Revista Cine

55 Muestra Internacional de Cine/II

Publicado el 12 noviembre 2013 por Diezmartinez
55 Muestra Internacional de Cine/II
Gloria (Paulina García, Mejor Actriz en Berlín 2013), divorciada desde hace más de una década, tiene cincuenta y tantos años, dos hijos veinteañeros ya independientes -una está a punto de irse a vivir a Suecia con su novio, el otro vive en Chile y ya tiene un hijo- y un trabajo de oficina que le permite irla llevando sin mayores problemas.  Gloria tiene una ganas de vivir que no puede con ellas: a pesar que el tiempo avanza, alguna enfermedad -el glaucoma- aparece y hasta un horrendo gato solovino se le mete a su departamento todos los días, ella no está dispuesta a dejarse vencer. Corre al susodicho felino -típica compañía de las doñitas solteronas-, se depila sus delgadas piernas, canta en el carro y con enjundia la balada ochentera "Eres" de Massiel y, ni tarda ni perezosa, va a echarse una -o, más bien, varias- canas al aire a algún salón de baile repleto de vitales cincuentones/sesentones que quieren sacar juventud de su pasado. Ahí, con todo y sus enormes gafas, la delgada Gloria lo mismo se revienta aquello de "Devórame otra vez" o baila de cachetito el clásico "Nosotros". Ahí, también, coquetea con el sesentón Rodolfo (Sergio Hernández), recién divorciado, con el que hace clic sensual/sexual casi de inmediato.  Gloria (Chile-España, 2012), cuarto largometraje de Sebastián Lelio (La Sagrada Familia/2005, Navidad/2009, El Año del Tigre/2011), nos muestra la vida de esta mujer común y corriente sin asomo de patetismo, condescendencia o impulso fársico. Por ejemplo, las escenas sexuales entre García y Hernández están montadas con frescura e inmediatez, sin esconder los años de los actores ni sus cuerpos, algo que no es tan extraño en otras latitudes -cf. Entre Nubes (Dresen, 2008)- pero sí en el cine latinoamericano, en el que no se acostumbra mostrar que dos venerables abuelitos puedan tener sexo vital, gozoso, apasionado. De cualquier forma, la película se sostiene no tanto en las citadas escenas sexosas, sino en el retrato de esa alegre mujer que tiene una vida completa y a la que, de improviso, se le aparece una nueva posibilidad: el reiniciar una vida en pareja con un hombre amable, de recursos económicos, pero que parece incapaz de cortar su pasado. De hecho, el pasado que no se puede olvidar y el difícil presente que se ve aquí y ahora en las calles de Santiago aparecen como telón de fondo a lo largo de la película. Lo mismo en una cena con amigos que se quejan de un Chile que ya no existe pues el de ahora es "copia de otro país", que en una fiesta de cumpleaños en la que Rodolfo le dice a la familia de Gloria de su anterior trabajo en la Marina, que en un cacerolazo en el que participa desde su balcón Gloria o que en cierta manifestación estudiantil con la que la mujer se topa cuando sale a la calle.  Los muchachos, se entiende, están ahí, luchando por lo que creen, pero uno sabe que Gloria ya tuvo sus propios años de lucha y, más aún, tiene en este momento algo por qué luchar: por sí misma. Para tener la libertad de no necesitar a nadie. Para poder bailar y cantar en coro, exultante y en medio de la pista, la versión original de "Gloria". Una opción bastante obvia, ya lo sé, pero qué gran momento musical/emotivo/cinematográfico logran Lelio, su cinefotógrafo Benjamín Echazarreta y la actriz Paulina García. De los mejores del año. 

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