Que los valores de los mercados hayan penetrado en el ADN de la convivencia social explica en gran medida la desvinculación social. Consumismo e individualismo han ido deshilachando la frágil materia que nos permite sentirnos parte de un grupo o una comunidad. Muchos son los valores personales en los que se criaron, sin ir más lejos, la generación de nuestros padres, actualmente son ninguneados, incluso desacreditados, por ese ente inaprensible que denominan mercado. Pero sus tentáculos mercantilistas han ido penetrando hasta alcanzar los cimientos sociales, erosionando el sentido de ciudadanía y de bien común.
La iglesia, por mencionar otra sólida institución, destapa decenas, centanares, miles de casos de pederastia en su seno. La institución que más debería velar por la integridad, la física y la moral, de la sociedad, permite que muchos de sus miembros hayan destrozado las vidas de sus seguidores más vulnerarables (los niños) y cuando se descubren los casos, su reacción es ¿expulsar a algún párroco o cambiar de diócesis a algún obispo pederasta?
Las alarmas deberían saltar, pero ningún estamento reacciona. Sin darnos cuenta, cada vez nos acercamos más a la sociedad que dibujaba la película Matrix. Va a resultar premonitoria aquella escena en que aparecían extensiones inmensas de vainas, cada una de las cuales contenían a un ser humano. Allí dentro se criaban (se mantenían sus constantes vitales quiero decir) conectados a matriz, en donde vivían una falsa realidad. El beneficio que obtenía la máquina de ellos era energía, la electricidad basal que generaba cada cuerpo humano. Extensos campos donde eran cultivados los seres humanos para extraer un espurio beneficio de ellos.
Como decían los sabios galos: "Están locos estos romanos".