Revista Cultura y Ocio

360

Publicado el 25 noviembre 2012 por Zeuxis
360


Al saber que se trata de una película de Fernando Meirelles uno podría suponer que se va a encontrar con algo arrasador, vertiginoso, fracturado y estéticamente conmovedor. Ya eso da para ir a ojos cerrados a las salas, pero luego está el reparto: Anthony Hopkins, Jude Law, Rachel Weisz, Ben Foster, entre otro grupo selecto de monstruos de la actuación y entonces sólo basta cerrar la apuesta, comprar la boleta y sentarse en el lugar preferido para viajar en ese mundo de lo que será 360.Pero la verdad es que la película deja muchas cosas que desear, uno busca atisbos por todos lados de La Ronda , drama en de 1900 en el que se basa el filme, luego se busca  el vértigo de La ciudad de Dios, los guiños que al menos lo desemboquen a uno en El jardinero fiel o por al final que le dejen las monotonías y secuencias tendenciosas que se prodigaron en la niebla de A ciegas, pero el barco pasa entre témpano y témpano sin dar con un icerberg que lo hunda de su perdición y su anodino tono cadencioso de algo que agoniza o se aburre y se queda uno perdido y desilusionado en la butaca.No hay pérdida de talento más si una experimentación con un estilo que es complejo y que sólo algunos merodeadores expertos en este clase de vaciamientos son capaces de lograr. Aquí no está la lenta versatilidad de Magnolia o Melancholia, ni menos la poderosa "fotuitidad" de  González Iñárritu  con su Babel o para ser extremos en esta película de Meirelles no existe si quiera el pasmódico y deprimente aburrimiento que tiene Mike Nichols con su lograda novela-cine Closer.Sin embargo, es de admirar el esfuerzo de cada uno de los actores por intentar estos personajes tan anónimos e increíbles porque resulta que al final ese giro cósmico, esa serpiente que se muerde la cola  se convierte en agnóstica y deja todo de lado. Las interpretaciones esperanzadoras y desamparadas a la vez de Anthony Hopkins, Jude Law y Ben Foster son el tema agónico, sin embargo, el aplauso se lo llevan los comodines de Katrina Vasilieva y Vladimir Vdovichenkov que se debaten entre el pesimismo activo y el síndrome del necio y que rompen con ese conformismo antropológico que parece ser este drama.


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