Medina del Campo fue el lugar elegido para la segunda fundación teresiana. Supuso el inicio de una expansión que llevaría a la santa a abrir un total de diecisiete conventos por la geografía española. Este año 2017 se cumplen 450 años de la fundación del monasterio de San José de Medina, que tuvo lugar el 15 de agosto de 1567.
Desde el Ayuntamiento de la villa, ya han anunciado la celebración de una semana teresiana, cuyo programa se está ultimando, y unas jornadas gastronómicas, tal como recoge el Norte de Castilla. Incluso se ha tanteado, por parte de la comunidad de carmelitas descalzos, la posibilidad de crear una hospedería para los peregrinos. En los próximos meses, se irá viendo si el proyecto es viable.
Para irnos preparando a este aniversario, ofrecemos este relato sobre los avatares de esta nueva casa:
Medina del Campo, donde todo salió al revés de lo pensado
Luis J. F. Frontela
Para Vos nací
Durante la visita del P. Rubeo, superior general de los Carmelitas, a Ávila en abril de 1567, la Madre Teresa, tras entrevistarse con él, al que causa una muy buena impresión, consigue patente para fundar conventos, como el de San José, “en cualquier lugar del reino de Castilla”. Una segunda patente, con fecha del 16 de mayo, aclara qué entiende por reino de Castilla: “ha de ser de Castilla la Vieja o la Nueva”, no Andalucía. Las fundaciones se harían bajo su obediencia, sin que ningún provincial ni vicario o prior mandase en ellas. Por cada fundación le permitía sacar “dos monjas de nuestro monasterio de la Encarnación, las que quisiesen y no otras”.
Medina del Campo
Medina del Campo era uno de los cruces de caminos más importantes en España, allí se juntaban los procedentes de Burgos, Toledo y Portugal. La Villa de las ferias era un lugar próspero, populoso, asiento de banqueros y mercaderes. Y en Medina pensó la madre Teresa para su segundo “palomarcito”. Buscaba como asiento de sus conventos lugares ricos, con capacidad de dar limosna y en donde evitar fundadores exigentes y quisquillosos. Medina se encontraba “no muy distante de Ávila”, dos días de camino.
Para llevar a cabo la fundación, buscó la ayuda y el apoyo de “los padres de la Compañía”, que estaban establecidos en Medina del Campo. Envía a su fiel capellán Julián de Avila con carta para el P. Baltasar Álvarez, su confesor años antes en Avila, y en ese momento rector de los jesuitas, pidiéndole intercediese ante el abad para conseguir licencia para fundar un convento de monjas sin renta. La madre Teresa nos confirma que “él y los demás dijeron que harían lo que pudiesen en el caso, y así hicieron mucho para recaudar la licencia de los del pueblo y del prelado”. No obstante, Julián de Ávila tuvo que gestionar en Medina la concesión de licencia para fundar en la villa. Sus gestiones consiguieron que el provisor del obispado, Andrés Agudo, firmase, el 29 de julio, la licencia para fundar. Fue el gremio de mercaderes el que aceptó la fundación. Tanto Simón Ruiz, mercader, vecino y regidor de la villa, como Diego de León testificaron a favor de la fundación de las Carmelitas, afirmando que es “cosa muy santa y buena que en esta villa de Medina del Campo hubiese un monasterio de monjas de la orden de Nuestra Señora del Carmen”, las cuales “harían mucho provecho” por “su doctrina y buen vivir”.
Hacia Medina
Conseguida la licencia, se organizó la expedición. Cuenta Julián de Ávila que “iban tres o cuatro carros con las monjas y ropas que al presente era menester y con mozos bastante a pie y no me acuerdo si iban más a caballo que yo”. La expedición estaba formada por la madre Teresa y siete monjas, cuatro de la Encarnación: Isabel Arias y Teresa de Quesada, y las hermanas Inés y Ana de Tapia, primas suyas; Ana de los Ángeles, subpriora de San José, su sobrina María Bautista y la postulante Isabel Fontecha, que tomará el nombre de Isabel de Jesús, y que, al no haber podido entrar en San José de Ávila, se ofreció para la nueva fundación. A la madre Teresa, que se encontraba sin blanca, le vino bien la dote de la postulante, pues, aunque no era abundante, sirvió para pagar el alquiler de la casa y cubrir los gastos del canino.
