Perú será siempre un destino especial para mí, pues marcó en cierto modo mi profundo amor por los viajes. Corría el año 2008, estaba acabando la carrera y Latinoamérica era mi objetivo claro. Pero no tenía los detalles, que se fueron forjando por el camino. Por entonces, Internet no era la herramienta que es hoy en los viajes, ni siquiera en la forma de comunicarnos y era todavía un poco niña. Pero me fui 21 días a Perú y dada la inconsciencia de mi forma de viajar por entonces, hubo un montón de momentos especiales. Os contaré cinco de ellos.
La primera noche sola: en el hotel para conocer Machu Picchu
Aunque había viajado sola al país, en Cuzco me esperaba una amiga, con la que pasé los primeros días en la ciudad, tan popular por su pasado histórico. Fueron días de estar en el país como si fuéramos de allí, pero menos turísticos. Por eso, el viaje más intenso comenzó cuando mi amiga se fue y yo puse rumbo a conocer Machu Picchu, que no necesita presentación.
Los hoteles en Machu Picchu se suelen situar en el pueblo de Aguas Calientes, a las faldas del archiconocido tesoro natural y arqueológico de Perú. Era un buen alojamiento porque sabía que necesitaba cierta comodidad para no sentirme en un lugar tan diferente que me generara desconfianza. Pero aún recuerdo cierto temor. El de los primeros pasos. Con el estruendo de la naturaleza al otro lado de la ventana, dado que el río bajaba a pleno pulmón.Machu Picchu pueblo, como también es conocido, es un lugar muy turístico, pero no olvidaré nunca mi paso por allí. Porque llegué en taxi con una mujer con la que aún a día de hoy tengo contacto (bendito Internet) y porque me dio la confianza para emprender el camino sola.
Mi experiencia en Machu Picchu
Aunque en los viajes largos, a día de hoy no siempre los lugares más famosos son los que más me gustan, en Perú, Machu Picchu me sorprendió. No solo porque es un lugar natural impresionante, sino porque la experiencia fue más redonda haciendo un pequeño trekking para subir Huayna Picchu. Allí descubrí por primera vez que hay mucha gente que viaja sola y que hay que animarse a hacer cosas en el destino porque descubrirás a mucha gente en tu situación. A mi compañera mexicana, de la que ya hablé, se sumó otra señora de avanzada edad procedente de Argentina y una madre e hija colombianas, también recorriendo el país en solitario. Un encuentro femenino totalmente improvisado que quedará para siempre en mi recuerdo. Ese día dejé el hospedaje en Machu Picchu y seguí mi camino a Puno, pasando de nuevo por Cuzco, ciudad que ya me resultaba familiar por la cantidad de días que iba acumulando.
Dormir en una casa local en Taquile
El lago Titicaca, la masa de agua navegable con más altura del mundo, es también otro lugar con embrujo. De esos que en silencio te atrapan poco a poco. De esos sitios donde no necesitas nada más que buena música y dejar pasar el tiempo para sentirte en paz.
Allí además de disfrutar del típico paseo en barco que te lleva a las típicas pero controvertidas islas de los Uros, pasé una noche en la isla de Taquile, donde por tamaño y envergadura volví a conectar con el silencio y la calma. Además poca gente en la isla habla español, por lo que la experiencia y el día allí fueron especiales, sin ninguna duda.
La anécdota positiva del Valle del Colca
Si te gusta la naturaleza, Perú te va a volver loco/a. Otra de sus paradas obligadas en este sentido es el Valle del Colca, también de los más impresionantes del mundo. Un paisaje para volver a pasmarte de nuevo y vivir una bonita experiencia. Yo viajé allí recién salida de una reacción alérgica (quizás la anécdota negativa del viaje) y retomé de nuevo las buenas vibras. Lo hice en una excursión organizada y en la que de nuevo entablé relación con mucha gente.
Lo más curioso fue que hablando con un grupo de gente en unas aguas termales donde nos relajamos tras las visitas del día, llegamos a la conclusión de que éramos vecinos. ¡Qué pequeño es el mundo! Y qué enriquecedor viajar; sin duda.
Todos aquellos a los que conocí
Por último me quedaría con todas aquellas personas a las que conocí. Se suele decir que es de las mejores cosas de los viajes, pero a mí me pasa especialmente cuando viajo sola. Tendemos a pensar que es más peligroso, pero lo que yo percibo es que la gente se vuelca en cuidarte más.
Así que acabo con el recuerdo de una chica que estudiaba literatura y con la que apenas puede compartir conocimiento por mi pobre inglés; con el chico japo-peruano con el que disfruté de la experiencia en el Colca; con el hombre que regentaba la posada de Arequipa y que llamó al médico para que me curase de una reacción alérgica; con el camarero “del mejor bar del sur de Perú” en Puno, cuyo nombre no recuerdo; con el relaciones públicas de la citada ciudad que me acompañó a casa tras tomar unas birras y que soñaba con viajar a Buenos Aires; con el chico que me pidió amablemente tomarnos algo en Arequipa porque le entusiasmaba la idea de conocer a alguien de tan lejos; con una chica belga que me acompañó varios días en el recorrido… sin ellos el recuerdo no hubiera sido el mismo.