Emociones vs Decisiones
Como tú sabes, los seres humanos no somos muy racionales. De hecho, los estudios científicos demuestran que sometemos todas nuestras decisiones a procesos emocionales colmados de prejuicios, creencias e incluso rituales ancestrales. Esas emociones nos llevan tomar, muchas veces, decisiones incorrectas o creer en cosas que son totalmente falsas.
La buena noticia es que se ha investigado bastante, y bien, sobre las cuatro principales causas que diluyen nuestro “buen juicio” para tomar decisiones y las maneras cómo corregirlas.
Número uno: el sesgo del auto-servicio
En una encuesta para estimar cuáles celebridades irán al cielo el 79% ha coincidido que la Madre Teresa merecía ese divino privilegio, aunque todavía alguien más siempre logra mejores posibilidades de acceder al Paraíso. ¿¡Qué!? Así es: cuando se les preguntó sobre sí mismas, el 87% de personas dijeron que ellas también irían al cielo. ¡Y tú, también!, estoy seguro.
¿Por qué tenemos esta ilusión? Porque atribuimos nuestros éxitos y bondades a nosotros mismos, y culpamos a circunstancias ajenas o externas nuestros fracasos y equivocaciones.
Sesgo del Autoservicio
Por ejemplo, si percibimos que las personas nos responden con simpatía, es porque nosotros mismos percibimos que tenemos una personalidad encantadora. Pero si nos sentimos rechazados por otros, es simplemente porque no nos entienden.
Es cierto que esta orientación es buena porque protege nuestra autoestima. De hecho, las personas deprimidas muestran menor “sesgo del auto-servicio” que el promedio. Sin embargo, esta orientación también nos impide aprender de nuestros errores.
Si eludimos nuestra responsabilidad personal por nuestros fracasos, nunca tendremos la iniciativa para cambiar nuestros malos hábitos. ¿Cómo superamos esto?
Las investigaciones muestran que cuando estás con tus amigos este sesgo del auto-servicio desaparece (Fuente: Campbell y otros: “¿Entre amigos? Un examen de la amistad y el sesgo de autoservicio”, 1998).
Así que: ¡asegúrate que tienes amigos! Ellos te van a señalar tus “malas artes” y te ayudarán a mantener tus pies en el suelo.
Número dos: fluidez cognitiva
Esto consiste en lo fácil que es procesar y entender alguna idea. Cuánto más fácil es entender una idea, más inconscientemente creemos que es verdadera. Que algo sea fácil de entender, nada tiene que ver con sea cierta; “fácil” no es igual a “verdad”.
Por ejemplo, un experimento demostró que escribir un mensaje en un tipo de letra más legible hará que la gente piense que es más verdadero que el escrito con un tipo de letra más complicado.
Las personas confunden frases como: “La maldad aleja a la verdad” o “La maldad acerca a la mentira”.
Ambas expresiones tienen el mismo significado pero la primera frase genera mayor aceptación como verdadera porque rima; por lo tanto es más fluida para procesar y, en consecuencia, se entiende mejor (Matthew S Mcglone y Jessica Tofighbakhsh, 1999; fuente: “La Heurística de Keats: la rima como la razón en la interpretación del aforismo”).
Esto puede conducir a tomar malas decisiones: por ejemplo, en el primer día de cotización en bolsa de los títulos de acciones con códigos de identificación pronunciables superan en un 30% al valor a los títulos cuyas denominaciones son impronunciables; en el Mercado de Valores de Nueva York XFG, PHJ o KLN han logrado precios de salida 30% inferiores a los títulos de VAT, SKY o TAG (fuente).
La causa de la fluidez coginitiva
La fluidez de los códigos bursátiles provocó que los operadores de bolsa se sintieran más confiados en las Compañías fáciles de identificar, sin evaluar con objetividad su valor real. Pese a esto, después de seis meses, esas acciones con códigos fáciles de pronunciar cayeron al valor medio del mercado y se perdió todo el beneficio inicial sustentado en la mera “fluidez cognitiva”.
Así que la próxima vez que oigas algo que “suene bien” o “fácil de entender”, es exactamente el momento en que tienes que empezar a preguntar, analizar y dudar si lo que vas a decidir hacer es la mejor opción.
Número tres: la falacia del costo irrecuperable
Imagina que hemos pagado 20 euros para ver una película de 2 horas y después de 1 hora estamos convencidos de que la película es una intolerable basura. Queremos irnos del cine, pero nos retiene el sentimiento que estaremos desperdiciando nuestro dinero. Esta es la falacia del costo irrecuperable.
Mira, tanto si decides irte del cine o quedarte a ver el resto de una pésima película: ¡habrás perdido 20€! De hecho, debido a los 20€, te vas a pasar otra hora de tu vida perdiendo tu tiempo. Así que lo mejor será irse del cine.
Esta falacia está vinculada a la aversión que tenemos a perder. La idea de que gastamos recursos nos motiva a seguir “sentados en la butaca” a pesar de que, con claridad, se trata de una causa perdida.
Si hemos invertido tanto dinero sería un “desperdicio” irnos del cine, así que nos aferramos a la creencia que, pese a que ha transcurrido la mitad de la pésima película, hay una pequeña posibilidad de que las cosas mejoren. Sin embargo, esto no es lógico.
En todos los casos, conviene centrarse en los costos y beneficios futuros y evitar que las influencias de las pérdidas pasadas afecten negativamente en las decisiones que tengamos que tomar.
Número cuatro: el sesgo de confirmación
¡Atención! Éste es considerado entre los sesgos más peligrosos de nuestra mente; el sesgo de confirmación significa que sólo buscamos las evidencias que confirman nuestras creencias.
Esta orientación tan “humana” explica por qué tantas personas confían en creencias “anticientíficas”.
Por ejemplo, alguien que cree que los seres humanos somos naturalmente buenos buscan afanosamente las causas y las justificaciones que apoyan esta afirmación. Sin embargo, hay suficientes evidencias científicas que demuestran que los seres humanos somos inherentemente dañinos y, muchas veces, peligrosos para el resto de las especies animales y vegetales con las que convivimos.