Revista Cine

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Publicado el 21 junio 2021 por Jimmy Fdz

Disculpen la demora pero esta semana estuve muy pero que muy flojo (como siempre a decir verdad): las tardes las usaba entregándome al ocio u otras cosas menos ociosas (como hacer ejercicio y otra cosita que mencionaré dentro de poco), las noches inevitablemente me ponía a ver a Sykkuno, que ha vuelto a jugar GTA NoPixel con regularidad dado que el servidor de Minecraft de OTV básicamente se desinfló, y siempre hay cosas interesantes y divertidas que ver, el nivel de calculado caos que tiñe cada cosa que Yuno hace en Los Santos. Por lo mismo, he vuelto a dormir menos ya que me quedo despierto hasta bien tarde viéndolo, y mis días son un cúmulo de horas adormiladas hasta que llega la madrugada, momento de dormir, que es justo cuando el sueño se me pasa, y de repente mi almohada y mi cama, sumamente cómodas durante la tarde o pasado el mediodía (cuando despierto), son lo más incómodas y molestas que se pueda ser, y como mi imaginación es mi mejor amiga y me quiere tanto, me lleva a escenarios de lo más pesimistas, catastróficos y trágicos. Es lo que es, de todas formas cuando sea bartender éste será mi horario: trabajar de noche, hasta que el último borracho se vaya y no quede más veneno que servir. Por ahora, el veneno circula en mi cerebro. ¿No les ha pasado que cuando sueñan y les toca reír o llorar, lo hacen con una intensidad tal que no parece propia de sus yoes de la vida real? La semana pasada soñé que estaba jugando GTA en el servidor de NoPixel (para que vean hasta qué punto estoy metido en eso) y me encontraba con personajes como 4T, y por alguna razón nuestras interacciones eran sumamente graciosas y yo no paraba de reír, no podía, y seguía riendo y riendo como si lo que sea que me estaba haciendo reír fuera lo más gracioso del mundo, el universo y la historia conocida. Anoche, por otra parte, lo que recuerdo es que estaba en un lugar que era una mezcla de interiores con exteriores, como si las habitaciones de esta gigantesca mansión fueran a la vez una calle, o una multicancha pública, o algo por el estilo, y yo vivía en este lugar, al menos me sentía cómodo circulando por sus intrincados pasillos y habitaciones/exteriores. Al parecer tenía un perro, que no son mis compañeros perrunos y perrunas que tengo hoy en día (ni que tuve en el pasado); este perro parecía ser un labrador o algo similar, cachorro además, y estaba a mi cargo, yo tenía que salir y lo llevaba conmigo, lo llevaba en brazos pero por un momento, cuando traspuse la puerta principal, lo dejé caminar y oler en el porche, mientras yo bajé las pequeñas escaleras que llevaban al exterior y caminé un poco hacia adelante, hablé algo con alguien, me doy vuelta y el perro no está, y lo busco por todos lados y no lo encuentro, no lo encuentro jamás porque en el sueño pasa el tiempo, pasan los años y la misteriosa desaparición de este cachorro me pesa cada vez más, cada vez que camino por este laberíntico lugar y en sus rincones sólo encuentro sombras y espacios vacíos, espacios vacíos que me acusan cruelmente y me muestran que ese cachorro no está, ni ahí ni en ningún lado. Yo me siento terrible y, eventualmente, me pongo a llorar porque no puedo encontrar a este cachorro y, sea lo que sea que le sucedió, es mi culpa. Lloraba con un desconsuelo gigante, lloraba como llora Collin Farrel en esta escena de "In Bruges", pero peor, mucho peor. Al despertar, en todo caso, la sensación, sea que llore mucho o ría mucho en sueños, es de curiosidad y a veces perplejidad, es que siempre me llama la atención las cosas que sueño. A pesar de todo me gusta soñar tanto como lo hago, son mundos re locos e impredecibles, si bien, si es que tiene símbolos, nunca los puedo descifrar. Mejor así, mejor el misterio.

Antes de hablar de lo que vine a hablar hoy, dos cosas: El otro día mi abuelo vivió una cómica situación: pasada las doce de la madrugada, aburrido por un corte de luz, recibe una llamada con un código que le indica que la llamada proviene de otro país, y en efecto lo llaman unos argentinos que de inmediato le preguntan "Gordo, ¿y qué le pasó a Bravo?", cosas relativas a los partidos que ambas selecciones de fútbol han tenido (dos en las últimas dos semanas, ambos empates a 1), y sin entrar en detalles, tanto mi abuelo como los argentinos lo pasaron la mar de bien, provocándose con esto y lo otro. Al final mi abuelo cortó porque no sabía si la llamada se la cobran a él o no, además porque, por lo que cuenta, parece que estuvo hablando más de quince minutos. En cuanto a mí, el sábado participé de un torneo de ajedrez bullet organizado por Agadmator, que estaba de cumpleaños y decidió celebrarlo de esta forma, con una bolsa de premios de mil dólares a repartir entre los tres primeros lugares. Yo quedé en el lugar 550 de más de 5000, con el mismo puntaje que el 529. Ganó un sujeto sin título, el segundo lugar fue para un GM y el tercero para un IM, quienes, supongo, imaginaron que este torneo iba a ser dinero fácil para ellos. A pesar de que mi nivel es apenas de un aficionado, igual me ilusioné un poco, ja, ja.

