Hace poco lancé, muy lejos de mi presencia, un libro. Intenté que volara por la ventana, pero como la había cerrado, el libro simplemente chocó contra ella. Calló al suelo, con sus entrañas abiertas. Veía sus letras, ordenadas hormiguillas, y no lograba dejar de odiarlo.
Me puse de pie y miré mi biblioteca. Tengo muchos libros, pero no todos me han gustado en realidad. Los catalogué y descubrí que el mismo odio que había sentido por el reciente libro (que aún estaba tirado con sus entrañas a la luz), me lo habían provocado otros. Pero, ¿qué me había molestado de todos ellos? Acá van algunos puntos que considero imperdonables en un libro:
1. El blablablá constante y sin destino
El escritor, por alguna extraña razón, decide agobiarnos veinte hojas consecutivas con un tema que nada tiene que ver con la trama central. Lo peor del caso es que no son veinte hojas llenas de acción o entretención. ¡Son veinte páginas llenas de aburrimiento! Pero decides darle una oportunidad al libro (al autor) y lees… y lees. Y mientras más lo haces, más te das cuenta de que la lata que te dio por veinte hojas que no sirven de nada. No aportan. O sea, como lector, alcanzas a darte cuenta de que esas hojas fueron puestas por simple relleno.
Los escritores deben aprender a discriminar qué sirve y qué no. Colocar la explicación pormenorizada de la fórmula de los transgénicos que se le inyectarán a los ajíes del Perú y que esta explicación ocupe cuarenta párrafos de tu libro (que trata sobre una historia de amor en Sudáfrica) es francamente desquiciante. Todo lo que no aporta a la historia debe quedar fuera. Está demás. No sirve. Solo dará volumen al libro y aburrirá al lector, el cual probablemente no nos volverá a comprar (y por ende a leer), porque asumirá que ese es nuestro estilo: llenar de mini historias superfluas que despistan, aburren y que no tienen destino.
2 El héroe que es demasiado perfecto
Una mujer con hermosos ojos verdes, cabello rubio, un físico de súper modelo, con un coeficiente intelectual de 391, a su 24 años posee cuatro títulos (enfermera, abogada, ingeniera, psicóloga y, más encima, concertista); ha resuelto los crímenes nacionales más connotados (los que la policía del país no ha logrado solucionar en tres años de investigación), vive en un departamento (que paga con la herencia de su padre), le saca la basura a la vecina y todos la aman porque es dueña de una perfección tan perfecta que no les queda más que adorarla... es una franca mentira y una enorme pedantería.
Hay autores que crean personajes demasiado alejados del común de los mortales. Inventan historias que el lector, muy lejos de admirar al protagonista, lo termina detestando. Nadie es perfecto. No nos enamoramos de un Hannibal Lecter porque es perfecto. Nos enamoramos de él porque es un maldito. Pero un maldito divertido. Matar no es bueno, pero logra divertirnos a morir cuando nos explica una receta de cocina preparada con el hígado de su víctima. Deja de ser un «perfecto asesino» para convertirse en el «psicópata perfecto».
El personaje debe tener vida. De preferencia, una vida normal, dentro de lo que es la ficción. Normal, como la de muchos o la de varios. Debe comer, ir al baño, tener ropa sucia, un vecino con el cual molestarse porque dejó botellas de cerveza en la bajada de la escalera, una secretaria que le echa el ojo, un amigo que se queja por su impotencia, hijos que lo hacen pensar qué será de ellos el día en que muera...
Debe caerse y golpearse, como todos. Quejarse y echar puteadas, como todos (o como muchos). La diferencia entre un protagonista que amamos y otro que odiamos está con el carisma con que lo dotamos. Darle vida a los personajes no es convertirlos en héroes, llenándolos de hazañas imposibles para un ser humano y con esto pretender que el lector quede convencido de su grandeza y genialidad. La literatura nos exige darles una vida real, con el suficiente carisma para que, a través de sus acciones, el lector decida si lo amará o lo odiará.
