Revista Cultura y Ocio

35.- Recuperar la Historia (3ª parte)

Publicado el 22 marzo 2011 por Javiersoriaj
“El problema de la realidad es que no sabe nada de teoría” (Don Durito de la Lacandona)

Eso sí, la teoría, y más aún la de las ciencias sociales, condiciona la realidad al influir en ella, modificándola a través de la actuación que se hace por la aplicación (o no) de la propia teoría. Y a día de hoy hay una teoría dominante que se ha hecho con el poder a través del dominio de la palabra, entre otras cosas. Entremos en la guerra por la palabra y hablemos de teoría, también. En su libro El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política, B. de Sousa Santos pone como punto de partida que las ciencias sociales (considero aquí la historia como una ciencia social, aunque podría matizarse) que manejamos habitualmente “no dan cuenta de nuestro tiempo adecuadamente y, por eso, no confiamos en ellas para que nos orienten en los procesos de transformación social en curso…”. Desde la conciencia de que las ciencias sociales dominantes no sirven para explicar la realidad, y por tanto tampoco para influir en ella, plantea una renovación teórica y analítica que sigue tres líneas maestras, con las que estoy plenamente de acuerdo, y que obviamente suponen un reto a las concepciones impuestas por el neoliberalismo triunfante:

1) “El desafío de la renovación científica al que nos enfrentamos exige la elaboración de una nueva teoría de la Historia (…) que cumpla dos objetivos. Por un lado, que amplíe el presente de modo que dé cabida a muchas de las experiencias sociales que hoy son desperdiciadas, marginadas, desacreditadas, silenciadas por no corresponder a lo que en el momento, es consonante con las monoculturas del saber y de la práctica dominante. Por otro lado, que encoja el futuro de modo tal que la exaltación del progreso (que con tanta frecuencia se convierte en realismo cínico) sea sustituida por la búsqueda de alternativas a la vez utópicas y realistas”.

2) “La necesidad de superar los preconceptos eurocéntricos, nortecéntricos y occidentecéntricos de las ciencias sociales [lo que] hará posible dos resultados que son cruciales. En primer lugar permitirá revelar en toda su extensión la colonialidad del poder y del saber (…) En segundo lugar, la superación de los preconceptos fundantes será decisiva para ampliar los principios y los criterios de inclusión social mediante nuevas sinergias entre el principio de la igualdad y el principio del reconocimiento de la diferencia”

3) “La necesidad de dar prioridad a la reconstrucción teórica del Estado y de la democracia en el contexto de lo que se conoce como ‘globalización’. Este último concepto, lejos de ser trivial, tiene connotaciones políticas y analíticas decisivas y, por lo tanto, debe, en sí mismo, ser objeto de escrutinio. Su análisis crítico permite mostrar hasta qué punto es responsable del descrédito del Estado y de la trivialización de la democracia. Al contrario de lo que pretende la globalización neoliberal, el Estado continúa siendo un campo decisivo de acción social y de lucha política, y la democracia es algo mucho más complejo y contradictorio de lo que las apresuradas recetas políticas promovidas por el Banco Mundial hacen suponer”.

Con ello, debería abordarse el cumplimiento de las promesas incumplidas de la modernidad: libertad, igualdad, solidaridad y paz, negadas siempre, pero mucho más desde el advenimiento neoliberal, que, en relación al tema que nos ocupa, trata de generarnos la conciencia de ahistoricidad de los sistemas sociales. Al tiempo, desde las distintas “naciones” se nos generan identidades a partir de la utilización (ya desde la educación) de conceptos que se pretenden inmutables y eternos, aunque no lo son. Recordemos para retomar el hilo que somos espacio y tiempo, como nos recordaba con palabras más bellas que las mías Eduardo Galeano en Bocas del tiempo:
  “De tiempo somos.
  Somos sus pies y sus bocas.
  Los pies del tiempo caminan en nuestros pies.
  A la corta o a la larga, ya se sabe, los vientos del tiempo borrarán las huellas.
  ¿Travesía de la nada? ¿pasos de nadie? 
    Las bocas del tiempo cuentan el viaje”  
Recordemos también, con Roberto Bolaño (en 2666) que “la historia, que es una puta sencilla, no tiene momentos determinantes sino que es una proliferación de instantes, de brevedades que compiten entre sí en monstruosidad”, algo que bien podríamos aplicar a algunas de las cuestiones que actualmente vivimos. Y recordemos algo no menos importante, en relación a los sujetos de la historia, que hacen la historia,  por más que muchas veces queden/quedemos ocultos por los grandes discursos de las grandes gestas de los “de arriba”, como bien podemos ver a poco que leamos algo sobre los discursos “oficiales” sobre la “modélica” transición española a la democracia, donde el rey y Suárez eran el “motor” y el “piloto” del cambio, mientras se ocultaba el papel de la gente, que hizo realmente la transición mientras gritaba con aquel clamoroso silencio en el entierro de los Abogados de Atocha, por poner sólo un ejemplo.

