chayim Shariri) que, luego de repartir lana, comida y consejos en el citado Purim, tiene que sufrir la tragedia de que su hija mayor Esther (Renana Raz) muere al dar a luz. El marido Yohai (Yiftach Klien, protagonista del acezante policial inédito en México Ha-Shoter/Lapid/2011) se ve de improviso solo, viudo y con un bebé qué educar. Por supuesto, el hombre tiene que volverse a casar y la madre de Esther, Rivka (Irit Sheleg), ve como natural que Yohai despose a la hermana menor de Esther, Shira (Hadas Yaron), que apenas tiene 18 años y que, hasta el momento, deseaba casarse con algún muchacho de su edad. Para Rivka, para su marido el rabino Mendelman, para el propio Yohai y hasta para cierto anciano rabino -y vendedor de estufas de pasada- al que van a consultar todos (Melech Thal), el hecho de que el aún joven viudo despose a la cuñada adolescente no sólo es natural sino correcto. Rivka tiene, además, otras razones: si Yohai no se casa con Shira, el hombre podría matrimoniarse con otra mujer que se llevaría al yerno y al nieto a Bélgica y ella no puede permitir eso. Curiosamente -o acaso no: las mujeres se ven aquí como las protectoras de la tradición-, el papá rabino Aharon está más dispuesto a dejar a que Shira decida por ella misma, mientras que Rivka presiona a su hija y apela a su conciencia, a su responsabilidad, a su deber.  La puesta en imágenes de Burhstein y su cinefotógrafo Asaf Sudri se concentra en interiores, con planos cercanos solitarios y/o de conjunto, en el que continuamente se pierde y se recupera el foco en foreground/background, en la medida que los personajes hablan, reaccionan, miran o rehuyen la mirada de los demás. Es un escenario fílmico y existencial reducido pero no sé si puedo calificarlo de asfixiante: las mujeres que viven en esta comunidad jasídica pueden tomar decisiones y, de hecho, las toman, aunque, claro, el espacio en el que se mueven está severamente constreñido. La toma final del filme -y la dedicatoria de la cineasta: "A mi esposo"- transmite sentimientos encontrados, entre la felicidad, la tristeza, el triunfo y la resignación. La vida de una mujer en esta comunidad no es imposible pero sí muy complicada. Pero, ¿hay algún sitio en el que no sea así? 

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