Revista Opinión

69 aniversario de "El partido de la muerte"

Publicado el 10 agosto 2011 por Barbazul
Monumento en homenaje a las víctimas del Start, situado en los aledaños del estadio del mismo nombre en Kiev
Corría el año 1941. El yugo de los nazis amenazaba a Europa, los ejércitos de Hitler habían invadido la Unión Soviética y Kiev, la capital de Ucrania, caía bajo el empuje de los tanques alemanes el 19 de septiembre. Durante los meses siguientes la ciudad se convierte en un infierno de miseria, muerte y desesperación. Sobre todo para los presos soviéticos liberados, a los que no se les permitía trabajar ni vivir en casas propias, condenándolos a la indigencia. Entre aquellos soldados, después de haber escapado con vida de un campo de prisioneros, se hallaba Nikolai Trusevich, el gigantesco portero del Dinamo de Kiev. El estallido de la guerra había acabado por disolver su equipo, y Trusevich sobrevivía al frío y al hambre en absoluta mendicidad. Vagaba por las calles de Kiev sin haber probado bocado en varios días, con agudos síntomas de desnutrición y sin techo alguno donde cobijarse. Fue entonces cuando Josef Kordik, un panadero de origen alemán, reconoció a su ídolo nada más verlo. En tiempos de paz le hubiera pedido un autógrafo, pero a Kodrik no le iba nada mal en tiempos de guerra, y decidió aprovecharse de él. Le ofreció algo de comida, le dio un abrigo raído y le contrató como barrendero de su negocio. A cambio, le encargó encontrar a sus compañeros, los jugadores del poderoso Dinamo de Kiev, a los que fue contratando poco a poco para trabajar en la panadería. Allí, entre harina, levadura y sal, nació el FC Start, un equipo de nuevo cuño formado por integrantes del Dinamo y por futbolistas del Lokomotiv. Los integrantes originales de aquel heroico equipo fueron ocho nombres que pasaron a los anales de la historia del fútbol primero, y de la Segunda Guerra Mundial después. Ocho jugadores del Dinamo de Kiev formaban la columna vertebral del equipo. Eran Nikolai Trusevich, Mikhail Putistin, Ivan Kuzmenko, Makar Goncharenko, Mikhail Sviridovskiy, Nikolai Korotkykh, Aleksey Klimenko y Fedor Tyutchev; el resto del Start lo completaban tres jugadores de otro equipo de Kiev, el Lokomotiv: Vladimir Balakin, Vasiliy Sukharev y Mikhail Melnik. Todos presentaban un lamentable aspecto físico, hasta el punto de que algunos de ellos estaban afectados de neumonía, y la mayoría no había comido de manera decente en los últimos quince días. Makar Goncharenko, una de las estrellas del Dinamo, relataba así su ‘fichaje’ por el Start FC, y su trabajo en la panadería número 3 de Kodrik...
- Me escondía en la casa de mi suegra. Nikolai me contó la idea y lo ayudé a encontrar al resto de los muchachos. Estábamos desesperados, necesitábamos comida y techo. No se podía elegir.
Para ellos no había elección, pero, su salvador, el panadero Josef Kordik, estaba a años luz de comulgar con la conciencia del célebre Oscar Schindler. No había rescatado de las garras del hambre a los futbolistas por un fin altruista, sino todo lo contrario. Con el propósito firme de hacer caja, se reunió con miembros destacados del Tercer Reich alemán y les hizo ver la posibilidad de poder enfrentarse a través de partidos amistosos con el Start, el equipo soviético al que él mismo había decidido dar cobijo en su panadería. La propuesta de Kordik se convirtió en la coartada perfecta para perpetrar un crimen deportivo que ensalzara la propaganda nazi, con el balón de por medio. Los nazis, unos expertos en la materia, ya habían manchado la pelota en Austria, y se habían quedado con ganas de organizar la Copa del Mundo en 1942. Ucrania era territorio conquistado, y qué mejor que una serie de partidos de fútbol para engatusar a la población con el opio del pueblo, para dar una falsa sensación de normalidad.
