LA MIRADA DESDE LAS NIÑAS, NIÑOS Y ADOLESCENTES
El golpe de Estado pegado en mi adolescencia.
Belia Jazmín Toro Campos Nacida en 1956
El 11 de septiembre de 1973, llegué al colegio, tenía 16 años y cursaba tercer año medio en el Liceo Experimental Darío Salas. El colegio se encontraba con sus puertas abiertas, los profesores estaban reunidos en la dirección. Nos llamaron. Con los ojos llorosos nos informan del golpe de Estado, estábamos desconcertados y muy tristes. Nos retiramos caminando a nuestras casas, en pleno bombardeo a La Moneda. Había poca gente en las calles, nosotros con mucho temor nos refugiábamos bajo las cornisas de las casas, nos tirábamos al suelo, temiendo que nos alcanzara alguna bomba. Yo era militante de las Juventudes Comunistas y me fui a la sede del partido, ahí se encontraban varios compañeros/ as, destruyendo los carnet de militantes. Me uní, también quemando y enterrando documentos, para no dejar evidencias. Esperamos un largo rato, hasta que nos fuimos a nuestras casas. Llegué a mi casa y mis padres estaban angustiados porque no habíamos llegado todos los hermanos, finalmente estuvimos tres de los cuatro, mi hermana estaba en la casa de su novio. Mamá lloraba por el golpe y por el presidente Allende, mientras escuchaba su discurso. El 17 de septiembre, llegaron los militares, eran tres camiones que rodeaban la casa, todos apuntándonos con metralletas, nos sacaron a la calle. A mi hermano mayor comenzaron a pegarle, disparar en sus oídos y hombros, mientras mi papá era subido a un camión. Escuchábamos como lo golpeaban. A mi madre, hermano menor y a mí, nos obligaban a mirar 36cómo lastimaban a mi hermano, mientras a cada uno nos apuntaban con una metralleta en la cabeza. Después de mucho rato nos entraron a la casa y mataron a nuestra mascota, un perro fiel, hermoso y amado. Destruyeron todo. Nos asustaban diciendo que habían francotiradores y armas. Al interior de nuestro hogar comenzó otro sufrimiento y fue para nosotros, los menores de 11 y de 16 años. Nos tiraron al suelo, nos pisotearon, nos asustaban con las armas en nuestra cabeza y comenzaron a toquetearme. Sentí miedo y que podría venir algo peor. Pensaba en mis padres, mis hermanos y hermana, sentía que mamá y papá sufrían. Pensaba en todo momento que nos matarían. Al fin, terminó. Pareció eterno, quedamos con arresto domiciliario varios días y amenazados de que volverían por nosotros. La historia sigue, años después vinieron otros…
Soplo Juan Pablo Contreras Godoy Nacido en 1962
Me senté en el suelo. Necesité piso para soportar ese momento de destrozos que, a mis once años, dictaría sentencia. ¿Perpetua soledad? No. Libertad condicional. Flecté mis piernas y bajé hasta que mi huesudo trasero tocara el parqué. Mi espalda contra la pared. Mas no mi cabeza. Ella permaneció gacha. Vítores y un llanto. El de mi madre cuando escuchó: “que los maten a todos.” El mayor de sus hijos estaba fuera. Había que defender al compañero presidente, había que poner el pecho como muralla. Yo no lo vi partir. Mi hermana me diría que nuestro padre habría intentado detenerlo. Yo me quedé con otra imagen. La del hombre que votó por Allende, por su sentido de justicia y por su hermandad de masón, y que muy pronto, se convirtió en oposición demasiado cercano a la sedición. El departamento se hizo largo ante mi pequeña existencia. Fue como si el destino nos sentenciara a vivir según tres tercios imposibles de integrar. En la primera habitación de ese pasillo que se hizo tan angosto, y en cuyo fondo estaba el baño, se quedó encerrada una madre cristiana que clamaba que volviera la tranquilidad. En la segunda habitación, un padre alucinado por una victoria falsa; y en la última, un niño con un soplo al corazón en pleno ventrículo izquierdo. Más dos adolescentes en modo nulo. Porque en esas calles que nos vieron felices correr, se jugó un “paco-ladrón” macabro. El Consulado de Francia está a unas pocas cuadras. Balazos. Escapadas. Muralla. Libre. ¿Por todos mis compañeros? No recuerdo qué día decretaron que volviéramos a clases. Tampoco sé cómo llegué al Instituto Nacional. Seguramente en micro. No hubiese sido capaz de caminar como lo hacía en los días de paro: no son más de veinte cuadras, hágalo por el gobierno del compañero presidente. Me dijo mi hermano 38una de las pocas veces que lo vi en esos tres años. Mi infancia paso a paso y los troles desconectados y jóvenes saltando en sus techos; y en el edificio de la UNCTAD1: los cascos danzando en el cielo; un cerro transitado; una cartelera para “Una odisea en el espacio”; estudiantes discutiendo y moviéndose. Muchos perros. 