Era bueno leer en el balcón a la luz del ciberlibro en las noches de verano, cuando todo se detenía y la oscuridad ofrecía su calma estelar. Era bueno sumergirse en la historia leída hasta perder noción de realidad y tiempo, arropado por el influjo lunar, fuera suicida u homicida. Era bueno, sí. Era bueno siempre y cuando los vecinos que viven justo encima de mí no coincidiéramos. Porque entonces yo volvía a ser oyente involuntario del lastimoso deterioro de su relación, traducido en puñales empapados de veneno, lanzados a viva voz en un sentido y en otro. Hace mucho tiempo que traspasaron la fina línea. Cuando se llega a semejante grado de hostilidad verbal e irrespeto, deja de importar quién de los dos tiene razón. Lo que los unió ya no existe y ahora son dos fuerzas opuestas en lucha constante. Sobre todo, sería bueno para ellos, y para los del tercero y los del sexto, que seguro que también los oyen, y por tanto los sufren, que algún día más próximo que lejano él o ella fuera valiente y zanjara su espiral de infelicidad. Sería bueno, sí. Mientras, siempre puedo recurrir a los auriculares para insonorizarme de pasiones destructivas y abrazar los ritmos del caos, y así olvidarme de que existen personas erróneas y vínculos fallidos. De que el odio es tan poderoso como el amor.