3. Los personajes que solo sufren
Eleonor es una mujer que cuida a su padre de un cáncer prostático. Está afligida: le quedan dos meses de vida, su exnovio le contagió una enfermedad. La relación acabó cuando él le fue infiel con la mamá de Eleonor, quien se fugó del país después de haber estafado a un vecino y su hija tuvo que pagar la deuda con sus propios bienes y con seis meses de cárcel...
Ese no fue un ejemplo de una protagonista con desgracias, es una perfecta desgraciada. Tal como no existe gente perfecta, tampoco existe gente que tenga puras penas en su vida. El sufrimiento extremo no es creíble, es cansador. Escuchar las penas de tu mejor amiga por unos días es bueno, pero cuando te aportilla por dos meses con la misma desgraciada historia, ¿no te dan ganas de gritonearla?
Si en la vida real existen personas que son algo masoquistas o medias sanguijuelas emocionales, en los libros efectivamente pueden existir, pero acotadas y con un fin claramente sostenido por la historia. Las personas que la pasan mal se lo deben buscar. Eso le da fortaleza a la trama. Pero los personajes sufridos porque sí, agotan. Puedes dotar a tus personajes de una terrible historia de vida y familiar, pero debes darle alguna luz de esperanza. Aunque incluso esa misma luz sea algo retorcida para los ojos del lector, como la vida de un psicópata.
No confundas un personaje acontecido, al cual le suceden muchas cosas raras, con un personaje que está maldito porque le pasan puras desgracias. Dota a tus personajes de alguna alegría, por ínfima que sea. Hay vidas que la pasan realmente mal, por ejemplo, una niña que es constantemente abusada por su padrastro. Pero si le preguntas por alguna alegría, te contestará, quizás, que disfruta mucho los domingos viendo Plaza Sésamo porque su madre canta las canciones con ella.
4. La trama fuera de foco
Javier la miró a los ojos y descubrió que el iris del ojo derecho era levemente más pequeño que el del izquierdo. Se levantó de su silla, pero de pronto decidió volver a sentarse. La miró nuevamente y quiso huir. Se sacó la servilleta y se puso de pie, luego se sentó. Estaba indeciso. Miró a su alrededor y pensó que ahora sí que sí. Tomó aire, puso las manos sobre la mesa y el mesero dejó la cuenta junto a la copa de agua, que de seguro era de la llave porque lograba sentir el sabor a cloro y óxido. Volvió a tomar asiento, debía cancelar la cena antes. Había estado queriendo ir al baño hace mucho rato, su vejiga estaba que reventaba, pero en ese momento decidió permanecer sentado buscando el dinero, el que no encontró, así que permaneció sentado por largas horas pensando en el iris disparejo de la mujer que acompañaba a un ejecutivo seis mesas más allá de la suya.
¿Esto ayuda al desarrollo del personaje? No. ¿Ayuda a conocer su psicología? Quizás. ¿Beneficia la trama? Definitivamente, no, aunque muchos dirán que depende del género. Narrar una escena es importante, pero más aún lo es narrarla con rapidez y encadenando al lector en la trama de la historia. El trabajo del escritor es hacer que lector siga leyendo, así que debe tener muy claro lo que desea contar y contarlo.
Debilitar la trama con personajes insignificantes no genera enganche en el lector. Y si este no se interesa y decide no seguir leyendo es porque no hay trama. El lector espera que los personajes (y en especial los protagonistas) «hagan algo». Si le cuentas todas las veces en las que un personaje secundario se sienta e intenta ponerse de pie, no favorece el ritmo de la historia y debilita lo que deseas contar. El lector avanzará hojas sin leer siquiera y llegará a la desagradable conclusión de que el escritor lo ha hecho perder su tiempo y dinero.
Ojo con irte al otro extremo y narrar historias como un teletipo, creyendo que así favoreces el ritmo de lectura y la velocidad en las acciones. Escribir consiste en contar algo y los detalles son importantes, pero la forma en que dosificas esos detalles, cómo acaricias al lector con ellos, lo es aún más.
Y hasta aquí los cuatro errores que considero imperdonables en un libro. ¿Conoces algún otro error que nos quieras compartir?