1 Actual Centro cultural Gabriela Mistral (GAM). Bajo la dictadura fue nombrada edificio Diego Portales y fue sede central de la junta de gobierno hasta 1981. Nada quedó. Sólo el hoyo del Metro. Todo se volvió apuro, miedo, rabia. 50 años. La espalda sin apoyo. La cabeza bien erguida. Más preparado para gozar, fracasar y volverlo a intentar. Gracias Chicho, Payita, Víctor… ustedes son mi soplo… Salvador y Tevito Magdalena Sanhueza Tohá Nacida en 1963
Esa mañana de septiembre no fui al colegio. Cada año, en esa fecha, vuelan por mi mente imágenes y emociones que quedaron grabadas desde ese día en que el cielo gris dejaba a ratos colarse unos rayos de sol. Mi papá salió temprano y no volvió hasta días después. Recuerdo a mi mamá en la cocina, escuchando inmóvil una voz de hombre que sonaba en la radio. Supe que se trataba de algo serio y pregunté quién era. “Un hombre que hizo lo que pensaba era correcto”, contestó. Desde la terraza vimos pasar los aviones hacia el centro, se me confunde en la memoria el humo negro del bombardeo con el cielo amenazante de ese día, no sé si realmente se oían las bombas o lo imaginé después. En la tarde plantamos dos árboles, un ciruelo y un damasco: “Salvador y Tevito” (el segundo nombre por una caricatura de TVN, inspirada en el periodista Augusto Olivares). En octubre de 1974 se llevaron a mis padres durante la noche, quedamos solos los cinco hermanos. Después supimos que estuvieron en recintos de la DINA. Para los tiempos que corrían, tuvimos suerte: fueron liberados. Mis padres a fines de los años 50 Nunca supimos qué ocurrió, el silencio se instaló y ya no se fue de la casa. Quizás para protegernos, quizás porque nuestros padres no pudieron hacer otra cosa. La imaginación voló en nuestras cabezas toda la vida. Recién 50 años después, los hermanos y primos, cuyas madres también fueron detenidas, comenzamos a deshilvanar la historia, a juntar las piezas que cada una(o) conocía. Al final de su vida, mi mamá me habló de las humillaciones y amenazas que sufrió, especialmente por ser prima de José Tohá. Y así fue, volvieron a la casa semanas después, cuando los hermanos estábamos solos. Otros secretos que cargar. 40Instalados el miedo y el silencio, había que sobrevivir. Después de la detención vinieron los despidos; mi padre, doctor en filosofía de la Sorbona y colaborador de Fernando Castillo, fue taxista, gásfiter y dio clases a grupos pequeños. Mi mamá, brillante, de una sensibilidad profunda, recién volviendo a la academia después de muchas postergaciones, quemó sus ojos y sus sueños en un puesto de secretaria. Nada terrible, ciertamente, considerando lo que vivieron tantos… Más encima, cargar la culpa por haber sobrevivido. El damasco murió, el ciruelo «Salvador» se fue con nosotros a otra casa. En tantos años, nunca había dado frutos, hasta que, maravillados, lo vimos florecer esa primavera de 1988. Dedicado a mis padres
José Domingo Cañas Ma. Soledad Falabella Luco Nacida en 1967
Me veo junto a mi mamá caminando por José Domingo Cañas. Me veo de la mano de ella, pero ella no puede haber estado caminando de mi mano porque llevaba el coche donde iba mi hermano. Tiene que haber sido hace f inales de septiembre o principios octubre de 1973. La mañana estaba soleada. Por el tipo de luz se me ocurre que tiene que haber sido alrededor de las 11 de la mañana. Era una mañana fresca, una de esas, después de la lluvia. Vamos caminando con la esperanza de poder ver a David. Recién habían mudado a todos los asilados a una casa cedida a la embajada de Panamá, que quedaba en José Domingo Cañas. La calle se veía muy hermosa con sus plátanos orientales con hojas amarillas y veredas, que para mí, eran muy anchas y eternas de largas. A la antigua. Antes David había estado en un departamentito de la embajada, de un ambiente, en la