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El
cementerio de Fontanelle, en Nápoles,
alberga
una impresionante historia que se remonta a los viejos tiempos del
Imperio Romano y se enclava en la Segunda Guerra Mundial
La
frontera del mundo de los vivos y el de los muertos ha sido explorada
por todas las culturas y tradiciones del mundo, las cuales han tenido
que vérselas tarde o temprano con el rostro de la muerte. Dentro de
estas tradiciones destaca un curioso culto que floreció en la ciudad
italiana de Nápoles, precisamente en el cementerio de Fontanelle.
Construido
como una serie de túneles subterráneos tallados sobre la piedra
por los primeros colonizadores griegos, sirvió después como una via
de comunicación y almacenamiento para los romanos y para los
primeros cristianos.
Durante
el Imperio Romano los túneles se transformaron en grandes catacumbas
que albergaban los restos mortuorios de miles de personas,
especialmente cuando sobrevenían epidemias o plagas, años después
de que los emperadores hubieran desaparecido.
Para
el
siglo XVI
el osario ya rebosaba de huesos y osamentas humanas.
En
el
siglo XVII la
ciudad sufrió una serie de inundaciones que hicieron que algunas
secciones del osario se desplomaran; debió ser un tremendo
espectáculo para los napolitanos ver ríos de agua que llevaban
toneladas de huesos, fluyendo por la ciudad.
Los
religiosos de la ciudad decidieron remodelar el osario para dar
cabida a una fosa común adonde iban a parar los cuerpos de los
pobres y desamparados, dando origen al cementerio de Fontanelle.
Este
redescubrimiento de las catacumbas subterráneas durante los próximos
siglos dio origen a un culto
devocional sumamente particular.
Ya
en
el siglo XIX,
concretamente en 1872, el padre Gaetano Barbati hizo exhumar grandes
depósitos de huesos, haciendo que las calaveras fueran limpiadas y
colocadas en largas repisas sobre la pared. Sin organización formal
el culto comenzó a desarrollarse por sí mismo, atrayendo
especialmente a mujeres ancianas y solas, generalmente sin familia,
que “adoptaban” una calavera o varias y desarrollaban una extraña
relación de lo que creían era un mutuo beneficio –entre ellas y
los muertos.
Los
devotos traían flores y regalos para sus cráneos “adoptivos”;
hablaban con ellos, los limpiaban y les solicitaban consejo de muchas
formas, en problemas domésticos o de negocios, además de que
existían calaveras con habilidades “especiales”, como la
dedicada a la fertilidad: una calavera que conserva incluso hoy un
extraño brillo a causa de todas las manos de mujer que la han
acariciado buscando quedar preñadas eventualmente.
Los
devotos también creían que los espíritus de los muertos se
comunicarían con ellos hablándoles directamente, a veces mediante
la telepatía pero sobre todo a través de los sueños.
Cuando
recibían un favor de las calaveras, les dejaban un papel enrollado
con una sencilla inscripción (“Per grazie recevuta“, o “por la
gracia recibida”) a manera de agradecimiento. Otras formas de
agradecer consistían en hacer construir pequeños o grandes altares,
algunos incluso con puertas, lo que a través de los años cambió la
faz de las catacumbas.
Los
creyentes confiaban especialmente en los poderes de ciertas calaveras
para aportarles un dato muy concreto: los números de la lotería. La
smorfia, la lotería napolitana, se celebraba los sábados, por lo
que era común que los viernes Fontanelle estuviera lleno de mujeres
tratando de persuadir a los espíritus en su propio favor (y, por
otro lado, la lotería de Nápoles no es ajena a los hechos
raros y fuera de lo común).
Esto
podría parecer mundano, pero en realidad se trataba también de un
mecanismo de muchas personas para lidiar con la soledad o la pérdida
de sus seres queridos, adoptando una calavera anónima que podría
llevar ahí abajo varios siglos.
De
hecho los túneles sirvieron como refugio antibombas durante los
bombardeos aéreos de la Segunda Guerra Mundial, en 1943. Los
adherentes al culto agradecieron a sus queridos huesos el haberles
salvado la vida.
No
se sabe cuánta gente se adhirió a este curioso culto (que recuerda
al más reciente de la “Santa Muerte” en muchos barrios de
México) a través de los años, pero a pesar de que la Iglesia
Católica no veía con buenos ojos estos rituales “necrófilos”,
no
fue sino hasta los años 60 del siglo XX que el lugar fue cerrado
definitivamente.
Para
el año 2000, el Ayuntamiento de Nápoles comenzó un programa de
restauración para no perder el legado histórico –y
potencialmente turístico– de Fontanelle.
Las
autoridades afirman que cada tanto un grupo de satanistas aficionados
entra de noche y realiza misas negras en el interior, pero no de
forma regular.
Los
devotos del culto a los osarios envejecieron y la tradición quedó
como una leyenda de la ciudad, una vez que sus últimos adherentes se
hubieran reunido con sus amados huesos.
Fortean
Times.-