Se cumplieron 50 años de la presentación de este utilitario, una suerte de “600” mejorado, con hasta 42 CV de potencia y capaz de volar hasta los 125 kilómetros por hora por las carreteras de la época. Recuerdo haber dispuesto de un modelo simple hacia los 18 años, con motor trasero y una clara tendencia sobreviradora, que terminó volcado por los excesos juveniles, sin otras consecuencias más allá de la alegría propia del taller de chapa y pintura. Muchos automóviles de este perfil recorrieron nuestra vieja piel de toro, desde el “1.500” al “Ondine” y la entrañable “cirila” (Citroen 2CV), tan alejados del muchacho minusválido que detuvieron por circular sin una extremidad inferior y a 297 Km/h. en una autopista madrileña. Los tiempos cambian, no necesariamente para mejor, porque ir más deprisa solo significa llegar antes, no llegar mejor. Los restaurantes de carretera fueron muriendo a medida que las autopistas restaron clientela al establecimiento, obligando a parar al viajero en las impersonales áreas de descanso de las autovías, donde venden comida y bebida prefabricadas, tan lejos de aquel menú del día con vino de la tierra, que ahora no se pueden prácticamente ni probar, al volante. Uno se hace viejo por eso de que empieza a vivir más de sus recuerdos que de sus ilusiones, y no es bueno, por más ventajas que traigan las autopistas de seis carriles y los aeropuertos en Ciudad Real. Una pena.