El camino
En la madrugada del 13 de agosto, salieron de San José de Ávila y, atravesando el puente sobre el Adaja, se dirigen hacia Naharrillos de San Leonardo, desde donde se adentra en Cardeñosa. Desde aquí, siguiendo por la orilla derecha del riachuelo Las Berlanas, se encaminan por Peñalba de Avila y Revilla hacia Gotarrendura, lugar bien conocido por ella, donde había pasado temporadas en sus años de infancia y adolescencia. Desde Gotarrendura, ya en la llanura de la Moraña, por la ermita de San Martín en los alrededores de García Hernández, Villanueva de Gómez, el Bohodón, Tiñosillos, donde siguen por el camino de las Burras o Calzada de Ávila, pasan por Pajares, donde toman la Cañada Real para llegar a la villa de Arévalo, entrando por la ermita de la Lugareja.
En Arévalo, donde llegan “cansadas por el mal aparejo que llevábamos”, el sacerdote Alonso Esteban les había preparado acomodo en la posada de unas devotas mujeres. Pero antes de alcanzar la posada, comenzaron a llegar malas noticias. De momento, el dueño de la casa arrendada por Julián de Ávila les hace saber que “de ninguna manera saliesen las monjas de Ávila”. Esto ya no podía remediarse. La causa era que los frailes agustinos no estaban de acuerdo en que se levantase convento de monjas, y el arrendador, por no enemistarse con ellos, no estaba dispuesto a que las monjas ocupasen la casa.
A Ávila no podían volver. En la ciudad no habían faltado comentarios despectivos augurando un rotundo fracaso a la expedición. El P. Pedro Fernández, que andaba por Arévalo, la animó a seguir; el prior de los Carmelitas, que se había acercado hasta Arévalo, la alienta a proseguir el camino, pues en la casa que tenía medio comprada podían adecentarse algunas partes donde decir misa y “donde las religiosas se recogiesen”. Teresa se da cuenta que no podía llegar a Medina “con tanto ruido de gentes”, por lo cual despidió a la comitiva que la acompañaba, quedándose sólo con las monjas, y de éstas a las cuatro monjas de la Encarnación las mandó a Villanueva del Aceral, a casa del cura párroco, Vicente de Ahumada, primo suyo y hermano de dos de las monjas, las hermanas Tapia.
Y ya que había que asegurar la casa, la Madre Teresa y sus acompañantes se encaminan a Fuente el Sol a ver a María de Suárez, dueña de las casas, que accedió a la venta y le dio una carta para que su mayordomo le entregase la casa y le diese los tapices que había en su casa y una cama de damasco azul. Solucionado el problema de la casa, mientras el P. Antonio volvía a Medina, la comitiva de la Madre se dirigió hacia Olmedo, donde se encontraba descansado su amigo el obispo de Ávila, Don Álvaro de Mendoza. Al anochecer, y en el coche del obispo, parte para Medina.
Poco ante de media noche, Julián de Ávila aporrea la puerta del convento de los carmelitas para prevenir a los frailes, que a esa hora ya dormían, de la inminente llegada de la Madre. Cuando llega la Madre Teresa al convento de Santa Ana, eran las doce de la noche. Como no había tiempo que perder, acompañada de algunos frailes, de Julián de Ávila y de las monjas, tomando todos lo necesario para acondicionar la casa y evitando atravesar el centro de la Villa, dieron un rodeo por las afueras, para llegar a la casa. Cuenta el P. Rivera que “los que les topaban, viendo frailes y clérigos y mujeres, decía cada uno lo que se le antojaba, con la libertad que la noche da a semejantes palabras; pero como no era la justicia, dejábanles pasar. Ellos callaban y alargaban el paso”. Aquella noche, víspera de la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, andaban conduciendo los toros desde la dehesa hasta los toriles en el interior de la villa, de donde serían soltados al día siguiente para el encierro en honor de Nuestra Señora y –apostilla la madre Teresa–”fue harta misericordia del Señor, que a aquella hora encerraban toros para correr otro día, no nos topar alguno”.
