Los libertadores llegaron a caballo y con metralletas, en una mezcla inolvidable de modernidad y pasado. Los cuatro soldados soviéticos se detuvieron al otro lado de las alambradas de Monowitz, uno de los campos de Auschwitz. Pertenecían al Primer Ejército del Frente Ucraniano del mariscal Koniev y estaban acostumbrados a ver ciudades destruidas, pueblos arrasados, civiles cruelmente asesinados… el rastro de muerte que dejaba el ejército alemán en su retirada.
“Nos parecían asombrosamente corpóreos y reales – escribirá Primo Levi en ‘La tregua’ -, suspendidos (la carretera estaba más elevada que el campo) sobre sus enormes caballos, entre el gris de la nieve y el gris del cielo, inmóviles bajo las oleadas de viento húmedo y amenazador del deshielo”. Para Levi, la liberación llegó el 27 de enero de 1945, tal día como hoy hace 70 años.
Solo los que sabían alemán podían advertir el cinismo del mensaje de la puerta principal del campo: “El trabajo libera”. Los nazis dejaron la puerta intacta pero destruyeron los hornos crematorios, quemaron los archivos, ejecutaron a los ‘Sonderkommandos’. Se llevaron en marchas mortales a unos 60.000 prisioneros. Mataron a centenares que estaban demasiado débiles para andar.
Pero no pudieron borrar todas las huellas de su crimen: Auschwitz era demasiado grande para quedar oculto. En el testimonio de los supervivientes quedó para siempre la huella del horror, el descubrimiento de la eliminación industrial del ser humano. Aquí van siete libros esenciales para adentrarse en el infierno.
Prisioneras húngaras en Birkenau, en 1944“Desaparecieron así, en un instante, a traición, nuestras mujeres, nuestros padres, nuestros hijos. Casi nadie pudo despedirse de ellos”. Primo Levi llegó a Auschwitz en febrero de 1944. Se salvó de la muerte inmediata en la cámara de gas porque era joven. Se salvó de morir como esclavo gracias a que era químico. Se salvó por el alemán que sabía al llegar al campo y por el alemán que aprendió a cambio de su escasa ración de pan. Se salvó, en fin, por la combinación de azar, fortaleza y astucia que tuvieron los supervivientes. La culpa le esperaba a la salida del campo. De regreso a su Turín natal, Levi escribió todo lo que recordaba para crear una obra única. Einaudi rechazó el manuscrito. Nadie quería saber. Diez años después llegó el redescubrimiento y ‘Si esto es un hombre’ se convirtió en el clásico que es hoy. Después llegó ‘La tregua’ y, por último, ‘Los hundidos y los salvados’, el más desolador de todos, el final de una trilogía esencial para entender la maldad y la bondad de los hombres.
Los nazis crearon campos de concentración, como Dachau – ¡en 1933! – o de exterminio -, como Sobibor o Treblinka. El gigantesco Auschwitz fue las dos cosas, un complejo gigantesco que mutó a lo largo de la guerra y se convirtió en el primer campo donde el Zyklon B – un insecticida de cianuro – se usó para gasear a miles de soldados rusos y gitanos, y a judíos de toda Europa. Auschwitz creció mediante el método del ensayo y error, hasta convertirse en la fábrica de muerte nazi más eficiente: 1.100.000 personas fueron asesinadas en el campo. 200.000 eran niños. El historiador Laurence Rees contó la génesis, desarrollo y cénit del campo en una serie para la BBC, que convirtió en libro. Escuchamos las voces de los supervivientes y también las de los verdugos, como Oskar Gröning, un cabo de las SS que clasificaba el dinero y los bienes de los judíos asesinados, y que se ha convertido en el último acusado por el crimen. A sus 94 años, el contable sigue sin sentirse responsable del crimen.
Rudolf Höss (3º desde la izq.) y Josef Mengele (1º desde la izq.)
“El mal ambiente de Auschwitz (…) me acabó transformando en otro hombre: me encerré en mí mismo y me hice duro e inaccesible“, escribe Rudolf Höss en la celda de la prisión de Cracovia, donde un tribunal polaco lo juzga por crímenes de guerra. Elegido por Himmler para dirigir Auschwitz, Höss transformó unos destartalados barracones de madera del ejército polaco en un complejo gigantesco. En sus memorias, Höss no se arrepiente de haber dirigido el mayor campo de exterminio nazi, tan solo de no haber dedicado más tiempo a su familia. “Se le puede creer cuando afirma que nunca ha disfrutado al infligir dolor y al matar – escribe Primo Levi en el prólogo -. No ha sido un sádico, no tiene nada de satánico (…) en un clima distinto del que le tocó crecer, según toda previsión, Rudolf Höss se habría convertido en un gris funcionario del montón, respetuoso de la disciplina y amante del orden”. El 2 de abril de 1947, Höss fue sentenciado a morir en la horca. Gracias a un judío berlinés, Auschwitz, el campo que dirigió con mortal eficacia, se convirtió en su patíbulo.
‘Hans y Rudolf’
Si Höss acabó ahorcado y no libre y feliz en Sudamérica, como el sádico Mengele – el ‘doctor’ de Auschwitz – fue gracias a la perseverancia de un modesto teniente del ejército británico. Hans Alexander, un judío berlinés refugiado en Londres, convirtió la caza de Höss en un asunto personal donde se entremezclaban el deber y la venganza. Disfrazado de marinero, Höss fue capturado por los ingleses al final de la guerra. Su ardid funcionó. El comandante de Auschwitz quedó en libertad y emprendió una nueva vida como granjero, un oficio adecuado para la operación que llevará a su captura: ‘Haystack’, ‘Pajar’. “Mi mayor placer es ir por ahí a la caza de esos miembros de las SS”, escribe Alexander a su hermana. Thomas Harding, su sobrino nieto, ha convertido la captura de Höss en un relato apasionante. En los capítulos impares narra la vida de…; en los pares, la de… dos biografías paralelas destinadas a cruzarse. El relato de Harding demuestra que todavía es posible acercarse a Auschwitz desde una nueva mirada y que, como no se cansó de repetir Primo Levi, Höss solo era un hombre común y vulgar… tan normal como nosotros.
Art Spiegelman convirtió a los judíos en ratones, a los nazis en gatos, a los franceses en ranas, a los polacos en cerdos… para contar en viñetas lo que le parecía incontable: el paso de sus padres por Auschwitz. Vladek y Anja, judíos polacos, lograron sobrevivir al horror gracias a esa combinación de azar, astucia, fortaleza y culpa que tuvieron los supervivientes. Se salvaron, pero perdieron a sus padres, a sus hermanos, a su hijo… al hombre y la mujer que fueron antes de la guerra. En el Nueva York de finales de los setenta, grabadora en mano, Spiegelman conversa con su padre, convertido en un anciano imposible, caricatura del judío tacaño, un hombre que aúlla de dolor en sus pesadillas. Con su máscara de ratón, Spiegelman convierte el testimonio de su padre en viñetas oscuras, feas, siniestras. Ni siquiera en el presente hay espacio para el color. Un cómic tan original que es el único premiado con el Pulitzer.
Os invito a ampliar esta lista incompleta.
Pd: En el número de enero de ‘Historia y Vida’ publiqué un dossier sobre Auschwitz. Ya no se puede adquirir en los quioscos, pero si os interesa se puede comprar en este enlace (Para los que ya lo sabéis, perdonad la insistencia).
publicado el 09 febrero a las 00:30
Mmm y pensar que la pesadilla todavía no ha terminado del todo, puesto que hoy existen otras formas de violentar los derechos humanos