Y es que el poder ha generado muchas cosas, que no siempre se han correspondido con la realidad. Entre ellas, fueron “inventando” las naciones y creando los nacionales, como vimos también en la 2ª parte. Veámoslo en palabras de H. Tertsch, que escribía cosas interesantes antes de su “misteriosa” reconversión. En su libro La venganza de la Historia recogía la historia de María Poda: “María Poda vive en Samorin, hoy Eslovaquia. (…) Ha vivido en cinco Estados diferentes a lo largo de su vida, sin cambiar una vez tan solo de dirección o residencia. Hoy tiene doce hijos y otros tantos nietos, y no parece tener muy claro a qué nacionalidad pertenece cada una de sus nueras, cada uno de sus yernos, cada uno de sus nietos. (…) Ahora María es eslovaca por decreto, y ha dejado de ser la checoslovaca que fue desde 1945. Antes había sido eslovaca del régimen títere de Hitler dirigido por el arzobispo TIso, antes aún era húngara y, algo antes, había nacido en el imperio austro-húngaro. Entonces, cuando ella nació en una familia húngara, fue a un colegio alemán, después se casó con un húngaro y tuvo una docena de hijos eslovacos. (…) A María ya no le importa en que país vive, sólo la certeza de que todas las mañanas encuentra los mismos lugares y a las mismas gentes que hablan tres idiomas que ella entiende. La mayoría no sabe en qué idioma está hablando en ese momento”.

Y frente a  esta realidad, seguimos empeñados en reducir nuestro conocimiento al interior de unas fronteras y de homogeneizar saberes, lenguas y culturas a partir de una supuesta “identidad” propia excluyente, configuradora de los Estados nacionales actuales. Lo curioso es que se apuesta por potenciar las identidades nacionales mientras el poder real de los Estados se desdibuja bajo el peso de las decisiones de los grandes poderes económicos. Hay que reconstruir teóricamente el Estado y la democracia, como decía el profesor Sousa (ver supra). Por cierto, que estos Estados supuestamente nacionales tienen muy poca antigüedad, pudiendo situarse su origen en la Paz de Westfalia de 1648. Desde ahí los Estados europeos se reconocen mutuamente como soberanos. El siguiente punto de inflexión es la Revolución Francesa, que trae consigo al menos dos cambios fundamentales:
-  convierte al cambio (y al cambio político) en un fenómeno “normal” e incluso deseable
-  Desvía el concepto de soberanía del monarca al pueblo: y de ahí que el pueblo soberano no pudiese ser definido ya como súbdito, sino como ciudadano, lo que con el tiempo llevaría a la conclusión “lógica” del sufragio universal, con su corolario de la necesaria educación básica.

