Paulina García y Sebastián Lelio, protagonista y director de 'Gloria', película chilena en Perlas.
De buena mañana, me dirijo de nuevo al Teatro Victoria Eugenia para disfrutar de un nuevo día repleto de cine. La apuesta de La Llave Azul para esta mañana es Gloria, drama chileno premiado en Berlín del que sabemos muy poco. Esta vez el aforo de la imponente sala no está completo e impera la sensación de que el público no espera mucho de este film por el que Paulina García se llevó el Oso de Plata a la Mejor Actriz. Completan el reparto Sergio Hernández, Coca Guazzini y Alejandro Goic. Dirige Sebastián Leilo y escribe Gonzalo Maza.
Todos estos nombres, a primera vista difíciles de asociar a sus respectivos dueños, constituyen el verdadero talento del cine actual chileno, cosa que permite a Gloria convertirse en una gran película y una de las más gratas sorpresas del festival. Es prueba de ello la ensordecedora ovación de un público que en un principio se mostraba escéptico.
Gloria es un profundo, doloroso y al mismo tiempo esperanzador drama humano que retrata la soledad y la fuerza de una mujer decidida a no dejar que el paso del tiempo pueda con ella. Un punto de partida de una dureza pasmosa pone los cimientos de esta historia cuya sinceridad extrema resulta devastadora.
A la hora de provocar tal sentimiento en el público, el trabajo de Paulina García es esencial. Su sola mirada ya es suficiente para demostrar que bajo la máscara de fortaleza de Gloria se esconde una mujer vulnerable, acostumbrada al sufrimiento y obligada a esbozar una sonrisa todos los días. Existen pocos actores hoy en día que hagan parecer la interpretación algo fácil. En tales términos, Paulina García es una auténtica revelación. Calmada, fluida y sin esfuerzo construye con una facilidad admirable un personaje maravillosamente escrito.
Paulina García habla para el público que espera ver 'Gloria' en el pase general del filme.
Pero el principal punto fuerte de Gloria es la inclusión de momentos cómicos en la historia. Ningún drama puede funcionar sin la compañía de la comicidad, cosa que esta película incorpora perfectamente a su guión. El humor proporciona respiros al espectador, momentos de alivio en medio de un cielo gris. Esta mezcla actúa como una fórmula mágica que toca la fibra del público y en la que reside el éxito de la película. De todas las películas hasta ahora proyectadas en el festival, Gloria es junto a Like Father, Like Son y La vie d’Adèle, la película con mayor carga y poder emocional. Resulta fascinante y conmueve hasta límites insospechados. Fabulosa.
El edificio principal acoge varias horas más tarde la primera proyección de la nueva cría de Harvey Weinstein: Fruitvale Station. La cinta tiene como objetivo la narración de los terribles acontecimientos acaecidos el pasado día de Año Nuevo de 2009 en el que el joven Oscar Grant fue brutalmente asesinado por la policía en la estación de metro de Fruitvale, California. Un hecho tan terrible no permite de buenas a primeras estar en contra de una película que narra aquellos momentos tal y como fueron, por lo que el espectador entra a verla con una idea preconcebida: tiene que gustarte simplemente por el tema que trata.
El film ha cosechado muy buenas críticas a su paso por Estados Unidos y ocupa un lugar privilegiado en las quinielas para los Oscar 2014. Tan buena acogida ha levantado las expectativas y al mismo tiempo las sospechas por parte del público occidental.
Fotograma de 'Fruitvale Station'
Un tema tan duro y real requiere de una extremada delicadeza a la hora de llevarse a la pantalla y eso es algo que últimamente los realizadores se toman muy en serio. El respeto que Fruitvale Station muestra por la historia de Oscar Grant es prácticamente reverencial y ahí reside el principal problema de la película. El empeño tanto del guionista como del director por mostrar los hechos tal y como fueron provoca una pérdida importante en la calidad narrativa, haciendo que uno se pregunte si no habría sido material más apropiado para la realización de un documental.
La mayoría del metraje resulta insulso y prescindible, y los diálogos parecen augurios de lo que todos sabemos que ocurrirá al final, restando credibilidad a todos los personajes y alejando la historia de la realidad. El conjunto de todos estos problemas dejan a la audiencia desconcertada, con la sensación de no haber visto una película y manteniendo en la cabeza únicamente la escena final.
Michael B. Jordan está muy correcto, pero su interpretación no merece una nominación a los premios de la Academia, ni mucho menos. Le falta porte, madurez y calidad interpretativa. Es destacable el corto papel de Octavia Spencer, que una vez más demuestra su valía como actriz poniéndose en la piel del personaje más interesante de la película.
En su conjunto, Fruitvale Station resulta decepcionante, se presenta como una oportunidad perdida y, desgraciadamente, abandona el cerebro del espectador a la media hora del final de su proyección.
El equipo al completo de 'Caníbal' posando en el photocall
Al abandonar la sala podemos comprobar cómo, a falta de varias horas para su comienzo, una gran multitud de gente espera ansiosa el que muchos dicen será la película por excelencia del Zinemaldia.
Caníbal es el nuevo trabajo del español Manuel Martín Cuenca y, sin duda, una de las películas patrias más esperadas del 2013. La sala se llena en menos de cinco minutos y es casi imposible encontrar asientos libres. Cuando las luces se apagan, todo el mundo contiene la respiración.
He de decir que la película comienza con un plano secuencia que es sencillamente lo mejor que he visto en los últimos años en el cine español. Es imposible no emocionarse con semejante arranque: los aspectos técnicos son exquisitos, el montaje soberbio y la fotografía escalofriante. Todo en esta secuencia inicial roza la perfección: desde los aspectos más puramente técnicos a los interpretativos. Es una escena que denota un profundo conocimiento cinematográfico y que invita a la audiencia a entrar en el juego que propone Caníbal. Es una lástima que sea la única.
Olimpia Melinte y Antonio de La Torre, protagonistas de 'Caníbal'. En el medio, su director Manuel Martín Cuenca.
A pesar de su infinita belleza y su prometedora premisa, Caníbal es un intento fallido de llevar al cine una vez más la historia del monstruo que se enamora de la princesa.
Dolorosamente aburrida y sorprendentemente banal, el film nos presenta a un Antonio de la Torre muy poco inspirado que, teniendo en cuenta la calidad de sus anteriores trabajos, parece no poner especial interés en su personaje. Una película tan lenta y que se basa principalmente en las miradas y gestos de sus personajes, y no tanto en sus palabras, requiere de un esfuerzo sobrehumano tanto físico como psicológico por parte de los actores… pero este nunca llega.
La historia tiene potencial para llegar a resultar terrorífica y, además del prólogo, hay otra escena realmente perturbadora… pero uno no es capaz de abandonar la sensación de que con tal material se podría haber hecho algo mucho mejor, algo que no provocara el bostezo en el espectador ni esa ligera sensación de sopor. Una reducción de metraje junto a la profundización de la historia y los personajes habrían hecho de Caníbal una película infinitamente mejor que la que ha resultado ser.