Era jueves, el viernes siguiente, a la tarde, saldría nuestro vuelo de vuelta a Madrid. Nos quedaba un día y medio en la ciudad. Y lo queríamos aprovechar.
(Inciso: el día de hoy no es un día fotográfico, así que en esta entrada os adjuntamos más imágenes de Nueva York tomadas en nuestra estancia, aunque no estén muy relacionadas con el texto, qué le vamos a hacer...)
Ubicación en Google Maps
Estábamos bastante relajados, nos quedaban millones de cosas por ver, pero la verdad, que teníamos ganas de disfrutar con tranquilidad. Al ponernos en pie vemos que llueve, por primera vez en nuestro viaje, y lo hace con ganas.
Al poner los pies en la 7 Av., no vemos muy claro lo de pasear y entramos en el Macy’s, que está pegado al hotel, una conocida cadena comercial (tipo Corte Inglés).
Y sí, echamos la mañana. Directamente, nos entregamos y nos lo pasamos genial. Como hemos dicho en otras ocasiones, no tenemos un espirtú especialmente consumista pero, dentro del lugar, nos dejamos llevar y nos entregamos. No sabemos si actualmente se mantiene, pero en nuestra estancia, presentando en atención al cliente de esta cadena comercial el pasaporte, te dan una tarjeta con la que te hacen un 10% de descuento en la mayoría de productos, salvos aquellos en los que su precio acaba en 99 céntimos.
Salimos con algunas bolsas, y sigue lloviendo… a parte, hace muchísimo aire. Así que nos tomamos un tentempié y pensamos que es un buen momento para ir a buscar los regalos para la familia, y ¿Por qué no? ¡Igual algo más para nosotros!
Y así es, acabamos de nuevo en Century21 y, antes de darnos cuenta, ha caído la tarde!
Recordamos el día y nos hace sonreír. Nos separábamos, juntábamos, salíamos, entrábamos… de verdad, dejad un ratito para ir de compras por Nueva York, aunque no sea de las cosas que más os gusten, merece la pena.
Viendo el reloj, hay una cita que tenemos para ese día. En la entrada que os hablábamos de Greenwich Village, hace unos días, os mencionamos un local de música en directo emblemático, el Café Wha. A nosotros nos lo recomendó nuestra amiga, y lo que hicimos fue desde Madrid reservar directamente para nuestra última noche en Nueva York. Lo hicimos a través de su web aquí y funcionó perfectamente.
En este local se puede tomar una copa y escuchar música, o también cenar. Nosotros decidimos aprovechar para cenar.
Asi que nos acercamos al lugar a la hora acordada, tras dejar todas nuestras bolsas en el hotel y ponernos “guapos”.
Nos hacía muchísima ilusión acercarnos a un local típico por la noche y disfrutar de la música en directo. La experiencia fue fantástica, nos asignaron una mesa para los dos, relativamente cerca del escenario. Pudimos cenar antes de que empezara la actuación.
Nos sorprendió que nada más sentarnos y casi antes de tomarnos nota nos pidieron la tarjeta de crédito, y no nos la devolvieron hasta el final. Algo que nos generó cierta tensión. Para colmo al volver a Madrid observamos como efectuaron un cargo en concepto de propinas que superaba el 20%. Si no habéis leído los consejos previos al viaje os recomendamos que lo hagáis, aquí os explicábamos como funcionaba el tema de las propinas.
Un local oscuro, unas escaleras, luces de colores. De nuevo, gastronómicamente hablando nada destacó, pero aún resuenan algunas canciones que tocaron aquella noche que, cada vez que escuchamos, nos trasladan a uno de los recuerdos más bonitos que podemos tener.
Estilos variados, soul, rock, reagge… un poco de todo que sonaba de maravilla. La música en directo siempre es mágica. Y, además, nos ocurre una anécdota sin igual.
El local se llenó según avanzaba la noche. La gente iba bebiendo, la música, algunos se ponían en pie y bailaban. Entre canción y canción, nos sorprende cuando entre todos esos estilos suena el “Bamboleo”. Una canción que podíamos cantar!!!
Dicho y hecho, no solo la cantamos, no, nos enorgullecemos de nuestro idioma, y vocalizamos, alzamos el tono, damos alguna palmadita, que quede claro que no solo la conocemos, la sabemos, la manejamos, la dominamos.
Detrás de nosotros, una familia compuesta por un matrimonio de unos 50, con sus hijos de unos 20 y algo, con las respectivas novias, disfrutan mucho. Disfrutan muchísimo, disfrutan etílicamente y se desinhiben aún más que nosotros.
Nos miran, les hace gracia cuando ven que no somos de allí, que nos sabemos el bamboleo, que digo saber, que somos profesionales del bamboleo, y, entonces, la madre se pone en pie, la señora se acerca sonriente bailando cadera derecha, cadera izquierda.. y viene a mí, por un momento dudo, de hecho pienso que no viene, que baila con la nada, pero no, viene a mí, extiende la mano y me saca a bailar…
Podría haber comenzado un tira y afloja, pero la señora insiste, me sonrie mucho, me pone en pie y yo solo me quiero morir de la vergüenza, pero no quiero ser desagradable. Me habla y no la entiendo, para empezar porque ni siquiera la oigo, el bamboleo continua, los hijos se desentienden de la situación, y el marido engancha aquí, al "que no escribe", le coge del hombro y le da una palmada en la espalda que sentí retumbar el local, con un compadreo que no deja de sorprendernos.
Bailo, sí, bailo con esa señora, porque me mira como si yo por saberme la letra del bamboleo tuviera que saber como se baila esa canción en modo profesional y ella quisiera aprender, copia cada patoso movimiento que yo hago, y lo copia con admiración. Nunca fui consciente de que fuera tan larga esta canción. No puedo parar de reir, y el marido y el que no escribe miran, uno hablándole al otro, más bien solo habla el marido de la que baila, y el que no escribe se rie, le tienen agarrado por el hombro y no le sueltan.
Durante un instante intento abstraerme y ver la situación desde fuera. Estamos en Nueva York, en Greeenwich Village, en el Café Whá, mítico, emblemático, la noche de un jueves. Y hemos acabado con una pareja que no conocemos, que no sabemos ni de dónde son, yo bailando con esa señora el bamboleo y el que no escribe con un brazo en el hombro y un señor compadreando. Todo muy surrealista…
La verdad que pasamos una noche estupenda, nos dejamos llevar, y a eso de la 01:00 decidimos dejar el local.
Sobre el Metro habíamos leído que no era muy recomendable cogerlo por la noche. En algunos foros, en cambio decían que no había problema. Ante la duda y, aprovechando la disculpa de al menos coger un taxi amarillo de Nueva York, aprovechamos esta ocasión para hacer uso del mismo.
Hay tantos que no tardamos nada en coger uno, al poco de salir del local. Un taxista hindú o pakistaní nos llevó al hotel como con prisas, a mí así me lo pareció, como brusco. Pero ahí estábamos, en el taxi amarillo.
Esa noche estábamos felices, última noche en el Hotel del Terror, las maletas que viajaron vacías a Nueva York iban a volver llenas. Todas las compras del día ocupaban la habitación.
Para el día siguiente teníamos unas 8 horas para despedirnos de la Gran Manzana, esperábamos que el día nos acompañara y aprovecharlo hasta el final.
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Revista Viajes
8 días en Nueva York. Día 7: un día de lluvia, de compras y música en directo
Por Tienesplaneshoy @TienesplaneshoySus últimos artículos
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