Revista Viajes
8 días en Nueva York. Día 2: Estatua de la Libertad, Brooklyn y Top of the Rock
Por Tienesplaneshoy @TienesplaneshoyEl comienzo de este día, tras las experiencias del día anterior, marca un antes y un después en nuestras vidas. Desde que vivimos lo que os vamos a contar, cuando algo no funciona, cuando algo no va bien la frase que utilizamos, y nuestro entorno conoce, es “no fun”. Vamos a ello.
Como el primer día hicimos todo a pie, e íbamos usar la tarjeta de transportes de la que os hablamos aquí, que es para 7 días, hasta el sábado no decidimos comprarla, así nos serviría hasta el último día en Nueva York.
Ubicación en Google Maps
Así que tras desayunar, nos dirigimos al Metro. Tenemos que comprar las tarjetas y dirigirnos a la estación de metro para coger el Ferry que lleva a Staten Island, ahora os diremos para qué.
Bajamos al Metro por primera vez. Nos acercamos a la máquina, pretendemos coger las tarjetas. No pensamos que vayamos a tener problemas, si conseguimos en su día entendernos en Bélgica para coger no sé cuántos billetes, con 3.000 modalidades y no sabemos ni francés ni flamenco, aquí tenemos que ser los reyes del mambo, inglés (nivel medio hablado y escrito) y Nueva York tiene que estar hecho.
Pero una piedra se pone en el camino, de alguna manera no vemos clara la opción de la tarjeta. Ni cuál coger y, sobre todo, cómo pagar. La inseguridad y la desconfianza se apodera de mí, más que nada, porque desde que hemos llegado un señor muy delgado, con un gorro de lana y la camiseta dada de sí, pulula a nuestras espaldas y no para de mirarnos.
Me pone tensa, muy tensa, y por supuesto, yo la tensión no soy de quedarmela para mí, la comparto con “el que no escribe”. Le susurro, le meto prisa, y él no ve la luz, yo no veo la luz, el de atrás cada vez más cerca. El mundo entra y sale ajeno a esta situación
El hombre, al final, se acerca y nos mira, nos habla, yo ni le entiendo, pero finalmente nos pregunta que qué queremos, quiere coger nuestra tarjeta para pagar. Qué tensión, ya lo imaginamos con la tarjeta en mano corriendo Manhattan a través. Bueno, pues resulta que ese hombre, trabajaba allí. Sí, sí.. no sé porque contamos estas cosas que nos humillan…
El hombre nos ve torpes. Nos ayuda y nos saca los pases. Le damos las gracias y estamos listos para pasar.“El que no escribe” pasa y mi tarjeta no va. La paso y la paso pero la barrera no se abre. Así que, él está a un lado de los tornos y yo al otro. Por más que intento entrar es imposible. “El que no escribe” insiste en cómo tengo que hacerlo pero yo, por más que lo hago, no funciona. El del gorro nos mira de lejos con cara rara... normal, es para expatriarnos. “El que no escribe” decide cruzar de nuevo el torno hacia donde estoy yo. Intento avisarle para que no lo haga, pero él está decidido y es más rápido que mi voz. Ya había leído que para volver a usar la tarjeta tiene que pasar un tiempo. Tras varios intentos conseguimos que mi tarjeta abra el torno hostil, pero cuando él va a usar de nuevo su tarjeta, entonces ya no funciona (Ya sabéis, una vez que se usa hay que dejar un tiempo para volverla a usar).
Ahora, cada uno estamos a un lado del torno, de nuevo, pero a la inversa, yo dentro y él fuera. Es muy ridículo, es tan ridículo que pienso que nadie en el mundo mundial ha sido tan absurdo en la vida como nosotros (nivel Paco Martínez Soria a nuestro lado es “avanzado”). Que es imposible que alguien que coge el Metro en Madrid casi 3 horas diarias, se encuentre en esta situación.
Nos hablamos de lado a lado y un hombre que sale por los tornos se fija en el circo matutino que estamos montando. Nos pregunta que qué pasa, en ese ataque de espanto total, de humillación absoluta, por mis labios no sale otra cosa que “no fun” bien alto y señalando la tarjeta. Definitivamente nos devuelven a España.
“El que no escribe” me mira con cara de espanto al escuchar la frase de mi vida "¿no fun?" Intuyo el divorcio. El hombre nos deja su tarjeta para que pase y por fin los dos estamos al mismo lado. Y vuelvo a escuchar “¿no fun?" Porque claro, todo el mundo de inglés medio (hablado y escrito) sabe que cuando algo no funciona es que “no fun”, está clarísimo.
Bueno, pues vamos al Ferry. Queremos ver la Estatua de la Libertad. Sabemos que está cerrada pero queremos divisarla y nos habíamos enterado que hay un Ferry que lleva a Staten Island gratis y que te permite tener unas buenas vistas tanto de la estatua como de Manhattan desde el otro lado.
