El cine se ha ocupado ampliamente del conflicto - felizmente aplacado ya - de Irlanda del Norte, quizá porque auna una serie de características muy atractivas para el espectador occidental: se desarrolló en un país civilizado y duró décadas, dividiendo a la población en dos comunidades casi irreconciliables, cuyo símbolo era la ciudad de Belfast, una urbe rota y segregada, cuyo clima estaba envenenado por el odio.
En 71 es un joven soldado, recién incorporado al ejército británico, el que es enviado en misión a la vez de policía disuasoria y de miembro de una especie de ejército de ocupación que es recibido con tremenda hostilidad cuando se asoma por los barrios católicos. Quizá Hook esperaba una misión rutinaria con algo de tensión, pero lo que se encuentra cuando llega a Belfast es una ciudad en lucha consigo misma, dividida y desgarrada. La escena en la que su compañía entra en uno de los sectores católicos más conflictivos es impresionante: todos los vecinos colaboran en hacerlo pasar mal a los ingleses, desde las mujeres maduras, que avisan a los demás dando golpes con las tapas de los contenedores de basura, hasta los niños que los reciben con una lluvia de mierda. Ellos son el enemigo, el ocupante opresor y todos deben aprender esa sencilla verdad desde que nacen hasta que mueren.
Porque uno de los conceptos que mejor muestra la película de Demange es el del nacionalismo más sectáreo, aquel que se encierra en sí mismo y es irreconciliable con otras comunidades, otras creencias u otras ideas. La realidad asfixiante que se crea en los diferentes barrios son las creadas por las líneas que separan a las comunidades y que a su vez posibilitan el florecimiento de un ecosistema semimafioso: al final los líderes de las diferentes facciones del IRA o de los Unionistas no son más que criminales que mantienen un engranaje criminal del que sacan provecho en forma de poder y réditos económicos. No importa que mueran niños, ya sea en enfrentamientos o en accidentes con el material bélico propio: los fallecidos se convierten en mártires que avivan aún más el fuego de una espiral interminable de odio irracional.
A pesar de ser un director casi debutante, Demange filma con buen pulso una historia llena de situaciones impactantes por su crudo realismo. Si la película no es redonda es por un final un tanto inverosímil, que resta algo de crédito al resto de la historia, pero en todo caso tampoco es que lastre nada importante en una propuesta tan estimable.