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410. Día de reyes

Publicado el 06 enero 2025 por Cabronidas @CabronidasXXI

    Era día 5 de enero de 2025 y había anochecido. Uno de los empresarios más ricos de la zona euro, desde la azotea de uno de sus edificios, se estaba fumando un puro en compañía de su hijo de dieciséis años. Desde aquella altura, los contribuyentes, consumidores y algún que otro parásito sin apellido de alcurnia, parecían algo menos que hormigas. 

    —No sé, papá. ¿Tú crees que seguirán tragando?

    —Bah, no te preocupes. Siempre tragan vendas lo que vendas. 

    —Ya, ya, pero es que no paran de comprar los mismos productos año tras año. La mayoría de ellos ni siquiera esperan a que la obsolescencia programada les diga cuándo tienen que volver a gastarse el dinero. Papá, ¿no nos estaremos pasando?

    — Ja, ja, ja, claro que no. Todo obedece a la misma lógica. Ninguna de las personas que ves ahí abajo se han preguntado hasta qué punto es necesario que un móvil pueda realizar mil y una funciones además de la principal. O para qué necesitan las familias un escáner, un coche de doscientos caballos y una impresora cuyos cartuchos, según el poder adquisitivo, valen más que la propia máquina. Tan solo adquieren por imitación, por envidia e impotencia. 

    — Sí, papá, pero me resisto a creer que no se den cuenta de que todo es un engaño. No hace mucho, por ejemplo, les vendimos los televisores de plasma a doce mil euros, luego rebajamos el precio, e incluso nos sacamos de la manga modelos ridículos para que el más pringado tuviera su pequeña pantallita en el comedor. Y así con cualquier aparato. Entiendo que tengamos que ofrecerles la tecnología migaja a migaja, pero tiene que haber un límite, ¿no?    

    No era una noche muy fría. Avaricius le dio una buena calada a su Gurkha Real. Con su brazo izquierdo rodeó por los hombros a su hijo Codicius y lo miró con cariño.

    —Hijo, ya saben de sobra que todo es un engaño, pero hemos conseguido que no les importe, ¿entiendes? No se trata de lo que ofreces, sino de cómo lo vendes. Y de seguir convenciéndoles de que sus vidas ya no pueden ser de otra manera. Es algo así como nuestros amigos los bancos: hemos conseguido que nadie pueda prescindir de ellos. 

    —Sí, papá, eso lo entiendo; la manipulación en los medios de comunicación, en las redes y las ofertas engañosas. Yo me refiero al talento, al espíritu. ¿No se dan cuenta de que por muy moderna que sea la cámara digital, el ordenador, el móvil, la IA o lo que sea, la falta de talento será la misma que demostraban antes?

    —Ja, ja, ja, ahora te pareces a tu madre, pero escúchame bien, Codicius, esto no tiene nada que ver con el arte y la sensibilidad. De hecho, la creatividad está relacionada con la escasez de medios, aunque si lo supieran dudo que les importase. Hijo, lo único que les importa es no quedarse desactualizados. Y si no quieren desactualizarse van a tener que comprar el cacharro que a nosotros nos dé la gana. Nosotros marcamos la tendencia y conseguimos que consumo y estupidez sea la misma cosa. Fin de la historia, ¿comprendes?

    —Pero, papá, ¿qué pasa con todos esos cacharros que la gente ya no quiere aunque funcionen? ¿Dónde van a parar? 

    —Con esos aparatos no pasa nada de nada, hijo. Nadie reciclaba antes, al menos en el fondo del asunto, y nadie lo hará ahora. Algunos los guardarán en el armario por vergüenza o para coleccionarlos, y otros los tirarán al contenedor más próximo. Lo importante es que siempre quieran estar actualizados, y que sus hijos, ya desde preescolar, aprendan a cometer los mismos errores.

    —Creo que ya lo he entendido, papá. Aunque... después de lo que hemos hablado... ¿Me enseñarías la nueva tendencia tecnológica prevista para el 2028? Me ha dicho mamá que no hay grandes cambios, pero los suficientes para que la gente se vuelva loca. 

    —Ja, ja, ja, ja, claro que sí, hijo. Ven aquí. —Avaricius engulló a su hijo Codicius en un caluroso abrazo. Sin duda era su bien más preciado, y el sustituto adecuado para el día de mañana dirigir el imperio. 

    Entretanto, los Tres Reyes Vagos ya habían llegado del lejano Oriente a ciudades occidentales. Y como tenían el don de la ubicuidad, desfilaban por ellas al mismo tiempo, repartiendo saludos y caramelos a miles de pequeños y potenciales consumidores. 



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