Yo, desde luego, no sé de nadie que alguna vez haya desembolsado 9.500€ en pasar la noche en un hotel. Con o sin escolta.
Ni 6.000€.
Ni 700€.
Esta última es la opción más económica entre la selección de hoteles de lujo que presenta el suplemento El Viajero de El país.
Terraza del hotel Casa Fuster, en Barcelona.
Quizá sólo sea una impresión mía, pero ¿podría ser que los productos para ricachones cada vez ocupen más lugar en los diarios españoles? No es casualidad, creo yo, que el depravante espacio ¡Vaya lujo!, un recorrido por las mansiones más fastuosas del mercado, esté día sí día no entre los diez temas más leídos del diario El Mundo, donde se publica.
En la edición actual, por ejemplo, nos presenta el reportaje de un caserón con salón de cine, salón de caza y dos piscinas, entre otras amenidades que justifican su precio de seis millones de euros.
Acabamos de hablar sobre cómo vivir con seis prendas de ropa durante un mes. Creo que cualquiera en su sano juicio estará de acuerdo, quizá no con ese experimento, que para algunos será demasiado extremo, pero desde luego sí con la necesidad de simplificar y reducir el consumo en un mundo que, como estos mismos diarios se encargan de recordanos machaconamente, se nos agota .
¿Qué es, entonces, lo que lleva a los medios a elaborar estos reportajes y colocarlos en sitios prominentes? ¿Son los elevados márgenes publicitarios la única razón, o hay algo más? Y nosotros, ¿por qué los leemos? ¿Qué nos aportan? Y, si lo que nos aportan estos productos es negativo, como potenciar la codicia, ¿por qué continuamos haciéndolo?