Por Anibal Garzón.
El 25 de marzo de 1957, 6 Estados fundaron la Comunidad Económica Europea (CEE) con la firma del Tratado de Roma.
Los países del Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo) junto a la Alemania Federal, Francia e Italia, pusieron en práctica un proyecto nuevo de integración paneuropeísta pero, y como el nombre dice, enfocado como principal objetivo convertirse en una potencia económica tras la destrucción continental en la II Guerra Mundial. A la contra, la hegemonía política mundial nunca fue una de las metas por temor a disputar contra su aliado, Estados Unidos, el liderazgo del bando Occidental. Y sobre el modelo social, existió una convergencia de cada Estado europeo apostando por el Estado del Bienestar como modelo común, con altas inversiones en políticas públicas, como estrategia de pacto capital-trabajo para contener al comunismo.
La CEE sumó a nuevos países miembros ganándole la batalla a otra identidad regional europea nacida en 1960, la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA en inglés). Reino Unido y Dinamarca en 1972, Portugal en 1986 o Austria, Finlandia y Suecia en 1991, abandonaron el EFTA para sumarse a la CEE ya que presentaba un proyecto más ambicioso, la fundación de la Unión Europea (UE) con la aprobación el 7 de febrero de 1992 (justo hace 25 años) del Tratado de Maastricht por los 12 países de la Europa Occidental en un momento clave: la unificación de Alemania y la desintegración del bloque soviético.
El final de la Guerra Fría y la reunificación de Europa, Occidente y Oriente, dio la posibilidad a la UE de apostar por un proyecto más extenso y ambicioso. En los años 90, con China todavía poco industrializada y algo hermética a la economía internacional, con una nueva Rusia estancada en sus problemas fronterizos y transitando hacia un nuevo modelo capitalista, y con Japón muy subyugada a Estados Unidos desde su derrota en la II Guerra Mundial, Europa tenía en sus manos reconfigurar su papel de liderazgo internacional. Pero los economistas, y no los politólogos y sociólogos, lideraron el proyecto. Y Europa siguió mirando cifras números y no de fenómenos.
La UE se centró en madurar su proyecto económico, en una economía cada vez mas Globalizada, con la creación del Banco Central Europeo (BCE) en 1998 y la circulación oficial de la moneda común, el Euro en 2002, además de extender su mercado común a los expaíses socialistas, como Bulgaria, Rumania, Polonia, entre otros, y sumar actualmente 27 Estados (descartando ya el Reino Unido tras el Brexit. Siendo la economía el principal objetivo de la UE, ha conseguido ser hoy la primera potencia económica mundial superando a Estados Unidos y a China en PIB anual, pero presenta grandes deficiencias en lo político, social, y en el ámbito de relaciones internacionales.
En lo político, la UE, que siempre presumió de ser un proceso de construcción democrática, tuvo su primer gran tropezón que ponía en duda ese valor histórico. Tras la firma en Roma por los Jefes de Estado de la Constitución Europea en 2004, hubo países como Francia, Holanda, o España, que decidieron activar un referéndum y así no sólo dejar esta importante decisión a los parlamentarios para la aprobación de la Constitución Europea, que era lo que hacía falta legalmente. Dado el rechazo del pueblo francés y holandés, la UE y sus estados miembros en lugar de autocriticarse y apostar por mecanismos más participativos para reformular la Constitución mediante una Asamblea Constituyente, finalmente apostó por suprimir la soberanía popular como mecanismo de ratificación de la nueva Carta Magna, el Tratado de Lisboa en 2009. Para este nuevo Tratado ningún país, ni siquiera Francia u Holanda, realizaron referéndums. Así que los parlamentos aprobaron el futuro de Europa a espaldas de la opinión de los pueblos europeos. El único caso excepcional, por su situación particular nacional constitucional, fue Irlanda que realizó un referéndum en julio de 2008 y el NO ganó con el 53,4 %. Pero, tras este fracaso se celebró un segundo referéndum en 2009 y el SI ganó con el 67,13 % al ampliarse la participación. Europa, y sin mirar a los pueblos, tenía que aprobar su Constitución. Fuera al precio que fuera. Fuera traspasando cultura democrática.