calle Lyon en Providencia, junto a cientos de personas que no tenían cómo sentarse, menos acostarse. Solo había un baño. Yo me trataba de imaginar cómo tanta gente… mi mamá me contaba los pormenores: ya van 200, 300… En esa época yo escuchaba a mi mamá comentar como los consulados no daban abasto y este era tan chiquitito… Además, era imposible visitar a quienes se refugiaban ahí. Ante el apuro, como por milagro, apareció la casa de José Domingo Cañas. Esta era la primera vez que íbamos a ver a David ahí. El frontis, como el de todos los consulados y embajadas, estaba siendo vigilado por carabineros para impedir que más gente entrara. Ante mi miedo, mi mamá me tranquiliza, diciendo que había carabineros que eran amigos, que tenían brazaletes especiales. Los de José Domingo Cañas eran de esos. Cuando se nos acercó ese caballero carabinero con un brazalete de tortuguitas, pensé qué suerte, es de los buenos. Me acuerdo haberme sentido rara cuando él comenzó a interrogar a mi mamá. Lo veía enorme desde mi cuerpo de niña. Me acuerdo que mientras hablaba me quedé mirando f ijamente su brazalete de tela blanca con dibujos morados, muy distintos al tono de voz. Algo no calzaba. Solo décadas después he podido darme cuenta de lo que me había tocado vivir, solo hasta hace muy poco he podido comenzar a dimensionar realmente lo que había pasado. 42El intercambio fue corto y de repente me vi con la punta de su fusil en mi pecho. Nos ordenó retroceder. Me sentí confundida, ¿acaso no tenía el brazalete de los que estaban ahí para cuidarnos?, ¿las tortuguitas moradas no valían para nada? Esta era la primera vez que veía un fusil y este señor que yo no conocía me lo ponía contra mi pecho. Una risita en la comisura de sus labios me confundía aún más. Mi mamá me susurró que le hiciera caso y comenzamos a caminar hacia atrás, pasito a pasito y de espaldas, lentamente, ella tirando del coche de mi hermano, y yo con el fusil en el pecho. 43Olor a sopaipillas Eugenia Schnake Valladares Nacida en 1962 En la casa de mi abuelita en San Miguel se siente el olor de las castañas mientras ella amasa para hacer sopaipillas, miro el calendario y veo que es San Fernando y que está terminando mayo de 1974. Tenemos clases en la tarde con mi hermano menor, papá y mamá vendrán al colegio a reunión y los esperaremos. Vivimos con mi abuela desde febrero, ella se quedó sola en su casa quinta al fallecer mi tata. Ya está oscuro y con mi hermano de 9 años pensamos en las castañas y las sopaipillas que nos esperaban. Nuestra casa de siempre, queda frente al colegio y durante el día vimos mucho movimiento, nos parece raro porque los lolos que cuidan la casa y a nuestro perro Ciriaco, son solo dos. Mi papá y mamá salen de las reuniones y cruzamos la calle. La entrada de la casa está por el lado hacia el fondo, está oscuro, pero a través de los ventanales vemos unos hombres con chaquetones oscuros que no son los cuidadores. Al segundo, dos hombres aparecen por nuestras espaldas y nos encañonan, papá abre los brazos para defendernos, tienen chaquetones, bigotes y lentes oscuros, me quedo muda. El día en que mi papá se autoexilia Nos dicen a mí y a mi hermano que esperemos en la reja. Sigue haciendo frío y está oscuro, no sé cuánto tiempo pasa. Sale uno de esos tipos y nos dice que nos vayamos caminando a la casa de la abuela, que no le digamos nada a ella porque si no la van a ir a buscar. Con nuestra prima de 15 y primo de 13 le inventamos a mi abuela que papá, quien es doctor, fue a ver a la mamá de una profesora y que llegarían tarde con mamá… no queremos sopaipillas. Al día siguiente pacientes y amigos se comienzan a movilizar. Pasan 1, 2 y 3 días, hasta que detrás de la ventana empañada los veo entrar, es de noche y en el vidrio queda escrito soy feliz y un corazón. 44Ellos solo recuerdan los gritos, las colchonetas y los jóvenes con los ojos vendados, como ellos. Jugaban ajedrez de memoria mientras las campanas de una iglesia repicaban. Años después supimos que era la de San Francisco. Aún no tengo valor de ir a Londres 38. 