Ahora bien, hablemos de lo que debemos hablar de hoy: "Yo, loco", escrito por Antonio Altarriba y dibujado por Keko. El otro día hablamos de "Yo, asesino", que es la primera parte de la llamada Trilogía del egoísmo, que concluye con "Yo, mentiroso". Si bien cada historia, en estricto rigor, se puede leer de manera unitaria, yo recomiendo que se lean en el orden que fueron publicados, pues si bien "Yo, loco" no es ni una secuela ni nada similar de "...asesino", sí presenta una interesante y deliciosa continuidad de ciertos personajes y acontecimientos que, si bien no son vitales ni obligatorios, sí aportan un peso narrativo y dramático que quien haya leído el primer cómic sabrá apreciar en su mérito, mientras que en alguien que no haya leído la otra historia la presencia de esos "easter eggs" le causan más confusión  y extrañeza que inmersión.

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Primero que todo, supongo que no vale mucho la pena detenerse en el trabajo artístico de Keko, pues es la misma propuesta visual y estética de "Yo, asesino", sin presentar ningún tipo de decaimiento de calidad, al contrario, su poderío y justificación se sienten y se ven más rotundos, más potentes. Eso sí, tal como en la primera historia del blanco y negro destacaba el rojo, acá destaca el color amarillo y, por lo demás, podríamos decir que el dibujo apuesta por imágenes más contrastadas y de un marcado carácter expresionista y surreal, en consonancia con el tipo de historia que vemos. En cuanto al argumento, la trama, el relato, a diferencia de la historia del asesino, que, si bien era una historia con conflictos y personajes perfilados y retratados con profundidad y filosa agudeza, gozaba de una atmósfera y narrativa anticlimática, siendo una historia más conceptual que argumental, en tanto lo importante de aquella obra era establecer un paralelo entre la vida asesina del protagonista, con sus principios artístico-estéticos-morales grabados a fuego o hierro en su mente, y su vida de civil común y corriente, cada vez más decadente, frágil e insoportable, tan despojada que finalmente no le queda otra más que abrazar su faceta asesina, sin importar mucho las preguntas sin responder que quedaron en esa vida anodina e hipócrita (en donde no puede llevar a cabo su arte) que parecía despreciar su lado más salvajemente artístico. Me dejé llevar. Decía que "Yo, loco" se estructura de manera más decidida y cabal en lo que cualquiera podría llamar un thriller psicológico, cuyo motor principal es una conspiración que alberga una crítica social tanto como político-económica, en donde la tragedia de un hombre es a la vez el perfecto retrato del cruel y salvaje mundo de los negocios, particularmente el elusivo y críptico de los farmacéuticos. El protagonista es un dramaturgo frustrado que, luego de haber escrito un par de obras en su juventud, decide dedicarse a crear perfiles psicológicos o patológicos en la mayor farmacéutica del mundo, acá nombrada Pfizin (cualquiera puede saber a cuál se refiere, más aún en estos tiempos en donde las vacunas y, más importante, quiénes las fabrican, están en boca de todos). Su trabajo, más relacionado con el márketing que con lo científico o lo psicológico, consiste, básicamente, en crear enfermedades o, en su defecto, conductas nocivas y dañinas que requieran tratamientos con medicamentos. ¿Hablas muy bajo o lo que sea? ¡Zas!, se inventan un nombre para ese "mal" y un medicamento que te ayudará a superarlo. Claramente vemos la manera en que estas compañías, siniestra e inescrupulosas, juegan y lucran con la salud mental de la población, patologizando conductas normales e incluso necesarias con tal de capturar un público susceptible y ya devorado por el maremágnum de rígidos modelos conductuales que sirven más para producir y consumir que para contribuir a la calidad de vida y autorealización. ¿Han visto el corto "Smiling Addiction"? No es la gran cosa, pero refleja bien el asunto. Volviendo a "Yo, loco", el autor se inmiscuye en las siniestras telarañas de esta poderosa farmacéutica, mostrando sus secretos, sus tejemanejes, sus experimentos, sus métodos, sus jerarquías, etc., a través del progresivo deterioro mental y personal del protagonista, que al inicio ya sufre de pesadillas cada vez más intrincadas y extrañas, lo cual lo lleva a replantearse sus decisiones y reflexionar sobre la vida que lleva, sobre el peso de su pasado y la naturaleza del trabajo que realiza (más aún cuando aparece un colega dispuesto a destapar los sospechosas actividades de la empresa); pronto, todos estos problemas personales y éticos devienen en una pesadilla real que lo conducirán a un final oscuro y desolador, planeado y ejecutado con inteligencia, con no poca maldad incluso. Una historia perfectamente cerrada, aunque no de la manera más luminosa y feliz, he ahí el poderío de esta historia.

Totalmente recomendable, y piensen dos veces antes de tragarse cualquier cosa, sean pastillas o "verdades", que los poderosos les pongan por delante.


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