En el ámbito social, y sobretodo tras la crisis económica de 2008 – una crisis importada desde Estados Unidos, el país más neoliberal de los Estados Desarrollados – la UE en lugar de fortalecer el histórico modelo keynesiano del Estado del Bienestar generando consumo interno con gasto público para elevar la producción nacional y con ello el empleo, se volcó en copiar la “solución” de Thatcher y Reagan; el neoliberalismo y sus recortes sociales para reducir el déficit fiscal. Si ahora era posible llevarlo a cabo, en una puesta en común entre las élites conservadoras europeas, liberales y “socialdemócratas”, era porque ya no es necesario pactar entre capital y trabajo al no existir el miedo de la élite al comunismo. La URSS ya cayó. Por ello, las políticas europeas que se crearon para generar una supuesta clase media y construir ideológicamente el fin de la lucha de clases, al ser eliminadas hoy con los recortes reducen también esa imagen de clase media, y conciencias sociales y nuevas generaciones legitiman el grito “los de abajo y los de arriba”. El proyecto economicista de la UE, su principal pilar, es evidente que no es enfocado para la economía de las familias, sino para la economía de las multinacionales bajo un enfoque de simples datos estructurales como el PIB, pero pocos de calidad de trabajo. La UE apuesta fuerte por los Tratados de Libre Comercio como el CETA o el TTIP, o por Planes de Ajuste Estructural, con la Troika detrás (BCE, FMI, CE), que han dejado experiencias como Grecia que no sólo han empobrecido al país sino que han evidenciado los límites políticos democráticos que existen dado el boicot de la UE al gobierno soberano y democrático de Syriza.
Y finalmente en lo internacional, Europa con sus símbolos, sus banderas o sus himnos, no ha llegado a crear jamás el orgullo europeo como identidad plurinacional porque no apostó por su liderazgo sino por ser un socio menor de los Estados Unidos. No solamente no tuvo el valor de iniciar la construcción de un nuevo ejército propio una vez acabada la Guerra Fría y poner en duda la funcionalidad actual de la OTAN – escuchándose simplonas y tímidas declaraciones como las del Presidente de la Comisión Jean Claude Juncker en el discurso anual el pasado mes de septiembre ante el Parlamento Europeo que parecía más un berrinche contra el brexit – sino que volvió a subyugarse a la hegemonía de los Estados Unidos. Enfrentándose y bloqueando económicamente a Rusia tras los conflictos de Siria y Ucrania cuando Rusia podría ser un buen vecino y un buen socio comercial de la UE que además le ayudaría a ganar liderazgo en un mundo multilateral. O entrar muchos países de la UE en conflictos armados como Libia, Siria, Irak, que finalmente han provocado estar en una Guerra Permanente que inició Estados Unidos contra el llamado Terrorismo Internacional – terrorismo de muy discutido origen- y que ha provocado los millones de refugiados de los que solo se habla de sus consecuencias pero poco de sus causas. O finalmente ir Europa detrás de lo que decide Estados Unidos en la diplomacia internacional y no disponer de independencia, como eliminar la Posición Común a Cuba, o el embargo a Irán porque Estados Unidos negocia nuevas relaciones, y no por decisión propia.
Que hoy en la Unión Europa, 60 años después de su nacimiento, sea evidente un crecimiento del euroescépticismo, y de manera transversal, más allá de la izquierda y la derecha, es porque Europa lleva los últimas años andando por un camino equivocado. Un camino que ha dejado a Europa de poder presumir como el continente que apuesta por la Igualdad Social y el Bienestar Común. Un camino que ha dejado a Europa de halagarse como el modelo de Democracia y Derechos Humanos. Un camino que ha dejado a Europa perdida en la apuesta por la paz internacional, la solidaridad, y la fraternidad entre pueblos. Un camino que cada vez es más difícil de transitar; con piedras como el brexit, las elecciones holandesas del próximo mes de marzo donde la ultraderecha euroescéptica puede ser la primera fuerza, las elecciones francesas el próximo mes de abril con Le Pen ganando encuestas, o las elecciones alemanas en octubre, donde posiblemente podría entrar en el Parlamento un partido de extrema derecha.
Al igual que hace 60 años, muchos ni se imaginaron que este sería el camino de la Unión Europea, hoy muchos no podemos ni imaginar lo que pueda ocurrir los próximos años. O Cambio o Destrucción.
(Tomado de Periódico Alternativo)
Archivado en: Europa Tagged: 60 Aniversario de la Unión Europea, Integraciones regionales, Tratado de Roma, union europea