Kordik puso una vela a Dios y otra, al diablo y, después de cobrar un buen dinero por adelantado, obligó a los futbolistas a jugar contra los equipos de fútbol de los nazis. Gracias a los generosos donativos de sus compatriotas, los jugadores del Start consiguieron once camisetas rojas, once pares de calcetines remendados y unos cuantos pares de botas viejas. El 7 de junio de 1942, jugaron su primer partido. Los futbolistas del Start FC, pese a estar famélicos y haber trabajado hasta altas horas de la madrugada el día anterior, vencieron 7-2. Su siguiente rival fue el equipo de una guarnición húngara. Los magiares tampoco fueron suficiente enemigo y cayeron goleados por los presos ucranianos, por 6-2. Más tarde, cuando muchos de los jugadores del Start recuperaron sus mejores condiciones físicas, fueron capaces de anotar hasta once goles a un combinado rumano, reforzado por varios alemanes. Después de tres goleadas consecutivas, lo que había arrancado como un negocio para el panadero Kodrik y como un pasatiempo para el yugo nazi, se estaba empezando a convertir en un estorbo para la supremacía de los alemanes en Ucrania. Habían ocupado Kiev, sí, pero aquel equipo, el Start, se había convertido en un ejemplo de orgullo, en un símbolo de resistencia, en el último bastión de la esperanza local. Aquellos tres triunfos provocaron que Trusevich, el portero, arengara a sus compatriotas a seguir la línea mostrada en sus primeros compromisos…
- No tenemos armas, pero venceremos en la cancha a los fascistas bajo los colores de nuestra bandera.
Las palabras de Trusevich se clavaron como un puñal en el Tercer Reich, y el verano de 1942 sirvió para que los alemanes comprobaran, frustrados una y otra vez, cómo aquel Start vencía, uno por uno, a todos los combinados que los nazis presentaban. El 17 de julio, el Start dio buena cuenta de un equipo integrado por soldados alemanes, que encajaron un humillante 6 a 0. Ocho días después, el Tercer Reich les instó ‘amablemente’ a enfrentarse al MSG húngaro. Pero el poder de persuasión de los nazis que quedó sin efecto ante dos nuevas exhibiciones de Trusevich y sus compañeros, que vencieron primero por 5 a 1 y, dos días más tarde, certificaban su victoria en la revancha, dominando por 3-2. Después de aquellos resultados, el valeroso Start había agotado el vaso de la paciencia de los nazis. Derrotar a aquel conjunto de fútbol se había convertido en una situación enquistada para el Tercer Reich, y los nazis se aplicaron para llevar a cabo una venganza deportiva que sometiera, de una vez por todas, a aquellos prisioneros de guerra que vivían en una panadería, vigilados por guardias.
La venganza de los nazis se cocinó a fuego lento, y el brazo ejecutor fue la policía secreta alemana, las brigadas de elite conocidas como las SS. El 6 de agosto de ese año, en el estado Zenit, los nazis organizaron un partido en el que, con el balón como pretexto, se jugaban algo más que el honor. Por el lado alemán compareció un equipo invicto formado por miembros de la Flakelf, la temible Luftwaffe alemana - las fuerzas aéreas nazis-, reforzado por varios futbolistas profesionales de Baviera. Presentaban un magnífico aspecto, una dieta equilibrada y unos flamantes uniformes negros, con una esvástica bordada en el pecho y medias con ribetes blancos. Enfrente estaba el Start, el equipo de los presos soviéticos que se negaban a perder, y que presentaban un aspecto físico lejos de estar en condiciones mínimas para poder competir. Lucían uniformes rojos algo descoloridos, vestían overoles recortados y calzaban botas de trabajo. A pesar de que los prisioneros no habían comido el día antes, y de que la mitad del equipo estaba en los huesos, algunos oficiales alemanes decidieron dar las instrucciones pertinentes para coaccionar a los soviéticos. A Trusevich y compañía les ‘aconsejaron’ que no se emplearan a fondo, y el árbitro fue designado a dedo, con la recomendación de mirar para otro lado en caso de que los alemanes cayeran en el juego brusco. Con nada que ganar y mucho que perder, los de Kiev salieron al campo, recibieron una tormenta de patadas en contra sin rechistar, y golearon sin piedad a los alemanes por 5 a 1. Al día siguiente, los periódicos locales de la Ucrania ocupada no se hicieron eco de la victoria ucraniana, y los propios futbolistas se reunieron en la panadería, sabedores de que sus vidas tenían las horas contadas. Esa confirmación les llegó cuando, al día siguiente, las SS les informaron de que el 9 de agosto se celebraría un partido ‘definitivo’ de revancha. Era una declaración de intenciones. Un ultimátum.
El domingo 9 de agosto no cabía un alfiler en el graderío del Zenit Stadio. Las tribunas estaba ocupadas por oficiales nazis y las galerías, por miles de ucranianos, custodiados por alambres de espino y cientos de soldados. Antes del choque, un oficial de las SS entró en el vestuario ucranio, miró a los prisioneros de guerra y se dirigió a ellos en ruso, utilizando un tono autoritario y solemne.
- Soy el árbitro, respeten las reglas y saluden con el brazo en alto. Es una orden.
