Nuestro tercer día en París lo destinamos a cumplir con el objetivo de nuestro viaje: firmar nuestro próximo contrato laboral.
MIÉRCOLES
A pesar de haber estado unas 9 horas en Versalles no vimos nada. Solamente el gran palacio de la monarquía francesa ligado al Rey Sol, Luis XIV. Pero lo vimos de lejos, que el calor que había era inhumano y 8 horas de reunión laboral en francés agotan a cualquiera.
Tanto para ir como para volver a Versailles desde París tomamos la línea C del RER. Estos trenes tienen dos alturas y desde el piso de arriba fuimos contemplando el paisaje mientras el viento soplaba.
Después de sobrevivir al peor día de la ola de calor, la noche parisina nos esperaba. El viaje nos coincidió con la Fête de la Musique. Es un festival de música nacional en el cual, durante la noche, la ciudad rebosa de todo tipo de artistas realizando actuaciones improvisadas en directo. Esta fiesta musical es celebrada el 21 de junio todos los años y, esta vez, nosotras nos pudimos recostar en las escaleras del Sena, debajo de Notre Dame, y escuchamos animar la noche a Nicolas Baudet con la colaboración de Clémence. Por ahí por el vídeo salimos nosotras, ja, ja, ja. Fue una noche parisina total.
JUEVES
Mientras las infelices de nosotras buscábamos una copistería para hacer copia de los papeles para alquilar nuestro “futuro piso”, recorrimos el barrio de Saint Michel. Y digo infelices de nosotras porque por la tarde descubrimos que fue un timo, el “propietario” nos dio plantón y suplantó nuestra identidad llevándose nuestro dinero en una oficina de correos. Algún día explicaré este capítulo del viaje para que nadie sea tan ingenuo como nosotras, pero por ahora no tengo ánimos.
Felices recorrimos las calles de Saint Michel y me hice con el librito que todo turista parisino que se precie ha de tener: Paris par arrondissement.
Pasamos al lado de lugares tan emblemáticos como el Panteón o la Universidad de la Sorbona, y nos fuimos a Arpajon en la línea C del RER para resolver (o más bien no resolver) el tema de nuestro futuro alojamiento.
ARPAJON
El pueblo me pareció muy guapo y tranquilo. Pero en estos momentos siento una relación amor-odio hacia él. Al descubrir que fuimos timadas nada más llegar, nos lo recorrimos de arriba a abajo buscando una solución. Mira que es pequeño, unos 10.000 habitantes, pero madre mía la cantidad de pasos que hicimos bajo aquel calor sofocante.
Para guarecernos un poco del sol y templar la frustración, la rabia, el enfado y el disgusto, estuvimos en la iglesia de San Clemente y en la plaza del mercado.
Los comerciantes se reúnen para mercar con sus bártulos y comestibles bajo esta estructura tan característica. Los lugareños se sienten orgullosos de ella ya que forma parte de la identidad de los arpajinos, arpajoneses… La verdad que no sé decir en español su gentilicio…
Este poblado, en un comienzo, venía a ser un castro que se llamaba Châtres sous Montlhéry. Este territorio es adquirido por Louis II de Séverac, quien lo transforma en un marquesado al que llama Arpajon.
Para asentar el nombre entre las gentes se dedicaba a recorrer las calles y a preguntar a los lugareños cómo se llamaba el lugar. Quienes respondían Châtres recibían un bastonazo. Quienes acertaban contestando Arpajon eran premiados con una moneda. Un método más que efectivo el de Louis II de Séverac.
Una vez que ya no tuvimos nada más que intentar arreglar en Arpajon, retiramos a Montmartre a ahogar nuestras penas. Si tenéis que llevar recuerdos de París, os recomiendo comprarlos aquí, es el lugar donde más baratos están los souvenirs.
Como ya os conté en el día 1, tomamos el funicular con el billete antipolución y allí arriba, a los pies de un imponente Sacré-Coeur, vimos París cambiando sus colores por los de la noche.
Un ambiente alegre, juvenil, distendido e intercultural nos rodeaba en esa puesta de sol. Noches como ésta hacen olvidar las penas en París.
VIERNES
Toca volver a casa. Nuestro trayecto fue aeropuerto de Orly, Lisboa, Oviedo. Volamos con la compañía portuguesa TAP (excelente) y me he quedado con unas ganas locas de aprender portugués. Bom día. Obrigada. Lo único que sabía decir y lo usé =)
No quiero cerrar este viaje sin contaros un par de cosas que me llamaron la atención.
Numerosos portales no tienen llave. Se abren con un código de entrada, el digicode, que por lo visto es modificado periódicamente.
Por el Sena vi circular motos acuáticas a toda velocidad.
En los restaurantes y cafeterías si no quieres que te cobren el agua, tienes que pedir une carafe d’eau (una jarra de agua) y te traen agua del grifo.
En supermercados, centros comerciales, museos, estaciones… los de seguridad vigilaban lo que llevabas en el bolso y antes de entrar en los sitios te pedían que abrieras los bultos que llevabas. También mucha policía y metralleta, es lo que tiene estar en un nivel tan alto de alerta terrorista. Este plan de seguridad nacional se llama Vigipirate, con el cual se dan mayores medidas de seguridad en diversos lugares públicos.
Las bicicletas que transportan turistas son torbellinos. Vimos una en la Plaza de la Concordia que madre mía de mi vida. ¡Pasaba por encima de los coches! Porque claro, la bicicleta pasaba, pero el carrito de detrás con los turistas iba arramplando con todo…
Mucha ciudad de la moda pero había cada ser con unas pintas más innobles… Eso sí, me encantó que es una ciudad cero prejuicios y nadie miraba para nadie. Excepto yo, que iba mirándolo todo en aquel maremágnum.
Me chocó mucho que no hubiera casi perros. Los mendigos sí que los tenían haciendo compañía. Pero a lo largo de la semana no vi casi ninguno. No sé si fue debido a la ola de calor y que por ello no los sacaban, o igual es que en París no se lleva tener mascota.
Fue un viaje fuera de lo común y para repetir pero sin calor, ni gestiones, ni engaños. Sólo dedicarnos a París y París a nosotras.
À bientôt Paris!
P.D.: Para documentar un poquito estas 3 entradas sobre mis 5 días en París me apoyé en las siguientes tres guías que saqué de la biblioteca de Oviedo.