Tras 365 días, ahora ya no tengo un directivo senil, ni algunas subordinadas chismosas, ni a un superior que es como Pilato y ni alguna compañera (??) digna sucesora de la Gestapo y de las SS que no duda en gasear a los que no son de su cuerda. Que gran entidad y que pena de dirigentes es lo primero que se me ocurre y lo primero que se me viene a la cabeza. Una entidad que decapita iniciativas, cercena la innovación y sacrifica a sus elementos más valiosos, con una cultura organizacional sostenida solamente por cuatro próceres aprendices de Savonarola, a medio plazo o cambia su modelo de gestión o está abocada a la quiebra de ideas. Tarde o temprano un modelo anclado en el siglo XX, hace aguas. Modelos pseudodemocráticos de cara al exterior y autocráticos de puertas para adentro.
Como comenté en un post de hace unos meses, lo peor es estar regidos por ociosos, que intentan “realizarse” en lugares en los que no exponen un duro. Los laureles siempre son para ellos, pero la culpa nunca es de ellos, siempre hay una cabeza que servir en bandeja de plata.
Tras 365 dias sólo puedo confirmar que fuera se está mejor, hay vida fuera. Y sobre todo quitar esa cruz de la espalda es un alivio: ganas un apellido.
Y todo esto, como diría un anterior Presidente del Gobierno, sin acritud, solamente con una ligera sonrisa, al sentirse profesionalmente reconocido y ver por el retrovisor como las cosas languidecen.
Y sin acritud, un enlace: Jefes que triunfan con antivalores.