Revista Cine
En los festivales de cine es común que en las funciones especiales y/o de prensa, al terminar la cinta exhibida, vengan los aplausos -o, a veces, los abucheos o incluso las risas burlonas. Sin embargo, no recuerdo otra ocasión en la que los aplausos hubieran llegado en el prólogo.Y fueron aplausos entusiastas, por cierto. Me refiero al segmento inicial de Relatos Salvajes (Argentina-España, 2014), tercer largometraje del cineasta argentino Damián Szifrón, exhibido en el pasado Festival de Morelia y con el cual ha iniciado la 57 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional. En efecto, al terminar "Pasternak", el primero de los seis episodios que conforman Relatos Salvajes, el público que llenaba la sala soltó una carretada de aplausos, seguidos de una serie de francas risotadas cómplices. Desde el inicio, el cineasta y guionista Szifrón tuvo en sus manos al público de ese abarrotado cine y no soltó hasta el final. La cinta tiene un par de virtudes innegables: por un lado, cada uno de los relatos, centrados en actos de violencia, revancha y/o corrupción, presumen algún giro tan ingenioso como inesperado; y en segunda instancia, la realización de Szifrón es impecable, tanto en su muy profesional puesta en imágenes, como en el trabajo uniformemente competente de su extendido reparto. Dicho lo anterior, el defecto central -que en este tipo de obras es también una característica- es que todo el asunto resulta inevitablemente disparejo. Ni modo: hay algunos Relatos Salvajes que son mejores que otros.El segmento inicial, "Pasternak", el que provocó los aplausos ya descritos, involucra una increíble venganza casi cósmica planeada por un pobre fracasado nunca visto en pantalla. En "Las Ratas", una mesera (Julieta Zylberberg) tiene la oportunidad de vengarse de un prestamista (César Bordón) que provocó el suicidio de su padre, aunque al final resultará que la verdadera protagonista de la historia es cierta cocinera (sensacional Rita Cortese) con mucha más iniciativa. "El más fuerte", acaso el mejor en su realización, inicia como un copia/homenaje de la precoz obra maestra spielbergiana Duelo a Muerte (1971) -el ojete conductor de un Audi (Leonardo Sbaraglia) es perseguido/acosado por "un negro resentido" (Walter Donado) en alguna carretera desierta del interior argentino-, aunque luego la historia se transforma en un demencial episodio de violencia escatológica que, más allá de la obligada lectura alegórica-social, resulta digna de algún corto animado de la casa Warner musicalizado al ritmo de "Lady Lady Lady". "Bombita" muestra el kafkiano laberinto burocrático que tiene que enfrentar cierto ingeniero experto en demoliciones (Ricardo Darín) cuando una grúa se lleva injustamente su automóvil. En "La Propuesta", otro segmento con claros tintes alegóricos, un poderoso empresario (Óscar Martínez) entra en otro laberinto -este de corrupción generalizada- cuando trata de salvar de la cárcel a su hijo (Alan Daicz), quien atropelló a una mujer y luego huyó. Y en "Hasta que la Muerte Nos Separe", el único episodio que me resultó flojo por lo excesivamente caricaturesco -en una cinta que de por sí no le teme al trazo grueso- , la fiesta de una boda termina en un auténtico caos cuando la novia (Erica Rivas) descubre que su novio (Diego Gentile) le ha sido y le es infiel.Algunos de los relatos de Zsifrón tienen un discurso que terminan resultando paradójico (¿o contradictorio?), no sé intencionalmente. Por ejemplo, en "La Propuesta", los únicos dos personajes con algo parecido a una conciencia serán no solo el adolescente ricachón dispuesto a entregarse a la autoridad sino, llegado el momento, el empresario millonario y corruptor, harto de esa misma corrupción que ya lo rebasa. O vea "Las Ratas": el único personaje dispuesto a hacer algo es una psicópata cansada de ver que todo mundo se queja pero "nadie mueve un dedo". Zsifrón no muestra tener una agenda "políticamente correcta": la mirada que impone sobre sus personajes es de una misantropía que agarra parejo. No hay héroes -porque realmente "Bombita" no lo es- pero si villanos y por doquier. Estamos en un mundo caótico, cruel, hobbesiano. Las fieras que acompañan los créditos iniciales lo decían todo: para evitar ser depredado hay que convertirse en depredador. Se trata de una mirada profundamente pesimista de la naturaleza humana, sin duda. Pero también inquietantemente divertida. Entre el pesimismo y la risotada.