Los alemanes - camiseta blanca y pantalón negro-, siguieron las instrucciones al pie de la letra. Pisaron el campo, presentaron formación y saludaron a las autoridades del palco con el brazo en alto. Todos gritaron ‘¡Heil Hitler!’. Los ucranianos - camiseta roja y pantalón blanco- no pusieron precio a su dignidad. Saltaron al campo, presentaron formación en fila india, alzaron el brazo…y obedecieron las órdenes de su corazón. Ignorando la advertencia del árbitro, se llevaron el brazo al pecho y en lugar de gritar a favor el Führer, aunaron sus voces en un desgarrador grito que resonó por las gradas del estadio:
- ¡Fizculthura! [eslogan soviético sobre la cultura física]
Era el enésimo desprecio de los prisioneros hacia los consejos de sus vigilantes, y en esa atmósfera comenzó el encuentro. Con los ucranianos mostrando rebeldía y con los alemanes deseosos de pisotear el orgullo de aquellos prisioneros de guerra. Los teutones marcaron primero, pero el Start reaccionó con varias combinaciones de contragolpe y consiguió darle la vuelta al marcador, marchándose a los vestuarios con 2 a 1 a su favor. Una vez en la caseta, los soviéticos recibieron varias ‘visitas’ de oficiales alemanes que se afanaban en exigirles que levantaran el pie del acelerador en la segunda mitad, so pena de perder la vida. Incluso les amenazaron con asesinarles si se atrevían a salir al campo en el segundo tiempo. Sin embargo, los jugadores del Start declinaron sus miedos y decidieron saltar al terreno de juego. Estaba en su mano humillar al ejército invasor, derrotar en el campo a los que les habían arrebatado la vida a sus compatriotas, y era un partido que querían ganar. No importaba a qué precio. No importaba si se perdía la vida. El Start salió al campo, pisó el acelerador, jugó como nunca y marcó más goles. Con 5-3 a favor de los presos, el habilidoso Klimenko realizó una incursión en la zaga alemana, regateó al portero y, cuando todos esperaban el gol, se dio la vuelta y chutó hacia el centro del campo. Las gradas del estadio Zenit se venían abajo. Klimenko había encontrado el modo de machacar el orgullo alemán, y de dar una bofetada brutal a las SS. El estadio se vino abajo y se escuchó una ovación atronadora para el valor de los prisioneros de guerra. El comandante de ocupación alemán, Eberhardt, era insultado por un verdadero coro popular, y decidió abandonar el estadio absolutamente avergonzado.Una nota de prensa de las SS resumió el choque de manera tan escueta como tendenciosa.
- Fue un partido entre el Start local y el Flakelf, un encuentro lo de menos fue el resultado. Fue un partido lleno de deportividad e igualdad. Enhorabuena a ambos bandos.
Días después, los alemanes les hicieron jugar contra el Rukh, en un choque donde volvieron a amenazarles de muerte si ganaban. El Start habló en el campo. Lo hizo de manera contundente. Con un 8 a 0. Fue el desencadenante de una visita sorpresa de la GESTAPO a la panadería de Kodrik. Había comenzado la cacería humana. Nikolai Korotkykh fue el primero que murió. Lo torturaron con saña, hasta matarlo, aunque no consiguieron que de su boca saliera el nombre de algunos colaboradores comunistas. Los otros diez jugadores del Start fueron enviados al infierno de Sirtez, un campo de concentración de dureza extrema. Ivan Kuzmenko, delantero centro, fue ejecutado después de que una brigada alemana sufriera el ataque de un grupo de partisanos. Más tarde llegaría el turno para el orgulloso Klimenko - el que se negó a marcar el gol después de haber regateado al portero-, al que asesinaron a sangre fría. A Trusevich, el guardameta y fundador del Start, le llegó la hora un día después. Cuenta la leyenda que murió con la cabeza bien alta, y dejando para el recuerdo una última frase que perseguiría hasta el final a sus verdugos.
- Podéis matarme a mí, podéis asesinarnos a todos, pero el deporte rojo nunca morirá.
Goncharenlo, Tyutchev y Sviridovsky sobrevivieron de milagro a las ejecuciones de los alemanes.
Parte extraída del artículo de Ruben Uría "La historia del partido de la muerte"
Popularización:
En el 16 de noviembre de 1943, Izvestia fue el primer periódico en reportar la ejecución de los deportistas por los alemanes, aunque el partido en sí no fue mencionado.
El "Partido de la Muerte" llamó la atención del público en 1958, después de que Petro Severov publicó su artículo "El último duelo" en el periódico "Evening Kiev". Al año siguiente, Severov, junto con Naum Khalemsky, publicaron un libro con el mismo nombre, donde se narra la historia del FC Start en su lucha contra los ocupantes nazis.
La historia se volvió muy popular en la Unión Soviética, especialmente en Ucrania, y era contada de forma romántica. Dos películas - Tercer Tiempo (Mosfilm, 1964) y El Partido de la Muerte fueron filmadas, basándose en esta historia. Un monumento escultórico fue erigido en el estadio Zenit de Kiev, que pasó a denominarse el estadio Start en 1981.
Parte extraída de la Wikipedia

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