Irán Aguilera
“Por ahora y para siempre” frase pronunciada por el comandante Chávez al final de la jornada del 4 de febrero de 1992, marcó el rumbo del devenir político de VenezuelaHoy se cumplen 24 años de un suceso que, sin duda alguna, ha marcado de manera indeleble la historia contemporánea de Venezuela: La rebelión militar del 4 de febrero de 1992 liderada por el Comandante Supremo de la Revolución Bolivariana Hugo Chávez Frías.
Mucha tinta ha corrido acerca de este singular acontecimiento histórico. Algunos lo han hecho desde la óptica estrictamente militar, otros, la mayoría, desde valoraciones más amplias como las de la política, o, incluso, no han faltado las emocionales. Pero ninguna, como es de esperar, se ha hecho sin tomar partido, a favor o en contra, y pudiéramos leerlas desde la moderación hasta el fanatismo. Ya el viejo Marx alertó sobre el cuidado con el que se deben mirar los sucesos históricos para no caer en extrapolaciones y generalizaciones abusivas que conspiren contra la especificidad de cada proceso. Aquí nos limitaremos a describir a grandes rasgos (por lo limitado del espacio) el curso histórico que desembocó en el 4F, sus consecuencias, como producto de la lucha del pueblo venezolano en unas condiciones históricas determinadas. Trataremos de describir cómo la dictadura del régimen político puntofijista de aquellos tiempos, las luchas del pueblo en contra de ese régimen corrupto y las ideas que las impulsaban no eran la causa, sino la consecuencia, debido al grado de descomposición al que había llegado el capitalismo dependiente venezolano, que se había amamantado por casi 100 años del ya para entonces agotado rentismo petrolero; todo un cuadro convulsivo agravado por la aplicación a troche y moche del dogma neoliberal, ordenado desde los centros mundiales del capitalismo globalizado imperialista.
Antecedentes:
El inevitable derrumbe del consenso de Washington como expresión en los hechos del fracaso del neoliberalismo puso al descubierto la verdadera esencia del Puntofijismo, pacto político de las viejas cúpulas de los partidos de la derecha, que desde 1959 se había impuesto sobre los venezolanos por mandato del imperialismo norteamericano, que lo exhibía en su vitrina como el modelo a seguir como contrapropuesta al ejemplo de la Revolución Cubana en este hemisferio. Para tal cometido se aprovecharon los inmensos recursos petroleros de nuestro subsuelo. En el Caracazo, la rebelión popular del 27 de febrero de 1989, el país había podido ver, claramente, dentro de las “vitrinas rotas” (Caldera dixit) por la furia popular lo que verdaderamente era ese desvencijado modelo democrático liberal burgués, de democracia formal representativa, a duras penas solo política, en donde el derecho a ser elegido y a votar quedó como la única oferta, pero con la modalidad adeca del “acta mata voto”. Mediante esa “democracia” se produjo un proceso de acumulación de capital y de todo tipo de groseras riquezas a favor de la llamada burguesía parasitaria, improductiva, compuesta fundamentalmente de importadores, comerciantes y banqueros, que es una especie muy deformada del capital financiero, escandalosamente especulativo, dependiente en condiciones de vasalla del capital transnacional. No podía ocurrir algo diferente. Por un lado eso provocó un caudaloso drenaje de la renta petrolera por los canales más corruptos hacia esos sectores privilegiados, y, por el otro, en contraste ominoso, se condenó a la pobreza y a la exclusión social a más del 80% de la población según algunos estudios como los de Fundacredesa, aunque el BCV con sus cifras conservadoras señalaba: 66.9% de pobreza general y 33% de pobreza extrema.
