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Otros trescientos sesenta y cinco días que se van. Todo un bloque con sus estaciones, meses, fiestas, costumbres…
Es curioso cómo el tiempo nos tiene cogidos. Somos marionetas en sus segundos, minutos, horas, días, meses y años. A día de hoy se han escrito infinidad de artículos con lo mejor del año en diferentes ámbitos. Se hace balance de los acontecimientos, personas, alegrías, tristezas y sorpresas que hemos vivido, conocido o sufrido. Incluso se redacta una lista de propósitos para acometer en el próximo bloque de trescientos sesenta y cinco días.
Es una necesidad casi vital comunicar al otro buenos deseos con los que incentivar el nuevo año; mandarle renovadas energías con las que enfrentarse a cualquier acontecimiento del nuevo año y recitarle frases archiconocidas que por activa y por pasiva se han recibido a través de cualquier red social durante el año que se abandona para llenarle de optimismo el nuevo año que comienza.
Parece como si todos los dispositivos tecnológicos: móviles, portátiles, Ipads, se hayan puesto de acuerdo y cada uno de ellos recibe el mismo mensaje de personas diferentes. Si uno tiene cuenta en Twitter, LinkedIn, Facebook, Instagram o cualquier otra, podrá hacer la prueba y en cuestión de segundos, todo su timeline estará repleto de resúmenes del año, discursos cada cual más poético o tirando a la cursilada, y fotos recordando los buenos tiempos vividos.
Es un torrente, una gran ola que llega a todos los rincones sin dejar a nadie indiferente. No hay ser humano en el mundo que no sepa que hoy, 31 de diciembre, se acaba el año 2013 y todo el planeta Tierra da la bienvenida al 2014. Ya hace trece años que comenzamos nuevo milenio y vaticinamos que volaríamos con nuestros coches. Pero eso es otro cantar…
En cualquiera de esos casos, no está mal que se tengan todos los buenos deseos que uno pueda desear, que se realicen reflexiones profundas sobre lo que se tiene y se dejó atrás y sobre lo que uno ha aprendido en los trescientos sesenta y cinco días anteriores. Lo que llama la atención, y así está la sociedad, es que sólo se llegue a esa conclusión tal día como hoy, el último del año, cuando vienen las prisas y nos atolondramos a vociferar a diestro y siniestro.
Si no fuéramos esclavos del tiempo, lo que se condensa en el último día del año se desprendería en cada uno de los trescientos sesenta y cinco días siguientes, y así, sucesivamente, haciendo caso omiso de lo que una temporada o fecha concreta anhela, cuando determina cómo o cuánto debo empeñarme en vivir la vida de una forma plena. Entonces, sólo entonces, la vida la viviríamos queriendo y cuidando a los que uno tiene a su lado, queriendo y cuidando el alma y el cuerpo de uno mismo y, sobre todo, teniendo una actitud de servicio, de comprensión, de perdón y de apertura hacia el otro… siempre.