Estarán tan hartos como yo de encontrar a gente que solo muestra sus aspectos más brillantes, su faceta triunfadora. Y sin embargo, es indiscutible el hecho de que esas debilidades existen, de que todos las tenemos, y de que, además, son inexorables. No hay ser humano que no las tenga, de forma que quien quiera convencernos de que es perfecto, nos está mintiendo y, lo peor, se está mintiendo a sí mismo.
El quid del asunto es que si nuestras vulnerabilidades son sustanciales a nuestra estructura psicoemocional, igual existe un motivo para ello. Igual nuestras flaquezas tienen un sentido. Igual esas debilidades no lo son tanto.
Traigo a colación esta anécdota por que el paralelismo me parece claro: la función de nuestras vulnerabilidades puede pasarnos inadvertida, pero es esencial para el funcionamiento de nuestra psique. Y su cometido es hacernos más humanos, por que sin nuestras debilidades no podríamos tener las cualidades que más nos humanizan (no seríamos bondadosos, ni empáticos, ni compasivos,...). Quizá nuestras vulnerabilidades nos hacen personas más ponderadas y estables, por que nos ayudan a equilibrar precisamente esa otra faceta (tan popular) de nuestras fortalezas. Y eliminarlas, en el supuesto caso de que pudiéramos hacerlo, nos dejaría como la balanza a la que le quitamos uno de los platillos.
No existe moneda que no tenga dos caras. Nuestra vulnerabilidades no son más que la otra cara de la moneda, pero están ahí por que tienen un sentido. La condición humana consiste en ser vulnerable, consiste en estar receptivos y abiertos a la vida, a lo que no suceda en ella, sean eventos constructivos, destructivos o neutros.
En definitiva, asumir nuestras vulnerabilidades nos concede el derecho a