Revista Cultura y Ocio
Lo primero que me llamó la atención de la noticia es la presencia de calamares, me recordó a nuestra simpática bloggera Kalamar y creo que eso fue lo que hizo que me interesara por la noticia. Resulta que a un señor llamado Carlos Herrera, tiene 36 años, le han dado en Buenos Aires el premio ArteBA-Petrobas Artes Visuales de 50.000 pesos (8.800 euros) por una obra titulada Autorretrato sobre mi muerte.
La obra de arte consiste en unas zapatillas, una camiseta y unas medias de jugar al rugby, todas estas prendas usadas y metidas en una bolsa. Dentro de cada zapatilla un calamar muerto y pudriéndose.
¿Que es lo que pretende el Sr. Herrera? A estas alturas no creo que sea escandalizar -aunque lo ha hecho- ¿Entonces qué? Pues no lo sé pero tengo la impresión de que, aparte del Presidente del Tribunal Supremo con sus viajes a Puerto Banús en fines de semana, alguien nos está tomando el pelo, pero aquí no pasa nada es algo a lo que últimamente estamos acostumbrándonos y lo raro parece que es ser decente.
Busco información en la Red para ver si es que detrás de este montaje hay algo más, alguna interpretación muy sesuda e intelectual que a una mente tan insignificante como la mía se le escapa y encuentro una entrevista en la que el Sr. Herrera y en la que el entrevistador afirma que lo mejor que tiene este Autorretrato es "que utiliza un material orgánico muy sugestivo (la carne de un animal) descomponiéndose", mientras que el autor dice que "es una intepretación sobre lo que considero un momento de mi vida, una posibilidad de muerte, un retrato de mi muerte. La obra no indaga en ningún aspecto que tenga que ver con lo emocional o con la relación con el alma, ni lo espiritual ni la elevación , sino todo lo contrario. Lo que trata de representar es la muerte en su estado más concreto, mas matérico. Como lo que queda, lo que uno deja; y lo orgánico." Se ve que el Sr. Herrera no hojea los periódicos o ni siquiera enciende el televisor porque no hace falta irse muy lejos para comprobar que la muerte deja lo material en degradación -a no ser que el muerto o la muerta de turno sea un rico heredero o heredera sepultado entre joyerio y obras de arte, y aún así se trata de objetos efímeros-, mientras que lo inmaterial como no tiene una existencia concreta no perece, ni nace, ni existe más que en otra dimensión, pero es que en realidad no es la muerte sino el tiempo lo que hace que todo sea efímero y al final lo que uno deja (si uno no es un Shakespeare, un Cervantes o un Homero) no es nada.
Sigue diciendo el autor que "gracias a la investigación que hice sobre distintos olores similares a los que uno siente cuando va al cementerio, este fue el que más se acercaba a representar ese olor tan agudo de la muerte y el entrevistador con socarronería afirma entonces que en realidad la obra por el olor no recuerda a ningún cementerio sino a un puerto. Yo creo que a mí me hubiera recordado los bajos del Mercado Central de Valencia en mi niñez a eso de las siete de la tarde o el del contenedor de la pescadería que hay junto a mi casa cualquier noche de verano.
En realidad lo que ha hecho Carlos Herrera es una enorme redundancia: mostar lo efimero a través de una manifestación artística efímera. En fin, que ya hace muchísimo tiempo que los artistas decidieron que lo suyo era ser filósofos, pero muchos pretenden ser filósofos a lo cómodo porque la parte teórica se la elaboran los demás.
A mí me parece una imagen preciosa, y tanto que he decidido plagiarla. En la entrada de casa también he puesto mis zapatillas de running (las pobres ya necesitaban ser sustituidas), unos calcetines de deporte malolientes, una camiseta sudada y todo dentro de una bolsa de Mercadona, como no tenía calamares metí dos hamburguesas, la carne picada en descomposición me parece una idea mucho más poética y efectiva -claro, que yo, al contrario que el Sr. Herrera, no he estado haciendo ninguna labor de investigación (ahora pienso que debí haberla hecho porque creo que unas morcillas hubieran quedado incluso mejor, aunque tardan más en descomponerse). Después de estar, en mis idas y venidas, pasando junto a la bolsa durante tres días me senté al lado para observar mi obra y esperar a que me llegara el olor. Es mucho más cómodo, aunque quizás no más romántico, que viajar a la República Democrática del Congo para apreciar el olor a muerto in situ, y es también menos frío que visitar el depósito de cadáveres de cualquier ciudad. Lo que pasa es que mirando mi "Autoretrato", sintiendo que me pudro como la carne picada no sabía si sacar unas velas y ponerme a rezar en plan velatorio o simplemente gozar del espectáculo de mi cuerpo en descomposición.
Hay que ver qué mal se les trata a los calamares, nuestra amiga bloguera no debe estar muy contenta.