Mis 4 microrrelatos
LOS MUDOS
LOS TRES DISCÍPULOS
EL AULA VACÍA
LA ESCALERA DE LA FAMA
han sido publicados en la Revista Literaria mexicana
LOS MUDOS
Soy muy metódico, lo reconozco. En eso mismo estaba pensando ese día en la estación de metro. Todos los días salgo a la misma hora de casa y tomo el que pasa a las y diez. Siempre, con disciplina. Les contaré que llevaba, desde hacía tiempo, observando a aquella chica que toma el tren que va en sentido contrario. Igual de metódica que yo. En el último mes sólo hemos dejado de coincidir una vez. Una estadística cuasi exacta. Ella es la más puntual de la parte subterránea de la ciudad, en la que nadie habla con nadie. Por eso, aquí, me siento como pez en el agua. Soy mudo de nacimiento y, a veces, en sitios donde todos hablan; me desubico. Aquí no. Aquí no habla nadie, solo se miran. Como yo a la chica.
Ella no era consciente de que me alegraba verla desde el andén de enfrente, todos los días. Pero, cual no fue mi felicidad al ver que, haciendo una video llamada, empleó el lenguaje de signos. No sé si es muda o no, pero lo habla correctamente. Un día, me atreví a hablarla desde lejos. Con una sonrisa, que me lleno por completo, me respondió. Ahora, todos los días, puntuales; nos preguntamos cosas. Sé que sus padres se van a separar, que su novio encontró trabajo, que su jefe es un machista hediondo y que, por las tardes, estudia piano. Y ya ven, mis queridos lectores, que paradoja; los únicos mudos del subsuelo, somos los que más hablamos en esas sórdidas profundidades.
LOS TRES DISCÍPULOS
El maestro puso a sus tres discípulos delante, puesto que solo uno de los tres accedería a ser su alumno predilecto. Los otros dos se tendrían que conformar con aprender del mentor en las horas lectivas marcadas. El seleccionado sería acogido por el propio tutor en su seno como si de un hijo se tratara. Sentado frente a los tres, les hizo una pregunta clara: —¿Qué es la sabiduría?— Los seguidores se miraron con miedo a contestar, porque la cuestión entraba más dentro de la filosofía que de las reglas matemáticas. Uno, el más atrevido, se lanzó a ser prudente y contestó que no sabía. El segundo, titubeando, contestó que era la capacidad que tenían, unos hombres, de ser más listos que otros. Sonrió, además, sabiendo que no se había quedado en blanco como su otro compañero. Al tercero le pareció grotesca la respuesta del segundo y quiso ser más profundo, a lo que respondió que la sabiduría es la capacidad que tenemos los humanos de diferenciarnos de los animales. El maestro, decepcionado, le dio una segunda oportunidad al primero y éste respondió que para encontrar esas respuestas había cruzado medio continente, y que todavía era demasiado pronto para saber qué responder.
El maestro les mostró que, para él, la sabiduría es la capacidad que tenemos los humanos de diferenciar el bien del mal. Los tres, sincrónicamente, hicieron una reverencia al escuchar una de las enseñanzas del ilustre anciano. El primero preguntó que cómo podría él diferenciar el bien del mal. “Buena pregunta” respondió el profesor, e invitó a que le respondiera alguno de los otros compañeros. Uno de ellos, viendo que se estaba quitando a un rival fácilmente, comentó que el bien es lo que está escrito en las leyes y el mal es lo que las incumple. El otro, contestó que le parecía lo mismo, añadiendo que las leyes deberían ser las sociales y las divinas.
El maestro dio por finalizada la prueba. Uno de ellos le recordó que él había dicho que serían tres preguntas y que faltaba una. El anciano, levantándose, se dirigió a la puerta de salida y antes de abandonar el templo se giró y les dijo que había dado un punto a cada repuesta acertada o cero a cada respuesta fallada. Por tanto, como el primero había conseguido dos puntos y los demás cero, no cabía la tercera pregunta. Uno de ellos, un poco indignado, interpeló, diciendo que el primero no había contestado a ninguna de sus preguntas, ¿Cómo es que había conseguido dos puntos? A lo que el maestro manifestó que “seguramente los tres serían grandes monjes en el futuro pero que solo la gente que busca respuestas, necesita un maestro”.
EL AULA VACÍA
Presentía que algo no iba bien cuando el chófer que me fue a recoger al aeropuerto se limitó a saludarme y nada más. No es que tuviéramos mucha confianza, pero yo ya había impartido clases magistrales en esa universidad varias veces y habíamos llegado a tutearnos. Al llegar a la puerta, me recibió el secretario del director, muy serio. Ya deduje que algo fallaba. —Sólo se ha apuntado una persona a tu clase—, me dijo preocupado, antes de preguntarme si la quería suspender. Me negué en rotundo. Una persona merece el mismo respeto que cien, contesté sin dudarlo.