Desde aquí hasta mediados del siglo XX (o incluso más) la historia política fue la de la expansión constante del voto país tras país, y las políticas de inclusión y de exclusión (básicamente quién puede o no puede votar) se convierten en la pieza maestra de las políticas nacionales, abriendo las puertas a las tres grandes ideologías (aun hoy presentes en el panorama global) que emergieron de la revolución (según el análisis del profesor Wallerstein): el conservadurismo/tradicionalismo, el liberalismo y los radicales/antisistemas. 
Los Estados, inmersos en estos debates, al mismo tiempo tratan de transformar a su población en una “nación”. Dejemos que hable el profesor Wallerstein (Análisis del sistema-mundo) con palabras que recuerdan el análisis de B. Anderson (ver 2ª parte): “las NACIONES no son otra cosa que MITOS en el sentido en que son CREACIONES SOCIALES, y los estados desempeñan un papel central en su construcción. El proceso de creación de una nación incluye el establecimiento (en gran medida, una INVENCIÓN) DE UNA HISTORIA, una larga cronología y un presunto grupo de características definitorias (incluso aunque grandes segmentos de la población incluida no comparten dichas características)”. Y toda nación pretende un Estado, y todo Estado aspira a ser un Estado-Nación (aun cuando algunos se declaren multinacionales). Así pues, había que crear los nacionales, lo que fue haciéndose a lo largo del siglo XIX (para la mayoría de Europa) y del XX. Y uno de los medios clave fue, sin duda, la educación, como vimos.

Así pues, el triunfo del Estado liberal, y las luchas entre conservadores y liberales irán abriendo camino a la educación básica, que se irá generalizando. En ella tendrá un papel fundamental la Historia, y, muy pronto, también el resto de ciencias sociales. Vamos a ver cómo se plasma en España. Nos dice J. S. Pérez Garzón que “desde mediados del siglo XIX, la historia y la geografía se habían implantado en las escuelas y en los institutos de Bachillerato para darle cohesión a la construcción nacional del Estado liberal. Las lindes de la España del siglo XIX, que NO ERAN (…) las de la monarquía hispánica de los siglos XVI, XVII y XVIII, fueron las que adquirieron carta de naturaleza y se transformaron, por otra y gracia de los geógrafos e historiadores liberales, en las fronteras de un modo de ser, de una esencia cultural y de una esencia política que se estableció COMO SI FUESE EXCLUSIVAMENTE LA ÚNICA que encajaba con la identidad española. El nacionalismo historiográfico español, de este modo, transformó en ESENCIA ATEMPORAL el concepto de España mientras que los geógrafos AFIANZARON LA IDEOLOGÍA DEL TERRITORIO peninsular como espacio incuestionable de los español”. Creo que no puede ser más claro, así que no hace falta insistir en ello. Sólo concluir, con el mismo autor, que “se fraguó la identidad española, por tanto, a partir de la Historia y de la Geografía”. Como en el resto de países, la historia enseñada tenía un carácter teleológico, y su fin era evidente: la creación de los Estados-Nación (y la inserción de éstos en el sistema-mundo) era la meta inevitable del proceso histórico. Todo lo que en el pasado había contribuido a la unidad se magnificará, y, evidentemente, la historia será la de los grandes hechos, los grandes reyes, los grandes héroes… y los grandes enemigos: la pérfida Albión, la invasión musulmana, la avaricia de los judíos, el odio al gabacho… No en vano, todo nacionalismo necesita un OTRO para poder autojustificarse. Un otro que está fuera, pero también dentro, y permite, entre otras cosas, chivos expiatorios (no creo que sea necesario recurrir a Hitler y los judíos; todos lo teníais ya en mente), pero también la generación del esencialismo, de la pureza cultural, de la homogeneización forzosa que todo nacionalismo conlleva.
Volvamos al “hilo rojo” del caso español: en 1857 la Ley Moyano regulaba de forma definitiva el control del contenido de los libros de texto y el acceso a lo que hoy llamamos función pública docente. La enseñanza/educación se vuelve “instrucción pública”. Y junto a ello, lo que J. Fontana llama la “pedagogía de los monumentos y los centenarios”: los hechos gloriosos del pasado “nacional” surgen por doquier en monumentos, nombres de calles, conmemoraciones… Y la la Historia y la Geografía en el centro de la educación (con la Religión de la mano, claro está) para contribuir a “elaborar un discurso nacional sobre lo español, organizado de modo teleológico, esto es, organizado con un esquema productor de identidad española desde tiempos inmemoriales y apegado a los territorios peninsulares. La historia de la península [Portugal sigue siendo “la pieza que no encaja”] se transformó en historia de España y en un relato de éxito moral, en una carrera en el tiempo en que cada corredor pasó la antorcha, fuese de la libertad, de la unidad o del Estado, al siguiente equipo.” (Pérez Garzón). Tiempo y espacio, pues. ¿Y cómo lo vive un español hijo de inmigrantes? ¿Son estos su tiempo y su espacio? ¿Se han forjado ahí sus “esencias”? ¿Cómo nombrarnos y en qué territorios situarnos ante los inmigrantes? Y la respuesta es evidente: NOSOTR@S debemos protegernos; ELL@S deben adaptarse a nuestra cultura. Los guardianes de las esencias somos nosotros. Ellos corrompen nuestra españolidad con sus costumbres absurdas.

