Revista Cine
Realizado en un par de semanas, con un presupuesto de 60 mil euros obtenido a partir del cada vez más popular esquema de financiamiento del crowdfunding, Estocolmo (Stockholm, España, 2013) es el multipremiado segundo largometraje del realizador televisivo Rodrigo Saragoyen, nominado al Goya 2014 a Mejor Director Novel -a pesar de que ya había codirigido con Peris Romano el filme 8 Citas (2008) aunque, supongo, dirigir a cuatro manos no debe contar para las reglas del Goya.Estamos en una ciudad española, por la noche. En un piso cualquiera, hay una pachanga y un hombre -solo identificado en los créditos como Él- trata de ligar con una mujer, también identificada solamente como Ella. Él (Javier Pereira, Mejor Actor Revelación en el Goya 2014) le dice a Ella (guapa Aura Garrido) que se ha enamorado a primera vista. Ella lo manda por un tubo. Él la sigue hasta la calle, donde Ella se encuentra con sus amigas. Ella lo vuelve a mandar por un tubo. Él la sigue de cerca, caminando al lado de Ella, hablándole, diciéndole que perderá la oportunidad de conocerlo. Él tiene su encanto: es articulado, despierto, con la mejor respuesta a bote pronto. Ella empieza a sonreír. Uno intuye que está empezando a ceder. Él está ganando pero, ¿exactamente qué?Durante la primera parte de la película, la influencia de Richard Linklater (me refiero a la trilogía de Jesse/Celine, especialmente Antes del Amanecer/1995), es imposible de soslayar, en la forma y en el fondo: he aquí dos agradables y atractivos veinteañeros que se conocen casualmente, empiezan a platicar y luego caminan por las calles desiertas de una ciudad europea, todo ello filmado en tomas extendidas, siempre en primeros planos o planos medios. En esta primera parte, el ejercicio de estilo de Saragoyen se deja ver con simpatía, tanto por la fluidez de la puesta en imágenes como por el par de jóvenes actores protagónicos.La segunda sección del filme, que ocurre en el departamento de Él, tiene otro tono muy diferente. Siguen dominando las tomas extendidas, pero ahora la cámara es fija, casi rigurosa en estos impecables interiores del piso donde vive Él. La gracia del cortejo de la primera parte se diluye y se dejan entrever elementos narrativos graves, en más de un sentido. Sabemos que Ella ha "estado mal" durante año y medio y la fruición con que se empina un vaso de ginebra no augura nada bueno. ¿Es alcohólica, depresiva, perturbada o todas las anteriores? En todo caso, después de que Él ha ejecutado la conquista de Ella -con Rossini y su obertura de La Urraca Ladrona en la banda sonora-, el día siguiente será otro día, pues "de noche (todo) es distinto".La última escena del filme es problemática y, de alguna manera, echa a perder buena parte de lo que hemos visto. Para entonces, ya sabemos que hay algo que no está bien con Ella y, por lo tanto, el final resulta más que previsible, especialmente por el escenario en el que se lleva a cabo. Queda la sensación que Saragoyen y su coguionista Isabel Peña quisieron imprimirle a su notable ejercicio de estilo una dosis de gravedad moral que termina convertida en tremendismo puro. La verdad, nada de eso era necesario.