Con el país quebrado cerró Lusinchi la década de los 80. Había tenido que suspender los pagos de sus compromisos contraídos con la banca internacional, y, luego, dejó esa gigantesca hipoteca en manos de su sucesor Carlos Andrés Pérez, quien se dispuso a aplicar el llamado “gran viraje”. De manera que el Puntofijismo al verse a sí mismo cayéndose a pedazos se prosternó, sin dignidad alguna, buscando salvación, ante el Fondo Monetario Internacional (FMI) quien le impuso su recetario, el “paquetazo”: la liberación del mercado y privatizarlo todo, en otras palabras, entregar el país, desmontar el Estado Nacional con sus obligaciones sociales. Con ese “plan de ajustes” el FMI obligaba, como a todos los países que cayeron en sus redes, a pagar la inmensa deuda externa que los gobiernos de AD y Copei acumularon, precisamente, cuando a Venezuela entró la más grande bonanza petrolera jamás conocida. El régimen puntofijista adeco-copeyano sometió a nuestro pueblo a la política de shock del FMI (reducción del gasto fiscal, reestructuración del aparato estatal y un control estricto de la gestión presupuestaria) que trajo más explotación, hambre y miseria. El gobierno de Carlos Andrés Pérez, elegido en diciembre del 1988 cabalgando en la más vulgar demagogia y engaño, comenzó a desregularizar las relaciones laborales, eliminó los subsidios, liberó los precios y las tasas de interés, incrementó las tarifas de los servicios públicos, destruyó la seguridad social, redujo la inversión social y comenzó a privatizar empresas y servicios estatales, entre otras medidas antipopulares y entreguistas.
El impacto fue brutal en las condiciones de vida de las grandes mayorías populares. Se generalizó el descontento hasta hacer detonar la reacción del pueblo, quien había perdido la confianza en el gobierno, en los partidos y en todas las instituciones. La desesperanza cundió en la mayoría del pueblo quien se dispuso a hacer justicia con sus propias manos: 27 de Febrero de 1989, el Caracazo, el gran levantamiento popular que, desde Caracas como un reguero de pólvora, prendió por todo el país. El pueblo sin dirección alguna, sin líderes visibles, se lanzó a las calles en la primera rebelión a escala planetaria contra el neoliberalismo. La reacción del gobierno puntofijista no sorprendió a nadie: salió a proteger los intereses de la vieja oligarquía y demás elites corruptas; utilizó a las Fuerzas Armadas de entonces y a sus cuerpos policiales para masacrar al pueblo. Nunca se supo el número real de víctimas fatales porque las sepultaron sin identificar en grandes cantidades, aún no determinadas, en fosas comunes, como en aquella terrible y tristemente célebre llamada “La Peste”.
El Caracazo, sin duda, produjo un despertar en la conciencia de amplios sectores de la sociedad venezolana, incluyendo las Fuerzas Armadas. Aceleró el descontento que se venía incubando dentro de aquellas FAN, donde se venía organizando un movimiento patriótico liderado por el Comandante Hugo Chávez, que el 4 de febrero de 1992 se alzó en insurrección a favor del pueblo. Fue una formidable movilización con el nombre clave de “Operación Ezequiel Zamora”, que aquellos jóvenes militares comenzaron a ejecutar desde la tarde del 3 de febrero.
Consecuencias:
El 4 de febrero fue una derrota militar que luego se transformó en un triunfo político cuando el Comandante Chávez, en sólo 45 segundos, pudo dirigirse al país por TV. Como jefe asumió plenamente la responsabilidad de la rebelión, algo extraño en un país donde lo normal era que se eludieran las responsabilidades. Calificó a su movimiento de Bolivariano, nacionalista, que luchaba por rescatar la soberanía; electrizó al país cuando expresó que los objetivos no se habían cumplido “por ahora”, que en verdad no era una rendición, que la lucha seguiría en otras situaciones hasta el triunfo. Como corolario, por las condiciones históricas y sociales antes descritas, el apoyo masivo del pueblo no se hizo esperar.
La rebelión del Comandante Hugo Chávez y del grupo de oficiales y soldados patriotas ayudó a los venezolanos y venezolanas a reencontrarnos con nuestra identidad de pueblo libertador, con nuestro orgullo, con nuestra grandeza histórica, con la esperanza. Casi inmediatamente el pueblo desbordó las calles en lucha, logró fortalecer la unidad cívico-militar. Ríos humanos desafiaron y enfrentaron heroicamente la feroz represión de los estertores del puntofijismo. La movilización popular obligó al régimen puntofijista a sacar de la “cárcel de la dignidad” al Comandante Chávez. Después del glorioso 4F el Bravo Pueblo marchó unido en torno al liderazgo del jefe rebelde por varias fases de la lucha hasta el triunfo electoral del 6 de diciembre 1998; y luego, también junto con él, ese mismo pueblo estuvo activamente participativo y protagónico en la convocatoria y elección de la Asamblea Nacional Constituyente, proceso que dio a luz la Constitución Bolivariana de 1999, el programa del pueblo organizado para construir en paz, venciendo toda adversidad, la Revolución Bolivariana y Chavista, socialista, como lo hacemos en la actualidad con el liderazgo del Presidente Nicolás Maduro Moros.