45Burbuja Andrea Ruffinelli Nacida en 1970 Crecí creyendo que el jefe militar era la máxima autoridad de cualquier país. Era un privilegio ser elegida para marchar los domingos en riguroso uniforme, sin más protección que la blusa escolar, a los 12 años, empapada y congelada por las calles de Temuco. Deseaba llevar el estandarte o izar la bandera cantando los lunes, en el acto cívico, un himno de dos estrofas que no entendía, pero repetía bien. Mi pelo nunca debía estar suelto, siempre engominado. Mi jumper siempre bajo la rodilla. El diario mural, el taller de poesía y el de teatro debían tratar temas como el patriotismo, la religiosidad, la obediencia, las buenas costumbres, botar la basura, ser buen hijo y estudiante, y la sacrificada vida de los santos. Mi Mema trabajaba en el entonces Ministerio de Educación Pública y nadie en mi colegio tenía los cuadernos que ella nos traía: tamaño college (raros para la época) y con colorida propaganda comercial de pastas de dientes, alimentos…nadie más en mi pagado colegio los tenía. Una burbuja de silencio y omisión, del miedo que se retrata en la serie Los 80, que no he visto. A mis 10 años llegó El Diario Austral con una imagen mercurial del “presidente” llamando a votar: «Sí a la Constitución de la Libertad». ¿Cómo decir que no a la libertad y a la foto que preside Acto cívico escolar en los años 801 mi sala de clases? Mi mamá y tía eran enfermeras Cruz Roja, siempre acompañando a uniformados en operativos médicos para los pobres, levantados en carpas militares. Pegué la foto en la ventana de mi casa, mirando hacia la calle. Mis papás enfurecieron y sacaron el afiche repitiendo que ¡¡cómo podía hacer eso!! Yo no entendía nada. Y nadie me explicaba nada, ni en casa, ni en mi pagado colegio. Solo había que estudiar, esforzarse mucho y no preguntar, nada. Mi papá llegaba a casa con la revista Apsi o Cauce, pero yo no podía, no debía leerlas. Las leía solo él y las 1 Fuente: Blog de Damir Galaz-Mandakovic Fernández, http://tocopillaysuhistoria.blogspot.com/2010/08/actos-civicos-escolares-decada-del-80.html?m=1 46escondía. Decía que considerando cómo era yo, era mejor que no supiera, sino tal vez qué cosa haría. Intentaba yo a veces leer tras su hombro. Una vez vi que en lugar de fotos había solo cuadros en blanco, con la palabra “censurada” 1. Había un relato de mi madre, casi pintoresco, folklórico, sufriendo por no haber podido parir a mi hermano en una clínica privada y haber tenido que hacerlo en un hospital público el año 72, y luego haber tenido que cortar la punta de sus zapatos al año siguiente porque le quedaban chicos 1 La dictadura, desde 1984, prohibió la publicación de imágenes a las revistas de oposición: Análisis, Apsi, Cauce y Fortín Mapocho. En un acto de protesta, dichos medios decidieron dejar en blanco el lugar donde irían las fotos. y no había para comprar. O contando que sus buenas redes nos proveían de cajas de pastas de dientes, latas de café, cartones de cigarrillos, que intercambiaban con otros amigos con buenas redes que conseguían otras cosas, para enfrentar la carestía. Justificaba el golpe, y que “tal vez” lo que se podía criticar eran algunas cosas que habían ocurrido después, y que no debieron quedarse tanto, pero esas cosas no era seguro que hubiesen ocurrido. Mi papá callaba. 47La plaza más bella del barrio Mauricio Ureta Letelier Estudiante en dictadura Tenía 4 años. Cuando con mi madre caminábamos a la escuela y pasábamos frente a la Plaza Madeco en la población Mussa, ella me decía: “en esta plaza está enterrado Allende”. Seguramente era otra frase y la interpreté de esa forma. Crecí pensando que el ex presidente estaba sepultado cerca de mi casa. En parte era cierto. Con los años fui comprendiendo que el presidente muerto era solo un símbolo de un dolor muchísimo más grande que invadía a un país completo y esa plaza pasó a representar un cementerio invisible. Era la plaza más bella del barrio, sin embargo, tenía un significado oculto, siempre, desde esa inocencia infantil hasta el pavor juvenil. Es paradojal que haya asociado lo peor que conocía al lugar más lindo de mi entorno. Pienso que era una negación a que tanta miseria fuese real. Sepulté el horror y lo tapé con belleza. Puedo decir que tuve una infancia y adolescencia feliz, protegida, pero siempre consciente de que era un privilegio que muchos, muchísimos no tenían.
