Traigo buenas noticias: Pueden sacar sus ejemplares de Cincuenta sombras de Grey del bolso tranquilas, sin rubores ni reservas. No es un libro porno. Ni siquiera erótico. Es cierto que hay sexo. Y es explícito. Pero no hay nada que Danielle Steel no haya escrito una y mil veces. Por no ser no es una novela adulta. Es una novela adolescente. De las de toda la vida. Es más, es un plagio como la copa de un pino. Cincuenta sombras de Grey es a Crepúsculo lo que el Samsung Galaxy al iPad: una réplica casi exacta. Y no sólo porque ambos libros estén ambientados en el estado de Washington. Donde Stephanie Meyer dijo Edward, E.L. James puso Christian y donde la primera escribió vampiro la segunda tecleó dominador.
Por lo demás son dos clones ricos, guapos, atormentados por un oscuro secreto y de un sobreprotector de hacérselo mirar. Ambos son adoptados lo que parece ser la única forma digna de combinar un pasado traumático con unos padres estupendos. Sin cortarse un pelo E.L. James se ha agenciado también un progenitor médico. Eso viste mucho. Comparten gusto por la música clásica, cuanto más triste mejor, y tienen unos hábitos raros de sueño. Quieren a sus chicas pero se atormentan porque temen hacerles daño y a la vez están deseando hacérselo. El uno a mordiscos y el otro a azote limpio.
Si ellos se parecen lo de ellas es de chiste. Tanto Bella de Isabella como Ana de Anastasia son jóvenes y guapas aunque no lo saben. Las dos son torpes y se muerden el labio de una forma que no hay vampiro ni dominador que se resista. De padres divorciados ambas madres viven con maridos posteriores en ciudades donde hace un calor de mil demonios. Los padres son por definición taciturnos pero entrañables. A las dos les gusta la novela victoriana que es la forma americana de atribuirse un halo intelectual. Mientras una es más de Hardy la otra tira de Brontë. Como no podía ser de otra forma ambas son vírgenes pero tienen un punto G del tamaño de Oklahoma. Y les va la marcha. Más que a un tonto un lápiz.
Cincuenta sombras de Grey no es un libro sado aunque haya una fusta de la misma manera que Crepúsculo no es una novela de terror aunque haya colmillos afilados. La dominación de Grey no pasa de un juego de rol subidito de tono. Grey no somete más allá de unos cuantos azotes eróticos y muchas caricias con elementos diversos pero siempre extremadamente placenteras para la receptora de los mimos perversos. Cierto es que el primer libro de la trilogía, el único que he leído, acaba a correazos pero mucho me temo que es el eterno lo hago para que te alejes porque te quiero demasiado. Lo mismito le hacía Edward a Bella con un mordisquito piadoso.
Ambos libros juegan con el morbo de lo prohibido, fórmula infalible entre el público adolescente, y nos relatan historias de amor juvenil de esas que transcurren en un eterno coitus interruptus en el que los labios se acercan sin llegar nunca a tocarse. Por lo que pueda pasar. La gracia de ambos es que te pasas las páginas con el suelo pélvico encogido deseando que uno le chupe la sangre para que puedan revolcarse agusto y que el otro le pegue otra azotaina de esas suavecitas que te dejan las posaderas rosáceas y los bajos fondos trémulos.
Que no se trata de literatura con mayúsculas ya lo sabíamos de antemano pero si lo que buscan es un calentón en condiciones ambos libros se lo apañan divinamente. Lo que no sé yo es si E.L. James tendrá el buen juicio de sacarse de la manga un Jacob Black calentorro en el segundo libro para que nos dejemos de milongas y nos demos al amor carnal. Del bueno. Porque estos chicos de mírame y no me toques, al final, aburren.
Lo dicho señoras, pasen y lean. Sin miedo. Yo lo tengo claro: bolas chinas. Ya.
Archivado en: Investigación y esparcimiento Tagged: Bolas Chinas, Cine, Dormir, Libros, Sexo