A fin de no ser tachado (solamente) de “antiespañol” (aunque ya sabéis que siempre se es el antiespañol de alguien), podría hacerse una lectura prácticamente paralela de lo que se hizo en Francia, sólo que allí, si cabe, con una uniformización aun mayor. O en Bélgica, donde el fracaso integrador sigue presente hoy en día en el conflicto irresoluble entre “flamencos” y “valones”. O en el Reino Unido, surgido a principios del XIX, y donde las tensiones nacionalistas son evidentes. O en Irlanda (sin comentarios). O en Alemania. O en Rusia, donde algunas de sus repúblicas constitutivas tienen más de 10 lenguas oficiales, y donde Chechenia es un nombre fácilmente reconocible de las “bondades” de ambos nacionalismos enfrentados. O en…

No se trata de quitar valor a la Historia y Geografía, sin embargo, sino de recuperarlas para un proyecto diferente de sociedad. Decía Pérez Garzón que “es legítimo proclamar el carácter imprescindible del saber geográfico e histórico como práctica social y ética, no para aferrarse al pasado ni al territorio sino para plantearse una identidad desde la crítica y contra los predicadores de esencias eternas. (…) ¿Cómo transmitir tantos siglos de poder absoluto para ciudadanos de una democracia? ¿Cómo explicar el carácter de las fronteras en las que vivimos hoy, que ni antes existieron ni tienen por qué ser eternas ni vale la pena dar una vida por ellos? (…) A los científicos sociales nos correspondería no tanto formar ciudadanos de una nación, de una comunidad autónoma o de un espacio supraestatal como Europa, sino responder al desafío de conjugar derechos individuales y colectivos, identidades locales y supranacionales con derechos humanos irreversibles”. O, dicho de otro modo, debemos luchar por recuperar una Historia que permita formar constructores de ciudadanía y de espacios de ciudadanía; de democracia, pero de una democracia plural, con identidades múltiples y plurales, y construida sobre un espacio y un tiempo cambiantes; de libertad, igualdad y fraternidad, lemas de una revolución francesa que dos siglos y pico después aún no ha concluido. Que permita formar pensadores críticos contra las “verdades” construidas. Formar ciudadanos respetuosos con la diferencia e integradores de la multiplicidad. Formar una identidad nacional basada en lo integrador pero reconocedora de las diferencias. Formar personas, en definitiva.
Si partimos en el XIX de una historia “encargada de reforzar el consenso en torno a Dios, la patria y la moral (…), una historia enseñada, estudiada y contrastada de acuerdo con un CONJUNTO DE SUPOSICIONES que tenían mucho más que ver con un consenso patriótico y social que con los métodos de la crítica o el peso de la evidencia (…) [y] el peso de esta clase de historia marcó las convicciones, y con ella las conductas…”, como nos recuerda J. Fontana (Enseñar historia con una guerra civil por medio), debemos llegar a otra que se base en “estos tres ideales: justicia, trabajo y paz (…) No se trata de hacer valoraciones, sino de que cada uno escoja la visión del pasado que mejor se acomode a la clase de futuro que quiere ayudar a construir” (por cierto, la primera de estas citas del profesor Fontana no es sobre el caso español, sino que recoge un estudio de Reba Soffer sobre las universidades británicas en el siglo XIX).