El director, más sonriente, me agradeció la deferencia y alabó mi determinación. Sospecho que pensaba que yo estaba fingiendo y que la decepción la llevaba por dentro. Nunca había dado una charla a menos de cincuenta personas y eso era lo único que me preocupaba. ¿Sabría desenvolverme y hablarle a una persona sola como cuando lo hacía para cientos? Aunque, a decir verdad, lo que realmente me estaba incomodando era ver a todos los que me rodeaban, tristes y; más aún, las muestras de condescendencia con las que intentaban alegrarme. Como si les diera pena por lo que ellos calificarían de extremo fracaso el tener un aula vacía.
Yo decidí tomármelo en positivo. Se me estaba dando la oportunidad de probarme una faceta nueva. Agarraría la charla en serio, para que esa persona, fuese quién fuese, saliera de mi disertación con la sensación de que había valido la pena haber pagado por ella. Qué menos.
Como soy un poco supersticioso, me encerré un rato conmigo mismo para hacer mis rituales: meterme bien la camisa dentro del pantalón, soltarme un poco el cinturón para que no me apriete, mojarme el pelo para que se quede bien repartido, colocar en el bolsillo mi bolígrafo de la suerte, etc. Y, allí que me fui. Expectante, excitado, seguro de que iba a ser una clase que no olvidaría nunca. Entré en el aula y allí estaba ella, sentada mandando mensajes con el móvil. Desde que me vio entrar, lo apagó y lo guardó con prisa. Y yo, me puse nervioso como nunca lo había hecho en mi vida.
Era una joven rubia de mirada dulce. Por su tópico físico no pegaba en una charla sobre la ausencia de lluvia en los procesos eruptivos. Pero, ahí estaba. Empecé hablando de los distintos tipos de magma, atendiendo a su composición mineral. con una torpeza inusual en mí. A trancas y barrancas, terminé y la chica solicitó hacerse una foto conmigo. Cosa que agradecí y acepté con la condición que me la mandara por wasap. Nos dimos los teléfonos y nos dispusimos a salir. El director, que venía con su esposa, me pidió que le acompañara a comer a un restaurante cercano. Accedí y le pedí a Irene que si se apuntaba con nosotros. El nombre me encantó cuando me lo dio al proporcionarme el número de teléfono, porque se llamaba igual que mi abuela.
Al año siguiente tuve que volver a la universidad a dar otra charla. La cara que puso el chófer al venir a recogerme al aeropuerto y verme salir de la mano de Irene. Me sonrío, me abrió la puerta, me tuteó y me trasladó; sin parar de hablar y de lo mucho que me admiraba. Yo no entendía el porqué de tanta devoción. Me explicó que en primer año que nos habíamos conocido le di un consejo: “trata siempre de disfrutar el éxito y de transformar el fracaso en una nueva oportunidad”. Y yo, le había demostrado que soy de los que cumplo mis propios consejos.
LA ESCALERA DE LA FAMA
Qué lejos quedan esos aplausos. Todavía los escucho cuando veo esas fotos, muchas de ellas en blanco y negro, de mi época de esplendor y triunfos. Pese a mi ancianidad que me adormece, todavía conservo intactos los recuerdos, quizás de tanto evocarlos en mi cabeza, al escuchar mis canciones para no olvidar quién fui.
A pesar de mi edad, he sabido mantener con discreción los amores que pasaron por mi vida. No creo que a ustedes les haga falta saber los nombres. Lo que sí deben de notar, llegados a este punto, es que se morían a mis pies los más ilustres. Y les aseguro que habría ganado mucho dinero, en su momento, revelando las identidades. Pero, esa no es mi guerra.
De todos los recuerdos, el más doloroso es el del día que me di cuenta que ya no era esa estrella que llenaba escenarios y revistas. Me situaba en lo alto de una escalera y se tiraban centenares de hombres a darme la mano para bajar. Luego fueron decenas, luego unidades. Hasta que, un día, me tocó bajar la escalera yo sola. Hundida, me retiré a esta apartada estancia desde donde les escribo. Feliz. No lo niego. Solo les digo que llenen su vida de amores, vivencias y anécdotas que haga que, recordarlas, los mantenga como si estuvieran vivos. Muy vivos.
*Dedicado a la mujer que me lo contó (y de la que no necesitan saber el nombre)
La revista entera la pueden leer aquí:
Esta publicación nace a raíz de la gira que 13 autoras/es canarios hicimos por los estados colindantes a Ciudad de México en el mes de septiembre de 2024. Gracias a su directora Gaby Condesa por el buen trato que nos dio y este ilusionante regalo.