En el barrio este hay más perros labradores que bebés. Se ladran entre ellos por las veredas y salen de noche y de día. Copan las tribunas de los partidos que nunca terminan y son idénticos a sus dueños: sufren de distinta intensidad neurótica. Piedras en el zapato de cuerpos nerviosos y narigones. Si dejaran de consumir pastillas para la ansiedad y distintos alcoholes como sobres de sacarina, quizás zafarían del destino. Andan con el tufo a cuestas gritando sus pesares dentro de la jaula de la melancolía.
La mina debe tener 50 largos bien llevados a no ser por su cerebro. Capaz que en la cama es una geisha pero todos sabemos que detrás de toda demente hay un puñal a mano. Ese puñal tarde o temprano te va a lastimar fulero. El gordito sospecha y calla.
Salta de la bicicleta y se acomoda al sol estirando las piernas para el lado del acompañante que parece salido de una cinemateca, aunque por el tono y enfoque de su hilo de voz, debe ser arquitecto o empleado de una inmobiliaria. La mina habla en una rueda de prensa imaginaria, subiendo el volumen hacia los alrededores de la mesa. Y claro: el gordito tiene un labrador con nombre de dios indio que ni Tagore se hubiera imaginado. Ella parlotea símbolos, fechas, parece ser una fanática de la astrología.
“Yo quiero vivir sin mis hijos. La carta me dice que en los próximos meses voy a tener una sorpresa ligada a lo familiar, pienso que debe ser Enrique, imagino que por el lado de su pertenencia con el padre. ¿Entendés, dulce?”, pregunta la mina mirando al gordito, que murmura siempre “sí” a todo lo que emana de la otra cabecita. Son dos fichas de una misma consola desajustada.
-Quizás me compre dos departamentitos al sol y uno lo pongo a alquilar. Eso cuando se vaya Enrique. Ahora está de viaje por las rutas con su amigo el cineasta. Me dejó un gato que araña las paredes y me trae las pelotas como si fuera un perro. ¡Un perro!
Esta vez, el sí y la risa tímida del gordito la acompaña el jadeo incesante del labrador de nombre indio que si tuviera un tomógrafo de las almas en los ojos vería la profunda oscuridad de estos tiempos de avidez.
La moza me pregunta si los tres son una radio AM. Y sí, le digo. Pasan otros seres presuntamente en vida con correas de perros labradores, que intentan que sus canes no peleen entre sí, luego apoyan el orto en el asiento y despliegan La Nación. Para ellos la noche nunca llega ni dura una vida. Nunca nada dura una vida, ni siquiera la inexplicable ambición que demuestran por lo aparente. La noche es apenas el final del día para estos seres con piel de lagartos de 500 días.
leyendadeltiempo.wordpress.com