Mi media tía abuela Carmen Jimena Nacida en 1972
La vida no me regaló abuelos ni abuelas, pero sí me regaló una valiosa “media tía abuela”. Desde que tengo recuerdos, siempre tuve una especie de complicidad con la media hermana de mi abuela materna, mi “media tía abuela”. En mi infancia, mi “media tía abuela” me sacaba a pasear, me invitaba a un helado, me daba unas monedas de “yapa” y siempre me tenía un regalo para mi cumpleaños. Desde muy niña, recuerdo haberme sentido muy querida por ella, y me costaba pensar que – teniendo ella tres nietas para regalonear, se daba tiempo para ser cariñosa conmigo. Ya en los años 80, cuando era más grande, supe que cuando mi madre estuvo detenida en el Estadio Regional de Concepción, en octubre de 1973 -época en que yo tenía 1 año 9 meses- fue mi “media tía abuela” la que me cuidó, acunó, cambió pañales, alimentó y arrulló. Ese día comprendí su afecto y mi seguridad en sus brazos. 49Desorientación Alejandra Andrea Nacida en 1975 Para mí la dictadura es dolor, tristeza e incomprensión, desde una mirada de niña nacida el año 1975. Todo ello, a pesar de que mi madre y padre hicieron todos sus esfuerzos por esconder a sus hijas del terror, la pena y la rabia. Nací en Lima (Perú), luego estuve en Brighton y Londres (Inglaterra) y Maryland (Estados Unidos). A los 10 años, sin hablar español, llegué a Chile. Hija del exilio, creo que es una de las denominaciones que más me identifica. Esta es parte de mi historia. Mi mamá me cuenta que durante los 13 años del exilio no había un solo día que mi papá no pensara en cómo era posible volver a Chile. Ambos dedicaron esos 17 años a denunciar los horrores y recuperar la democracia. Supongo que esa añoranza y sentido de vida estaba en la atmósfera del día a día de mi niñez. Pero para mí, eso sí, esa infancia viajera venía cargada con desorientación, entendía por fragmentos y pedazos lo que ocurría. Me veo en mi sala de clases multicolor, con compañeros de distintas nacionalidades, cantando todas las mañanas “I pledge allegiance to the flag” con la mano en el corazón mirando la bandera estadounidense. Mi familia extendida era el clan de los exiliados chilenos. De vez en cuando llegaban cartas o cassettes desde Chile y era todo un ritual juntarnos a leer o escucharlos. Apenas una o dos veces tuve la suerte de conocer a dos de mis abuel@s de Chile, pero una murió durante el exilio y otro justo al volver. De todos modos, los imagino y atesoro en mi corazón, como si me hubiesen regaloneado una y mil veces. Mi llegada a Chile, en dictadura, tiene en la memoria los sonidos de los helicópteros de noche, los militares en las calles, yo aprendiendo a hablar español y la felicidad de la familia de estar al fin de vuelta. 50Mi diminuto recuerdo de una gran lucha Claudio Palma Estudiante de enseñanza básica de la época Tuve la suerte, y al mismo tiempo la desgracia, de vivir el momento exacto del estallido de las protestas de mayo de 1983. Teniendo solo ocho años, me toca vivir una transición brusca: la de ser un menor de un barrio de clase media, que cuando no estaba en el colegio me la pasaba viendo una televisión, donde solo sale gente linda, gente rubia. Uno de los aspectos del proceso de aculturación de la dictadura, invisibilizar a las clases populares, no aflojó ni siquiera para el temporal de 1982. Aun en ese momento y con Pinochet recorriendo las poblaciones, la televisión hacia todo lo posible por evitar exhibir en imágenes al sujeto popular, ese que solo nueve años antes había sido el protagonista principal de la revolución con “empanadas y vino tinto” y organizador del “poder popular” en las poblaciones. Es verdad, uno escuchaba lo que había ocurrido a principios de los setenta, y daba la impresión que hubiese pasado mucho más tiempo que nueve años. Olla común en campamento de Macul, junio de 1984. Foto de Nelson Muñoz, Revista Cauce. En el lugar donde yo vivía, y en la etapa de mi vida en la que estaba, era difícil la posibilidad de conocer en vivo un sector popular. De pronto, como me ocurrió muchas veces, todo me estalló en la cara al mismo tiempo. La crisis y la extrema miseria provocan el estallido de las protestas, con mi mamá cruzamos en auto medio Santiago para un trámite y vi por primera vez en mi vida, cuadras y cuadras de “poblaciones callampa”, casas hechas de madera, y en ocasiones de “cholguán”. Los pobladores por primera vez sin miedo y rebelándose de mil maneras contra el régimen: barricadas, ollas comunes y yo presenciando en vivo y en directo todo en un solo día. 51Cómo olvidar ese impacto. De pronto ya no había pasado tanto tiempo. De improviso ya no era tan difícil imaginar los setenta e incluso la década del treinta. Era el mismo sujeto, la misma miseria, solo que con la política ilegalizada. De vuelta en mi barrio y con los primeros resultados del modelo económico de la dictadura, simbolizados en la Torre Santa María y el Parque Arauco, tan cotidianos en mi día a día, me viene a la mente: no ha pasado tanto tiempo desde 1973. 