Revista Cine
Empecé a ver La Bicicleta Verde (Wadjda, Arabia Saudita-Alemania, 2012), con una buena dosis de escepticismo. Como se trata del primer largometraje de ficción filmado enteramente en Arabia Saudita -un país en donde, de hecho, no existen las salas de cine- y, además, ¡escándalo!, el filme de marras es dirigido por una mujer saudí, honestamente creí que la película solo valdría la pena verse por su importancia histórica y, acaso, como una mera curiosidad. La sorpresa, sin embargo, fue mayúscula. En efecto, la opera prima de Haifaa Al-Mansour -y, de hecho, opera prima de todo un país- se puede ver por su innegable importancia histórica pero, también, sin condescendencia de ninguna especie, porque se trata de un espléndido melodrama infantil/femenino que describe con sagacidad dramática y limpieza estilística el estado de cosas en una sociedad en donde una mujer no puede manejar un automóvil aunque sea suyo, no debe salir sola a la calle, no debe aceptar un trabajo sin la venia del marido y hasta puede ser echada a un lado si no es capaz de parir un hijo varón. Una sociedad en donde las niñas pueden recibir fuertes reprimendas por pecados tan graves como calzar tenis Converse, dejarse suelto el cabello, hablar en voz alta, reír demasiado, escuchar música pop o jugar en la calle sin importar que a lo lejos se vean unos hombres trabajando. Este comportamiento escandaloso es el de la Wadjda del título (Waad Mohammed, todo un descubrimiento), una ingobernable pre-adolescente cuyo único sueño es poseer la bicicleta verde del título en español con la que quiere ganarle unas carreritas al amiguito del barrio -¿y futuro novio?- Abdullah (Abdullahram Al Gohani). El problema es que no sólo no tiene los 800 riyals que cuesta la susodicha bici sino que, ¿para qué quiere comprar tal cosa si en el país no se permite que una mujer maneje un automóvil? ¿Qué tiene en la cabeza esa niña' La cineasta debutante Al-Mansour -autora ella misma del guión- describe con sutileza no desprovista de humor la opresión a las que son sujetas las mujeres en Arabia Saudita, una situación aceptada por todo mundo -incluyendo las mujeres- como parte de una forma de vida contra la cual es muy difícil rebelarse. La mamá de Wadjda (guapa Rem Abdullah) es una mujer sofisticada, de educación, con medios económicos y una cabeza sobre sus hombros, pero eso no es suficiente. Por más que el marido (Sultan Al Assaf) dista de ser un monstruo, tampoco él es ajeno a las demandas sociales y culturales de un entorno que puede dar algún espacio para la libertad -la amiga gordita de la mamá, Laila (Sara Aljaber), que trabaja en un hospital cercano ¡y con la cabeza descubierta!- pero que también exige un precio que tiene que pagar la que ose rebelarse -la muchacha que se encuentra con su pretendiente fuera de la escuela y que, seguramente, no encontrará un buen partido para casarse. Evidentemente, la directora Al-Mansour ha recibido influencia del cine neo-neorrealista infantil iraní (Kiarostami, Makhmalbaf, et al), pero lo suyo está muy lejos de ser mera copia: la apropiación de esa solidaridad ante las tribulaciones de la niña, esa crítica (más o menos) velada del comprometido mundo adulto, esa forma de usar el humor para mostrar lo mejor y lo peor de los personajes, ese ritmo funcional que nunca decae, muestran a una cineasta que sabe lo que está mirando y sabe cómo hacerlo. Una cineasta hecha y derecha en un país en donde no se hace cine. O donde no se hacía, en todo caso.