Así, DEBEMOS RECUPERAR LA HISTORIA, pero no la “oficial”, sino otra: la historia que propongo debe mirar hacia el futuro, para hacer camino (zapatismo), para permitir pasos en busca de la utopía (E. Galeano). Para ello, claro, debe mirar al pasado, si bien “la historia NO ES PASADO, [sino que] es el suelo sólido sobre el que se asienta el presente y se articula el futuro” (R. Benito). La historia que propongo se dirige a generar iguales en sus diferencias, no en “domesticar” desde la educación a través de esa historia de ciudadanos igualados en la homogeneización de la hegemonía del que manda, o en “cultivar” alumnos para el mercado. La democracia para los zapatistas significa “mandar obedeciendo”. Justicia es “la capacidad para distinguir lo que está bien de lo que está mal”, justicia que no se vende ni se soborna. Libertad es un derecho ejercido colectivamente para decidir sobre el propio destino. Mandar obedeciendo se complementa con el “para todos todo, para nosotros nada”. Dignidad es aceptación del otro: del indígena, del gay, lesbiana o transexual, del pobre, del joven y de la joven, del desempleado, de la multitud, sujeto múltiple y diverso por definición, y digno por actuación, y de los NADIES (de nuevo Galeano)… “Detrás de nosotros, estamos ustedes”, deberíamos tener de guía en la recuperación de la Historia. “Caminar preguntando” debería ser la aportación de cada un@, a fin de romper la pretendida ahistoricidad que nos impone el neoliberalismo. Pues la Historia también es de todos y de todas: no son las grandes gestas, los grandes reyes, las grandes batallas… las que forjan la historia. Son cada una de las pequeñas cosas cotidianas de la mayor parte de la gente. Lo explicaba Enriqueta de la Cruz en su novela La memoria vigilada: “los personajes de esta novela pretenden arrojar luz sobre nuestra historia para construir un futuro de progreso, cultura, paz y fraternidad de los pueblos; un futuro, en definitiva, mejor para todos. Y para ello, hay que volver a conceptos como la larga duración y la corta (Braudel), a la historia total (Annales) a los ciclos económicos del capitalismo y su incidencia (Kondratieff), a la explotación en el sistema (Marx), a la división centro-periferia y la posición subordinada de muchos países desde el origen del sistema mundo capitalista en el siglo XVI (Wallerstein), a la aplicación geográfica de la teoría (P. Taylor)… y junto a ello atención a los sujetos de la historia, la multitud (Negri y Hardt), los tradicionalmente oprimidos y su papel político (por ejemplo en Bolivia); a las nuevas formas de caminar hacia otro mundo (zapatistas, pero también MST, movimiento “antiglobalización” en general…); el mandar obedeciendo de Salvador Allende y el zapatismo; la voz de los sin voz (F. Fanon); el cuestionamiento crítico desde el propio método de las ciencias sociales (tantos, aunque en realidad tan pocos, y sobre todo, tan poco oídos); la necesaria de-colonización, no sólo territorial, sino del lenguaje y del pensamiento (W. Mignolo); la atención a todas las escalas de la “glocalización” (N. García Canclini);  la necesidad de una geografía humana, y por lo tanto social (V. Romero, J. M. Naredo); la lucha por la palabra frente a la hegemonía de los think-tanks neoliberales (Subcomandante Marcos, E. Galeano o M. Benedetti, entre otros muchos); la necesidad de deconstruir los conceptos del pensamiento único; la crítica al neoliberalismo, en su teoría y en su actuación (D. Harvey, por ej.); la insistencia en el concepto y en el lenguaje (N. Chomsky); la lucha por la democracia (no por la representativa, que no es democracia), por la libertad (pero no la de Bush & Co.), y, en definitiva, la lucha contra la opresión desde todos los ámbitos… trasmitiéndolo a los portadores de futuro a partir de la INCERTIDUMBRE, principio que debe regir la tarea de la recuperación de la historia y la memoria


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