El Día Internacional de la Mujer, aunque tiende a confundir, es mucho más que una celebración. Es una fecha para conmemorar el sacrificio de tantas mujeres que, en la historia reciente de la humanidad, han batallado sin tregua por la igualdad y han logrado los primeros cambios. Es una justificación para, como cualquier otro día, luchar por los derechos que aún nos faltan, denunciar la violencia de género y educar en los principios de la equidad y el respeto.
Ciertas felicitaciones y algunos tipos de regalos no solo desvirtúan el origen y objetivo de esta fecha, sino que pueden reforzar estereotipos de género y micromachismos. Compartir frases comunes como: “A ti que trabajas día a día, por construir un hogar y un mundo mejor” o regalar útiles para los quehaceres en casa, validan una distribución de roles preimpuesta en la que ellas siguen siendo las encargadas del hogar. Y si no lo crees, piensa cuántas veces los hombres reciben regalos de este tipo. Estas y otras expresiones sutiles de discriminación y violencia hacia la mujer ayudan, a la larga, a mantener relaciones de poder y dominación.
El 8 de marzo no es una fecha seleccionada al azar. Entre sus antecedentes estuvo un acuerdo de la Conferencia Internacional de la Mujer Trabajadora de 1910 en Copenhague, Dinamarca. Por iniciativa de algunas de las principales luchadoras de aquellos años como Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo, un centenar de mujeres de 17 países aprobaron conmemorar un día global para ellas y aunque no fijaron fecha concreta, sí dijeron que sería en marzo. Un año después, el 19, se celebraría por primera vez.
Uno de los capítulos más dolorosos en la historia de la lucha por la igualdad de derechos también influyó en la definición de este día. En marzo de 1911, un incendio en una fábrica textil de Nueva York cobró la vida de 123 obreras. Las trabajadoras no pudieron escapar porque los responsables de la fábrica habían cerrado todas las salidas, una práctica habitual entonces para evitar robos. Ellas trabajaban en pésimas condiciones y el accidente movilizó a muchas otras en la batalla por derechos elementales.
Poco a poco la tradición de un Día de la Mujer en marzo fue ganando seguidores en diferentes países. Pero no fue hasta 1975 que la Organización de Naciones Unidas (ONU) estableció y celebró por primera vez el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo.
En palabras de la ONU, esta fecha “se refiere a las mujeres corrientes como artífices de la historia y hunde sus raíces en la lucha plurisecular de la mujer por participar en la sociedad en pie de igualdad con el hombre”.
El próximo domingo, mujeres de muchos países saldrán a las calles para exigir una vez más derechos elementales. Las argentinas, con sus pañuelos verdes, continuarán respaldando la legalización del aborto seguro y gratuito. En España, el foco de las protestas estará sobre todo en el marcado incremento de los casos de violencia sexual y en la necesidad de una educación más plural, donde ellas sean visibles desde las primeras etapas. Las mexicanas, mientras tanto, llamarán la atención sobre el aumento de la violencia y los feminicidios en esa nación.
No es para menos, en un mundo donde una de cada tres mujeres sufre violencia a lo largo de su vida, sobran los motivos para hacer de esta fecha un día de huelga, activismo y lucha. Según datos recientes de la ONU, ellas representan dos tercios de la población más pobre del mundo y 830 mueren cada día de causas evitables relacionadas con el embarazo.
En paralelo, solo una de cada cuatro parlamentarios en el mundo es mujer, las investigadoras son solo el 29 por ciento de los trabajadores de este campo, existen restricciones legales que impiden a 2 700 millones de mujeres acceder a las mismas opciones laborales que los hombres y hasta 2086, no se cerrará la brecha salarial si no se contrarresta la tendencia actual. Como promedio, en la actualidad, ellas ganan un 16,4 por ciento menos que los hombres.
En Cuba, con el trabajo durante años de organizaciones como la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), muchas batallas fueron ganadas en asuntos de género. Pero tenemos aún varias deudas.
La igualdad de derechos y oportunidades alcanzada y fortalecida en diferentes áreas durante las últimas seis décadas –mismos salarios por igual trabajo, acceso a la educación, derecho a la propiedad y la herencia, derecho a la planificación familiar y al aborto en condiciones seguras, participación equitativa en diversos espacios profesionales, entre otros – necesita, cada vez más, revertirse en todos los planos de la vida.
Como ya hemos contado en otros artículos de esta sección, uno de los principales desafíos pasa por la cultura machista dominante que sigue condicionando las relaciones entre mujeres y hombres y que se afianza en estereotipos, normas sociales, costumbres y tradiciones, transmitidas de generación en generación.
A pesar de la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, de la feminización de la enseñanza superior y de la fuerza técnica del país, ellas siguen ocupando las plazas de menor remuneración y se ven en situación desfavorable por seguir jugando el papel de principales cuidadoras en el seno de la familia. La mayoría siguen sometidas a una doble jornada y el trabajo que se realiza en el hogar sigue sin valorarse como un aporte económico.
En paralelo, el mantenimiento de los avances en materia de inserción social de las mujeres y la protección de sus derechos se vislumbra como un desafío en el actual proceso de actualización del modelo económico cubano, cuando cobran fuerza la iniciativa privada y la cooperativa.
En un escenario de descenso de la fecundidad a niveles por debajo del reemplazo poblacional desde 1978, la tasa de fecundidad adolescente, al cierre de 2018, fue de 54,6 nacimientos por cada mil jóvenes entre 15 y 19 años de edad. Esto implica graves riesgos en materia de salud para las madres que, además, suelen interrumpir sus estudios y frenar sus posibilidades de desarrollo futuro.
En Cuba, por cierto, también hay violencia contra la mujer por motivos de género. Este fenómeno se registra en el país en todas sus formas, independientemente del nivel educacional o económico, el lugar donde se vive, la raza, la orientación e identidad sexual. Desde el acoso naturalizado en piropos y la violencia psicológica dentro de las relaciones de pareja hasta otros episodios mucho más graves. Últimamente, con el incremento del acceso a Internet y uso de las redes sociales, se visibilizan muchos más casos.
Según la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género (ENIG-2016), realizada por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) y la FMC, el 39,6 por ciento de las mujeres entrevistadas declaró haber sufrido violencia en algún momento de sus vidas, en el contexto de sus relaciones de pareja. Por otra parte, en 2019, el informe nacional cubano de cumplimiento de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible reportó una tasa de feminicidios de 0.99 por cada 100.000 mujeres de 15 años o más para el año 2016.
Además, persiste sexismo en los medios de comunicación y en productos comunicativos diversos. Se distribuyen mensajes reproductores de estereotipos y prejuicios que contribuyen a disminuirlas. Incluso en algunos espacios se les culpa por los bajos índices de fecundidad.
La lista de desafíos en Cuba en asuntos en igualdad de género es larga, continúa más allá de los datos y situaciones aquí reflejadas. El contexto amerita que nuestro 8 de marzo también sea de activismos y no solo de celebración: un día para reflexionar, mirar hacia atrás y valorar lo conseguido; un día para proyectar las batallas futuras; un día para seguir luchando.