Revista Opinión
Hace más de 3000 años, en la antigua civilización minoica, se practicaban unos “juegos” parecidos a lo que hacen los recortadores hoy en día. Pero, ¿qué tiene esto de especial? Pues que durante esos juegos el animal, probablemente, no sufriera daños. Así que, en ese aspecto en concreto, una civilización tan antigua como la minoica puede que ya tratara mejor a los animales que nosotros. En este sentido, es dolorosamente destacable, por su notoriedad, el caso de las corridas de toros. Ahora bien, es comprensible que, ante las numerosas razones para promover un debate acerca de si estos actos deberían terminar, hayan surgido una serie de justificaciones encaminadas a defender los mismos.
1. “A quien a no le guste que no vaya, pero que respete”. El respeto está bien, aunque cuando el quid de la cuestión radica en la conveniencia o no de celebrar estos espectáculos, este razonamiento parece ir dirigido a evitar cualquier debate. No obstante, éste es necesario porque aquí entran en juego ciertos elementos como es el bienestar de los animales, cuyas repercusiones morales preocupan al conjunto de la sociedad. En consecuencia, este argumento podría valer para un concierto, pero no para el caso que nos ocupa.
2. “Si tanto te preocupan los animales no comas carne”. En este caso, aunque toque reconocer que el vegetarianismo es la postura más coherente, ello no invalida las demás. La diferencia es evidente. En lo que concierne a la ingesta de alimentos no hay espectáculo, ni dolor gratuito al animal. En cambio, las prácticas taurinas basan su razón de ser, lo quieran o no, en usar a los animales por diversión (como si fueran objetos), mientras se les inflige un sufrimiento que nadie ha sido capaz de desmentir científicamente.
3. “Si no fuera por la tauromaquia se extinguiría el toro de lidia”. Aquí hay dos aspectos cuestionables: El primero es considerar si es justo que para evitar la supuesta desaparición de una “especie”, los miembros de la misma deban acabar en una plaza de toros, acribillados a estocadas y, en ocasiones, también con los pulmones encharcados de sangre. El otro aspecto es la propia veracidad de la afirmación. Sin entrar a debatir la existencia de esa especie apodada “toro de lidia”, no tiene porque ser cierto que los animales que no son “útiles” a los humanos tengan que extinguirse. En consecuencia, es factible que se habiliten reservas naturales en las que los toros puedan vivir tranquilamente.
4. “Los toros son cultura”. Es cierto que en un sentido estricto “cultura” es todo aquello aprendido que se transmite de una generación a otra. Sin embargo, de acuerdo con esto, cualquier producción humana se puede considerar que forma parte de nuestra cultura. Por consiguiente, las guerras o las dictaduras también podrían ser incluidas en esta definición amplia de cultura. Lo meritorio es saber incorporar toda aquella producción cultural que haga progresar al conjunto de la humanidad y desechar lo demás. Así pues, en el primer apartado cabría incorporar: la invención de la rueda, la cocción del pan, los avances médicos y científicos, la agricultura, la electricidad, etc. Así que, conviene preguntarnos si las corridas de toros aportan un beneficio al conjunto de la humanidad o, por el contrario, más allá de consideraciones morales, son pura y llanamente un negocio que solo benefician a aquellos que se lucran de él.
5. “Los toros son una tradición, y como tal merecen protección”. En este caso, hay que remarcar que se está haciendo un uso interesado de la Historia. Dado que, como se ha afirmado al principio de este artículo, los primeros espectáculos taurinos, de los que se tiene constancia, eran aquellos practicados por la civilización minoica. Si la idea es defender el carácter tradicional de algo, debería defenderse eso y no otras desviaciones posteriores como las corridas de toros. Asimismo, dichas desviaciones fueron en su momento adoptadas por varios países, no solo por España. Entonces, atendiendo a estas razones cuesta comprender el carácter netamente “español” de las corridas de toros, salvo que ese carácter sea algo netamente moderno y no tradicional, por lo que el argumento de la tradición carecería de sentido. En cualquier caso, una tradición per se no merece protección, sino que ésta se otorgaría atendiendo a otro tipo de criterios.
6. “Hay cosas más importantes que hacer antes que esto”. Aunque cada uno tiene su propia escala de prioridades, perseguir una buena causa no significa renunciar a otras. Es más, cualquier pequeña aportación positiva que se haga contribuye a hacer del mundo un lugar un poco mejor. ¿Y eso qué puede significar? Pues algo tan importante como que la ambición colectiva por mejorar crezca. A veces, asfaltar una acera que está en mal estado ha dado lugar, gracias a los vecinos, a una plaza. Por esa razón, ninguna buena causa, que se pretenda desde la honestidad, debe esperar a que el resto de problemas del mundo se solucionen para poder llevarla a cabo. A veces, conseguir algo ayuda también a que se logren otras cosas.
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