52Gran Avenida en dictadura1 Rafael Miranda Nacido en 1977 De niño mis papás me contaron a goteras su historia del golpe de Estado. Me contaron muchas veces (porque necesitaban contarlo mucho) que mi papá apareció en una lista para ser llevado al Estadio Nacional y que su hermana menor, secretaria en Arsenales de Guerra -a pocas cuadras de donde hoy vivo- había conseguido que no lo incluyeran en la lista definitiva que debía tipear. El miedo que les movió a intentar fallidamente el auto-exilio hacia México se solía ocultar en el chiste familiar con que remataban la historia: “¡Así que tu serías mexicano!”. Mi recuerdo de la dictadura es más nítido cerca del plebiscito. Un compañero de curso gritando en la sala “¡Los comunistas se murieron el 73!”, no recuerdo por qué. Cantar los lunes el himno nacional “completo”, porque los dueños del colegio eran abiertamente pinochetistas, aunque yo era de los que callábamos a partir de los “nombres” de esos “valientes soldados”, mirando con desdén quienes seguían cantando. 1 Fuente de la fotografía: https://www.enterreno.com/moments/gran-avenida-en-1970 Gran Avenida en 1970 Mis papás me habían contado que vieron pasar camiones con cadáveres de ejecutados políticos (sin nombre) por la Gran Avenida y militares disparando al aire para disuadir a posibles testigos. “Se los llevaron al Chena” decía mi papá con una pena negra, san bernardino de corazón. Con él recorrimos en auto la Gran Avenida de ida y vuelta la noche en que triunfó el No, y lo recuerdo como la mayor celebración popular de mi vida, en tiempos en que solo se celebraba privadamente. 53En la inspectoría de mi colegio había un gran lienzo del dictador, testigo de las veces en que me suspendían por atraso en el pago de la mensualidad, cuando me dictaban la comunicación para mis padres que siempre recibieron con vergüenza. A fines de 1990 me propusieron hacer mi enseñanza media en un municipal más allá de la Gran Avenida. 54¿Cuándo volverán? Yovanna Galaz Nowajewski, hija de Marco Nacida en 1991 Marco, con tan solo 10 años, no comprendía por qué su hermana junto con su cuñado se había tenido que ir de la casa tan de repente. ¿Por qué nadie le decía dónde estaban? ¿Cuándo volverán? Dos semanas pasaron, cuando escondido tras una pared escuchó: “¡hoy vuelven!” Corriendo fue a la esquina de San Joaquín esperando encontrarlos. Esperó todo el día, pero nunca llegaron. Así pasaron meses que, a escondidas de sus padres, se dirigía a la esquina de San Joaquín a esperar a su hermana. Un día después del colegio, vio pasar una camioneta con militares. Ilusionado y en compañía de sus amigos, levantó su mano para saludarlos, pero algo no estaba bien… cuatro cuerpos de hombres se veían maniatados en la parte trasera de la camioneta. Al llegar a casa se reencontró por fin con su hermana, quien en un mar de lágrimas contaba que una camioneta de militares se había llevado a su esposo junto con tres hombres más… él comprendió lo que había visto, pero guardó silencio. Dos años pasaron entre Estadio Chile, Tres Álamos y Puchuncaví antes de que su cuñado fuera expulsado de su país junto a Myriam, la hermana de Marco, y sus dos hijos. A través de un cristal Marco los vio partir, preguntándose nuevamente, ¿cuándo volverán? 55RELATOS IV EXPERIENCIAS EN EL JARDÍN INFANTIL Y EN LA ESCUELA Educadora, compromiso y ejemplo1 Alstroemeria Empecé a trabajar como educadora de párvulos el año 1970 recién egresada de la Universidad de Chile, en el jardín infantil de la población “El ejemplo”. La llamaban población, pero en realidad era un campamento ubicado en el cauce del río Mapocho justo con Américo Vespucio, con no más de 100 familias, donde los hombres se dedicaban al trabajo de la arena y las mujeres a trabajar en las casas particulares del sector. Era un jardín que pertenecía a la Fundación de Guarderías y Jardines Infantiles que dirigía Carmen Larraín con 60 niños aproximadamente entre 2 a 6 años y que en el año 71 pasó a ser parte de la Junta Nacional de Jardines Infantiles, JUNJI. 