Revista Cine

53 Muestra Internacional de Cine/VI

Publicado el 10 noviembre 2011 por Diezmartinez
53 Muestra Internacional de Cine/VI
Le Havre: el Puerto de la Esperanza (Le Havre, Francia-Finlandia-Alemania, 2011), décimo-séptimo largometraje de Aki Kaurismäki, es de esas películas que nos encantan a los críticos de cine que aún creemos en el cine de autor. Por algo, intuyo, ganó el FIPRESCI en Cannes 2011.Estamos, pues, ante una cinta de autor con todas las de la ley: fiel a las preocupaciones temáticas del consagrado auteur europeo Kaurismäki, realizada con el cuidado estilístico al que nos tiene acostumbrado y, faltaba más, sin abandonar los caprichos que le son característicos, como las encantadoras digresiones que no vienen al caso pero que, de todas formas, resultan muy disfrutables. Por supuesto, alguien dirá que Kaurismäki hace más o menos la misma película un año sí y otro también. Y tendrá razón: lo mismo hace Mike Leigh, lo mismo hace Woody Allen, lo mismo hacía Ozu, lo mismo hacía Fassbinder... Kaurismäki es, como los anteriores cineastas, un "erizo", para rescatar la idea que Isaiah Berlin aplicó alguna veza a escritores y filósofos. Es decir, Kaurismäki sabe de una sola cosa y alrededor de eso que sabe -y que sabe muy bien- ha construido toda su obra. Por eso, quejarse de que Kaurismäki se repite es una tontería: sí, claro, se repite. De eso se trata. Aunque, como es también el caso de Allen, no estamos ante meras repeticiones sino, en todo caso, iteraciones: puede ser que escenarios, personajes y situaciones sean más o menos los mismos, pero también hay variaciones en el discurso, en la puesta en imágenes, en el resultado final. Por ejemplo, en Le Havre, Kaurismäki está de buenas. Y quiere que compartamos su estado de ánimo. Marcel Marx (André Wilms) es un maduro bolero que trabaja limpiando calzado en el puerto normando de Le Havre. Vive en una pequeña pero acogedora casita de madera con su comprensiva esposa Arletty (la veterana actriz de Kaurismäki, Kati Outinen) y su perrita Laika (herself). Es evidente desde el inicio que a Kaurismäki no le interesa el realismo: Marcel vive en un barrio casi perfecto -el prietito en el arroz es un vecino soplón (el legendario Jean-Pierre Leaud)- y en él reina, más que la solidaridad de clase, la simple generosidad humana. Así que cuando Idrissa (Blondin Miguel), un niño ilegal proveniente de Gabón, vaga por el puerto con el objetivo de viajar hacia Londres donde se encuentra su familia, Marcel y toda su palomilla buscarán la manera para que el chamaco no sea detenido por las autoridades, representadas por el serio inspector Monet (Jean-Pierre Darroussin).Yo quisiera vivir en el mundo fílmico de Kaurismäki. Si no en todas sus películas, sí definitivamente en Le Havre: aquí, un bolero puede llegar al bar del barrio y echarse unos traguitos de vino blanco después del trabajo; la dueña de la panaderia le fía sin problemas las baguettes; el del tendajón le da el suficiente bastimento para mantener al chamaco inmigrante; las autoridades, con todo y su mirada dura, tienen corazón; una vieja gloria del rock canta gratis por mera generosidad; y cuando menos se espera, se escuchan por ahí los acordes de algún tango nomás porque sí, qué caray... En el mundo de Kaurismäki nadie puede ir "cuesta abajo" en su rodada porque, como en algún momento lo dice el propio Marcel, no está solo: "tengo amigos". Además, en este mundo, "los milagros existen", como le dice el amable doctor a la postrada Arletty. Y claro que existen, como lo podemos atestiguar, al final, con todo y cerezo en flor en el encuadre.
Le Havre se exhibe hoy en la Cineteca Nacional a las 11 y 18 horas.

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