Aunque soy un encarnizado defensor de las relaciones sociales íntimas, del papel esencial que tienen los buenos amigos en el nuestro bienestar (veáse https://www.blogger.com/blog/post/edit/preview/8031751915107030593/2494740327721403890 ), he experimentado una especie de epifanía al conocer el trabajo de Mark Granovetter, sociólogo de la universidad de Stanford, respecto a lo que ha denominado "lazos débiles". Este investigador ha dedicado una parte considerable de su carrera a estudiarlos y divulgar sus hallazgos, al constatar el inusitado peso específico que tienen en nuestro bienestar emocional.
Desde pequeño me creó confusión ver como se enfrascaban en conversaciones de dudosa relevancia, sobre todo mujeres, igual en la puerta de la mercería que en la pescadería, en un pasillo del mercado de abastos que en la esquina de cualquier calle. Tras un rato de charla me sorprendía escuchar aquel "Ay, mujer, que tarde se me ha hecho" o un "Nena, no puedo pararme más. Me voy", sin entender: a) por qué perdían el tiempo de esa forma si tenían quehaceres pendientes y b) por que no cumplían lo que acababan de decir, y continuaban charlando.
El amigo Granovetter me ha facilitado una pieza central del puzzle de las relaciones sociales que me permite entender que tanto esas mujeres como esos hombres detenidos frente a un a zapatería o en la terraza del caf é , comentando sobre cualquier asunto banal, no están malgastando su tiempo, sino que están están invirtiéndolo en descongestionar el estrés. Están desahogándose, ventilando emocionalmente, al compartir circunstancias y experiencias que no tienen por qué ser necesariamente profundas, sino cotidianas, pero que tiene el efecto de fu nciona r como álvula de escape emocional a las pequeñas ansiedades del día a día. Sintetizando, este investigador reconoce y legitima un tipo de relación que solía valorar se como prescindible o directamente inútil, y que he oído criticar en no pocas ocasiones. v
Hace muchos años, experimenté de forma inopinada ( y sin saberlo en aquel momento) lo que nos dice el sociólogo. En las escasa tres calles que separaban la oficina de mi domicilio me detuve a hablar con varios conocidos. Un rato después, tras un reconstituyente desayuno, reparé en que el enojo con el que salí del trabajo había desaparecido, y mi buen humor había aumentado varios puntos. La ú nica explicación que hall é es que fuera consecuencia directa de los mencionados encuentros.
Recapaciten sobre ello y si no lo han experimentado, hagan la prueba. Es tan simple como eso, promover un saludo con algun o s de esos desconocidos/as que nos encontramos todos los días al ir a trabajar , un comentario que vaya algo más allá de la meteorología en el ascensor, una opinión trivial con la camarera que nos sirve el café,... o con la señora que tenemos en la barra a nuestro lado. Un estudio con un grupo de estudiantes reportó que experimentaron mayor sentimiento de pertenencia los días en que interactuaron con más compañeros de lo habitual. más felicidad y
Debe ser desconcertante para cualquier visitante extranjero vernos saludar a personas por la calle, detenernos a comentar con vecinos, mantener conversaciones perfectamente intranscendentales con conocidos, sin haber llegado aún a dar la vuelta a la esquina... disponiendo de un solo término para definir tal variedad de relaciones sociales. El error está en considerarlas todas dentro una única categoría ("amistad"), cuando en realidad pertenecen a los mencionados "lazos débiles". De manera que, cuando critiquen a los españoles (ampliaría al carácter latino, en general) por tener demasiados "amigos", pronunciado el vocablo con un marcado retintín despectivo que pone en duda la honestidad del concepto, ya tienen argumentos de sobra para defender este carácter tan peculiar (y saludable).