La consulta catalana del nueve de noviembre ha servido para comprender aspectos laterales, que a priori no tienen nada que ver con la independencia de Cataluña, de la política ficción que vivimos desde hace unos años (¿cuántos?) en este país. Cosas en las que la prensa no hará hoy el suficiente hincapié.
Por ejemplo, ya sabemos qué haría Unión Progreso y Democracia en caso de llegar a la Moncloa: meter en la cárcel a Artur Mas. La democracia para muchos partidos políticos no consiste en dotar de poder de decisión al ciudadano, consiste sólo en dejar que el ciudadano observe. La política como un espectáculo impermeable más, un espectáculo del que solo se puede gozar mediante la vista; como una novia mojigata.
Aludir constantemente a la ley y pretender que esta (la ley) es inalterable en aspectos controvertidos, coloca el ámbito del diálogo (que debería ser la piedra angular de la democracia) en las afueras de la política. Resulta curioso ver cómo los partidos de tendencia liberal, que en lo económico enarbolan la bandera de la libertad, miran con espanto la libertad fuera del campo económico. Para todos ellos Artur Mas se ha colocado al otro lado de la ley. Se niega toda opción distinta de la marcada por la ley y, la verdad, aún no sabemos qué demonios pasa por la cabeza de Artur Mas para haberse enfangado en tan monumental empresa.
El otro ejemplo no sé si lo he soñado: Ana Botella pidiéndole a la virgen de la Almudena “fortaleza necesaria para superar cualquier amenaza a la libertad y la unidad de nuestro país”. A veces tengo la sensación de vivir en una película de los años cincuenta. Esta sensación aún no sé si me gusta o me disgusta; de momento me crea una extrañeza cercana al sopor. Siempre he pensado que la religión es un paliativo estupendo para la falta de valor. La falta de valor no es ni buena ni mala, sucede, como diría el poeta, así que cuando uno no tiene valor o no tiene ideas o no tiene ganas de ninguna de las dos cosas, le reza a la virgen a ver si suena la flauta y uno puede al menos creer en los milagros que como son inexplicables no hace falta dar cuenta de ellos. Gobernar desde la ciencia de Dios es lo que viene haciendo Ana Botella que logró la alcaldía gracias al milagro de la recolocación de Gallardón. Desde entonces hasta ahora su imagen me remite siempre a una actriz de los años cincuenta, y cuando la veo o la oigo hablar pienso que no habla un político, habla Ava Gardner. Si, ya se que la comparación es muy desafortunada. En cualquier caso apelar a la unidad de España, después de haber sufrido nuestra generación anterior una guerra civil y una dictadura de cuarenta años, se convierte en una cuestión moral y no ideológica (en contra de lo que pudiera parecer), y como siempre no asistimos a un debate de ideas (que sería interesantísimo) asistimos a una colección de tópicos donde como fondo se juzga, no lo que sería óptimo para la ciudadanía, sino cuestiones inalterables como el bien y el mal. Hombre, visto desde ese prisma, nadie quiere ser malo, mejor ser todos españoles…
No salgo de mi asombro cuando califican de éxito una consulta en la que solo ha participado un 32 % del censo. No sabemos qué opina el otro 78 %. Si la partición hubiera sido masiva (digamos rondando el 60 %) ¿qué lectura harían los medios y los políticos? Por otro lado la posición del bisoño Pedro Sánchez resulta abrumadoramente tibia, la tibieza se va conformando como la temperatura política del líder socialista; un líder que recuerda en demasiadas cosas al difunto Adolfo Suárez. Hablar de federalismo en este país es no decir nada, el gran problema del federalismo es la inclusión de nacionalismos bajo un mismo proyecto nacional, pero el mapa autonómico ya lleva ensayando en España una forma de federalismo que no sabe su nombre. Nos parecemos más a una federación que una nación regionalista. El problema no es Cataluña, el problema es encontrar un nombre que una todas las inquietudes identitarias. Se trata pues de un problema de lenguaje, y en este país se le empieza a dar más credibilidad a alguien que habla en inglés que a alguien que habla en español.
Tampoco podemos soslayar un hecho silencioso y ladino: el juego ideológico de los nacionalismos. Los dos partidos nacionalistas con mayor peso en la vida política de España son PNV y CIU, ambos partidos auspiciados por la derecha. El conservadurismo del que se tacha al Gobierno de España es el mismo que rige los gobiernos de País Vasco y Cataluña. Sin embargo parece que ser independentista o al menos apoyar movimientos emancipatorios dentro de una comunidad autónoma es una actitud de izquierdas. Curiosa paradoja.