Para coger el Ferry hay que ir a la estación de metro de Whitehall Street, enfrente veréis la estación de ferry. Entrad en el interior, allí habrá gente esperando, consultad los horarios y llegad con antelación. Si queréis tener buenas vistas recordar, a la ida poneros en el lado derecho, y a la vuelta en el izquierdo (para los que tenéis conocimientos marinos, nosotros los adquirimos en el estanque del Retiro, a la ida estribor y a la vuelta babor). Aun así, tranquilos que durante el trayecto te puedes mover con libertad.
Para nosotros es una opción muy buena y un paseo agradable. Eso sí, según bajamos, nos pusimos a la cola para volver a subir y dar la vuelta para volver a Manhattan. Ésta fue toda nuestra vista a Staten Island.
Una vez de vuelta, estamos en la Downtown, cogemos Water Street. Durante el paseo, encontramos, cómo no, sitios en los que entretenernos. No hay mucha gente, así que, una escultura callejera nos atrapa un rato hacíendonos autofotos con su reflejo. Unos metros más adelante, llegamos al Pier 17.
EL Pier 17 es un antiguo embarcadero que ahora está convertido en una zona comercial, con numerosos bares y restaurantes. El sábado se encontraba bastante animado.
De ahí, nos dirigimos a otro de los puntos estrella, el Puente de Brooklyn (construido a finales del s. XIX). Cuántas ganas de ir. Ahora, os vamos a decir una cosa, ese orden, ese “don’t bolck” del que os hablábamos aquí anteriormente, esta llevado a límites extremos.
El puente estaba en algunas zonas en obras, no sabemos si seguirá. El caso es que están los carriles de tráfico peatonal y ciclista perfectamente delimitados. Te saltas un poquito la línea de tu carril y sentido, y ya hay ahí una persona para mandarte a tu caminito… Impresionante, no escatiman en recursos para mantener el orden. Qué disciplina.
La verdad es que el paseo es una pasada. Es complicado pararse para hacer una foto por la cantidad de personas que hay y, como casi no te dejaban adelantar generas retenciones. Pero bueno, a medio puente, el tráfico se dispersa. Desde él, se puede ver, casi en paralelo el Puente de Manhattan, construido a principios del s. XX.
Cruzamos el puente de Brooklyn al completo, así que, por segunda vez en el día, abandonamos Manhattan. Ahora nos adentramos en el distrito de Brooklyn.
Lo primero que hacemos es buscar el acceso para bajar al parque que está a las orillas del río, desde ahí, se puede observar una perspectiva chulisima de Manhattan al fondo y ambos puentes, una de las panorámicas más conocidas de Nueva York. También hay un tiovivo y muchísima gente disfrutando de las praderas verdes que lo rodea.
Aprovechamos que estamos en este distrito para pasear un poco por alguna de sus calles y comer en una pizzeria muy conocida, Grimaldis en 1 Front St. Se dice que allí comía Frank Sinatra, además, tiene fama de buenas pizzas y, efectivamente, así estaban. Ahora, hay muchísima gente, larga espera que nosotros no recomendamos. Es decir, si vais y no hay nadie, no está mal, ingredientes frescos, masa fina, precios contenidos, local agradable, cantidad considerable. Pero esperar tantísimo tiempo no creemos que merezca la pena.
A la salida, volvemos a acercarnos a la orilla, las imágenes que se tienen de Manhattan son una chulada.
Luego damos un paseo por el interior del barrio en busca del metro. Hace una tarde maravillosa, y viendo la hora que es, pensamos que sería una buena oportunidad para ir al Rockefeller Center y subir al top of de rock para conseguir una vista aérea de la isla, con suerte pillamos el atardecer y la vemos de día y de noche.
Antes de nada, deciros que eso también habría sido buena idea para Brooklyn. Como habréis visto muchas veces, las imágenes nocturnas desde Brooklyn son preciosas con todo Manhattan iluminado.
En un rato estamos en el Rockefeller, cuando llegamos allí hay un poquito de cola, no mucha, y lo que hacen es darnos hora para subir. No recordamos exactamente qué hora era, pero lo cierto es que tuvimos la suerte de pillar la caída de la noche, tal y como queríamos.
Mientras llega nuestra cita, no tuvimos que esperar más de 40 minutos, nos quedamos por los alrededores charlando, haciendo fotos, buscando un sitio donde sentarnos un rato (cosa nada difícil en Nueva York).
La verdad es que si tuviéramos que elegir, nos quedabamos antes con las vistas que se tienen desde el edificio Rockefeller que desde el Empire State. Las vistas sobre Central Park son realmente impresionantes y, además, te permite ver el propio Empire State, edificio emblemático y el Chrysler Building. Pillamos una luz preciosa y no puede darse mejor. Lo único que hace un poco de fresquito por las alturas.
Al salir del Rockefeller, estamos muy cansados. El día casi lo damos por terminado. Elegimos un lugar donde tomar algo y, a una hora más que razonable, estamos en el hotel. Al día siguiente, domingo, teníamos que estar muy temprano en Harlem, el Gospel nos esperaba, entre otras muchas cosas más…
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