La casa
Ya en la casa, aporrean la puerta, despiertan al mayordomo, que les abre la puerta. Entrando en un gran patio, vio la Madre las paredes caídas, pero “no tanto como ellas estaban, y como parecieron después de día”. “La casa estaba tan sin paredes”. El portal, donde se había de poner el Santísimo Sacramento, estaba lleno de tierra, “a teja vana”, se veían las estrellas, y “las paredes sin embarrar”, sin lucimiento. Había que limpiarlo, y “todo faltaba” para adecentarlo en las pocas horas que quedaban hasta el amanecer. Solo tenían tres reposteros que no eran suficientes para tapar las paredes, pero tampoco había clavos para sujetarlos. El mayordomo trajo los tapices que la dueña les había dado. Mientras las monjas sacaban la tierra y limpiaban el portal, los frailes y clérigos intentaban, como podían, tapar aquellas paredes sucias y desvencijadas.
La fundación
A las cinco de la mañana del 15 de agosto de 1567, cuando rayaba el alba, en la calle de Santiago, tañía una pequeña campana, anunciando la fundación del monasterio de San José de monjas carmelitas. Ante el sonido acudió tanta gente que “no se cabía en el portal”. Dijo la primera misa fray Antonio de Heredia, prior del convento de los carmelitas y acabada la misa quedó expuesto el Santísimo Sacramento. El escribano público, Diego González, levantó acta del acontecimiento. Entre los testigos de la fundación estaban Julián de Ávila, el sacerdote Alonso Muñoz y los carmelitas fray Lucas de León y fray Antonio Sedeño. Nos dice la Madre Teresa que ella “estaba muy contenta, porque para mí es grandísimo consuelo ver una iglesia adonde haya Santísimo sacramento”.
La Madre Teresa estaba contenta, aunque todo había salido al revés de lo pensado, pues, como diría Julián de Ávila, el Señor la había mortificado y humillado. La casa no era la esperada ni la más apropiada para vivir monjas, y ella no había entrado en Medina “con tanta autoridad” como deseado, todo lo contrario, lo había hecho de noche y casi a escondida, pero al fin había fundado su segundo convento. No todo fueron alegrías, pronto se dio cuenta del estado del lugar: “llegué por un poquito de una ventana a mirar el patio, y vi todas las paredes por algunas partes en el suelo, que para remediarlo era menester muchos días… Cuando yo vi a Su Majestad puesto en la calle, en tiempo tan peligroso como ahora estamos por estos luteranos, ¡qué fue la congoja que vino a mi corazón!” Y pidió a Julián de Ávila que buscase casa alquilada, “costase lo que costase”, lo cual no era fácil, pues Medina andaba escasa de viviendas. En su ayuda llegaron los bienhechores, entre ellos el mercader Blas de Medina que cedió a las monjas la segunda planta de su casa, situada en la Plaza Mayor junto a la colegiata de San Antolín. Y con él otros muchos que “nos daban harta limosna para comer”, como Elena de Quiroga, viuda y dirigida del P. Baltasar Álvarez que ofreció su ayuda para “hacer una capilla donde estuviese el Santísimo Sacramento, y también para acomodarnos cómo estuviésemos encerradas”, con el tiempo una de sus hijas, Jerónima, entrará de monja en el convento de San José de Medina del Campo, tomando el nombre de Elena de Jesús.
El 30 de agosto llegaban a Medina las cuatro monjas de la Encarnación que había dejado en Villanueva del Aceral. La casa de Blas de Medina, aunque capaz para un vecino, era “estrecha y pobre para un convento”, de ahí que la sala que servía de dormitorio, quitadas las camas y “colgando en medio una estera, durante el día servía de cocina y refectorio”. Hechas las reparaciones, a finales de octubre, pudieron volver las monjas a la casa de la calle Santiago, y la madre Teresa nombró priora a Inés Tapia (Inés de Jesús), prima suya y una de las monjas de la Encarnación que la habían acompañado.