Solamente siete, para dejar con ganas de más. Venezuela esconde paisajes inesperados. Va de la selva al desierto; del desierto a la montaña, de la montaña a la playa y no deja de sorprendernos. Nosotros los venezolanos podemos presumir que tenemos un poco de todo y saltamos de orgullo cuando los viajeros se van de aquí con el corazón agradecido. La lista es corta, cortísima, pero si llegas hasta aquí inspirado por alguno de estos lugares, las ganas de conocer te atraparán y te llevarán a explorar otras rutas. Que de eso no quede duda.
Los Médanos de Coro. Este paisaje desértico es único en el país y aparece de repente, en la carretera que va hacia Coro, en el estado Falcón. A veces cubre parte del camino y es la excusa perfecta para divertirse subiendo a los cúmulos de arena para luego deslizarse sin temor de llenar el cuerpo de tanto paisaje. Los Médanos fue declarado Patrimonio Natural Falconiano y Parque Nacional desde 1974; uno que abarca una extensión de poco más de 90 mil hectáreas. Por razones de seguridad, el horario para disfrutar de esta aparición es de 9am a 6pm y es recomendable hacer caso. Cerca, está la ciudad de Coro y La Vela, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La curiosidad puede llevar hasta pueblitos únicos, mientras se saborea el dulce de leche, famoso de la zona.
El Roraima. En el Parque Nacional Canaima, en esa gloria que se conoce como la Gran Sabana en el estado Bolívar, la vista no deja de sorprenderse con los tepuyes, las formaciones más antiguas del planeta. El Roraima es el tepuy más alto de todos (con casi 2800 metros de altura) y es posible llegar a su cima y volver a su base en un recorrido que, normalmente, dura siete días en los que se duerme entre sus rocas y se pone a prueba la resistencia al caminar. Aunque no se necesita un equipo para escalar, sí se requiere tener una buena condición física porque para subir hasta allá se cubren tramos de hasta 8 horas caminando, por día. La sabana y el Kukenán, otro tepuy que nos contenta, siempre son testigos de esta aventura en la que sólo se respira paz.
Los Roques. Un paraíso totalmente azul, lleno de matices, de arenas blancas, de silencio y tranquilidad. Este archipiélago venezolano fue declarado Parque Nacional en 1972 y es uno de nuestros tesoros mejor guardados, un sitio paradisíaco en el que proteger la vida marina es la regla, sin excepción. Es el parque más grande del Caribe, con poco más de 50 islas y 300 bancos de arena. El Gran Roque, la única isla poblada, está llena de posadas de todos los colores para brindarle al viajero todas las comodidades posibles, dentro de un ambiente que no necesita de lujos y, sin embargo, los tiene en algunos rincones. Desde el Gran Roque se parte en lancha o catamarán a recorrer los otros cayos como Francisquí, Madrisquí o Crasquí que son los más conocidos; pero si quieres ir más allá debes pasar por Dos Mosquises a ver de cerca la cría de tortugas, o llegar hasta Boca del Cote para bucear entre corales asombrosos.
Los Llanos. Se trata de una extensión verdecita que va desde el Occidente del país (estado Apure) hasta el Oriente (en el estado Monagas) llena de ríos, pequeñas montañas, cultivos y más que ocupa el 35% del territorio venezolano. Ir llano adentro es disfrutar de los mejores amaneceres saboreando un café, acostados en una hamaca; es ver de cerca cómo viven los animales y sentirlos, es un paseo a caballo por la sabana y la adrenalina a mil practicando rafting en sus ríos. Es el atardecer y la rutina del llanero. Es su comida y sus cantos. La vista se pierde en el llano y los paseos programados hacen que el viajero se vaya con un buen sabor de boca.
Margarita. En esta isla del estado Nueva Esparta hay sol todo el tiempo. Llegar a ella es una fiesta de playas que parecen adaptarse a todos los gustos: con olas, sin olas, con mucho viento, con palmeras, sin ellas. En Margarita sucede de todo y los venezolanos acudimos a ella como hipnotizados, de la misma manera como van llegando los turistas de cualquier parte del mundo, fascinados por sus pescados fritos a la orilla del mar, por sus pueblitos perdidos en el tiempo, por las posadas y hoteles; porque allí se puede nadar, practicar kayak, ver delfines, pescar y más, sin ninguna prisa. Además de playas, también permite subir a la Sierra y tener otro paisaje mezclado con el frío, algo insólito en una tierra llena de calor. Aquí en Margarita, todos le hablarán de la devoción a la Virgen del Valle, patrona del Oriente del país y que está presente en todos sus rincones.
El Salto Ángel. Sus 980 metros de altura lo convirtieron en el salto más alto del mundo. La cascada cae desde el Auyantepuy -el tepuy más extenso, pero no el más alto- dentro del Parque Nacional Canaima en el estado Bolívar. Para llegar hasta este imponente salto se necesita navegar el río Carrao que luego se une con el Churún durante unas cuatro horas aproximadamente. En el camino se va rodeado de tepuyes y de una calma que estremece todos los sentidos. Nada como ver el Salto por primera vez en una de las curvas que va guiando el camino para luego tenerlo justo al frente en Isla Ratón, sitio en el que se desembarca, se deja el equipaje y se comienza una caminata de hora y media por la selva, un poco exigente pero no imposible, hasta ese mirador que te pone al Salto Ángel en todo su esplendor. Si se caminan 25 minutos más, se puede llegar hasta la poza del salto y darse un baño helado para luego emprender el camino de vuelta y acampar lo más cercano que se pueda a sus pies.
Los Andes. Tenemos la suerte de contar con una extremedidad de la Cordillera de Los Andes que nos regala picos altísimos, llenitos de nieve y paisajes maravillosos. Los tres estados andinos, Mérida, Táchira y Trujillo son una suerte de montañas, páramos, lagunas, pueblitos, valles y leyendas que atrapan al viajero de una forma misteriosa. Aquí se puede volar en parapente y asombrarse entre el frío y las montañas; practicar rafting, montar a caballo y llegar a parajes insospechados. Se puede disfrutar de parques temáticos, pero lo que más se aprecia es dejarse guiar por sus pueblos, ir conociendo las historias y no perder el chance de probar toda la comida que se pueda, porque tiene un sabor único que conquista los sentidos.