1 No logramos llegar al jardín. Decidimos ir a la casa de mis padres para no estar solos considerando mi estado de embarazo y la incertidumbre sobre lo que estaba ocurriendo y pasamos todo ese día con ellos, hasta que ordenaron toque de queda y nos fuimos a nuestra casa. Durante esos primeros días, no teníamos idea de qué iba a pasar con la JUNJI o con los jardines infantiles. No teníamos información sobre cómo seguir funcionando, ni cómo comunicarnos porque no teníamos teléfono. Así que, cuando se levantó el toque de queda y pudimos salir, me fui a la Dirección Nacional de JUNJI para saber qué hacer. La respuesta fue una escueta instrucción: “vuelvan a los jardines”. El día del golpe militar, me encontraba embarazada de seis meses. Mi esposo me llevaba en nuestra camioneta hacia el jardín cuando, por la radio, escuchamos algo inusual. El ambiente también se tornó extraño y tenso. Nos encontrábamos transitando por Américo Vespucio, llegando a la altura de Avenida Ossa, cuando se emitió el primer bando. Este es un relato de una educadora de párvulos, reconstruido por Blanca Barco a partir de una entrevista con consentimiento informado. Gracias a Dios, mi equipo se mantuvo igual. Seguíamos siendo las mismas: dos manipuladoras, una auxiliar de aseo, dos auxiliares de párvulos y yo como educadora pedagógica y directora. Mientras nos llegaban algunas noticias angustiosas de cercanos y familiares de la población, nuestro jardín continuó operando sin cambios: mantuvimos la misma alimentación para el desayuno, almuerzo y onces, así como los horarios habituales de apertura y cierre. Seguimos trabajando y poniéndole hombro, hasta que llegó mi fuero de prenatal en noviembre del 73. 57Figueroa y Ferreira Javier Corvalán R. 11 años en 1973 No era el colegio de Machuca al que yo asistía ese 1973, pero se le parecía: religioso, para niños-bien y acorde a los tiempos quiso integrar a algunos niños-pobres que le rodeaban. Una forma de salvación y revolución a la vez. A mi curso llegaron dos y por el apellido, como nos tratábamos, uno era Figueroa y el otro Ferreira. Totalmente distintos entre ellos, Figueroa con uniforme, bolsón y zapatos impecables. Tenía un hermano menor con el que llegaba y se iba del colegio tomado de la mano. Se notaba que sus padres veían en este colegio una oportunidad que no se repetiría. Figueroa no jugaba fútbol, ni se arrastraba por el suelo hasta quedar empolvados como lo hacíamos nosotros jugando a no sé qué. Siempre impecable, camisa abotonada hasta el cuello. rubia-latifundista del curso, los odiaban tanto que optaban por ignorar sus existencias, o no mencionaban sus apellidos o en grupo se referían a ellos por el nombre poco original de los rotos. Se comentaba que sus padres habían protestado por esta intromisión escolar y que el colegio había transado diciendo que no serían más que dos por curso y que se evaluaría año a año. Recuerdo haberme preguntado ¿y si la evaluación es mala, los echan o simplemente los dejan y no admiten más? Nunca hablé con Ferreira, me daba miedo también. Había algo tan ajeno a mi mundo en su forma de existir. Figueroa se sentaba al lado mío. En un recreo me habló algo del trabajo de su papá que no entendí bien. Me dijo que había bajado con él a una especie de túnel y mencionó nombres de cosas que yo no conocía. Ferreira, en cambio, era un desastre que asustaba. Grande y mal agestado, pelo poco amigo de la ducha, camisa afuera, sentado en la última fila con cara de no te acerques y un cuaderno que apenas tenía apuntes. Ferreira daba algo de miedo, incluso para los matones rubios del curso. Se comentaba que era bueno para los combos y que podía sacar un cortapluma si la pelea duraba mucho. La parte Un día, en pleno paro de micros y en el paradero, llegó con su hermano menor. Me dijo que la única posibilidad era tomar un colectivo. Le dije que no andaba con plata para eso y que prefería caminar a mi casa. Me dijo que ellos no podían hacer lo mismo porque su casa quedaba muy lejos y que él me pagaba el colectivo. Subimos y sacó unos billetes tan planchados como su camisa. Debe haber sido a comienzos de septiembre. Vino el martes 11 y volvimos a clases a fines de mes. Los rubios hijos de latifundistas festejaban y vi cómo algunos aumentaban su festejo insultando a Figueroa y Ferreira. El 58hermano menor de Figueroa lloraba, Figueroa miraba para abajo. Fue la primera vez que vi cara de miedo en Ferreira. Tuve miedo también. Llegó diciembre y ninguno de los dos apareció en marzo. Todavía creo verlos de repente, saliendo de un edificio en construcción o en el mostrador de una tienda. Si sé que uno de ellos es Figueroa, le devolveré el pasaje de colectivo y le pediré perdón por no haber consolado a su hermano menor y por varias otras cosas. 59Almuerzo escolar Laura Inzunza Vallejos Nacida en 1945 Si comparamos el almuerzo escolar entregado por la JUNAEB1 hasta 1973 con el de 1976 observamos importantes cambios: o El porcentaje de alumnos beneficiarios había disminuido. 1 Trabajaba como profesora de Educación Básica en la Escuela Pública René Schneider de Talcahuano y aún recuerdo lo dificultoso que resultaba a los estudiantes chupar, despegar, dar vuelta en su boca el duro calugón. El jugo lo bebían con los ojos cerrados y expresión de desagrado. Lo comían creo, más por hambre que por la exigencia de sus profesores. o Se había cambiado el tradicional plato de carbonada a la chilena, porotos con verdura, pescado frito con arroz y otros similares, por un calugón y un vaso de jugo concentrado. Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas Imposible olvidar que mientras los favorecidos consumían, en la sala-comedor este “peculiar almuerzo”, (avalado por expertos en nutrición, por contener todos los nutrientes necesarios para el organismo de los niños) habían niños y niñas que pegados a las ventanas los miraban, saboreaban sus labios y se sobaban el estómago con una mano. Esa hambre aún duele. 60Frágil como un volantín Leonardo Piña Cabrera Nacido en 1970 Cruzaron el patio de presentaciones lentamente. Era un lunes del año 84, apenas pasaban las 08:30 de la mañana y, como casi siempre, nadie prestaba mucha atención. El acto era por el día del niño, la época no daba para distinciones de género. El tema que habían escogido era Luchín, del muy célebre Víctor Jara, pero nadie lo sabía entonces, y no mucha gente más se enteraría después. No era parte de la memoria compartida y, más importante aún, tampoco de lo que podía escucharse. La dictadura se había encargado de ello; el colegio y la ciudad donde esto ocurría, también. Ambos cursaban cuarto medio y solían figurar en todo tipo de ceremonias. Pese a ello nunca más les volvimos a ver sobre un escenario. Su desacato había cruzado el límite; de modo invisible, se nos enseñaba cómo escribir las palabras censura e inhibición. 61 Ilustración de Víctor Navarro, zorro.clEl profesor Muñoz María Teresa Rojas Fabris Era un día como tantos en la escuela D613 de La Florida. Niñas y niños jugábamos en el patio, corríamos y comíamos nuestras manzanas de colación. Luego de que sonara la campana que anunciaba el término del recreo, nos formábamos en fila a la entrada de la sala. Vi venir de lejos al profesor, el señor Muñoz. Él era nuestro profesor jefe, en ese momento me parecía un hombre grande y alto, siempre con una sonrisa en el rostro. Pero ese día se veía diferente. Nos hizo entrar a la sala en silencio. Yo sentía que algo sucedía. El profesor Muñoz se paró al frente y nos pidió que nos quedáramos de pie. Con la voz temblorosa, nos contó que se había enterado de algo y que necesitaba que rezáramos con él un Padre Nuestro. Al terminar la oración, nos contó, bajando el tono y hablando silenciosamente: en la mañana habían encontrado a tres profesores muertos, degollados. Y él, el profesor Muñoz, conocía a uno de ellos. Nadie dijo nada. Nos miramos de forma nerviosa, pero todas y todos en silencio. Entendí que habían muerto tres personas, pero en ese momento yo no sabía qué significaba “degollados”. No me atreví a preguntarle al profesor. Al llegar a mi casa, le pregunté a mi papá: ¿qué significa la palabra degollados? Mi papá se sentó, colocó una cara de tristeza infinita, me explicó y me contó qué había pasado. Era un día de 1985. Con la noticia del asesinato de los profesores Manuel Guerrero, Santiago Nattino y José Manuel Parada mi infancia cambió. Empecé a sentir miedo de que le pasara algo a mi familia, mis vecinos o a mis profesores. El terror estaba a la vuelta de la esquina. Todos comenzamos a recitar: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre… En medio del rezo, lo miré de reojo y vi su rostro apretado y muy afectado. Sentía curiosidad, pero también estaba impresionada por su rictus. Sigue presente en mis recuerdos el rostro del profesor Muñoz. Espero que haya tenido con quien abrazarse y desahogar en algo la tristeza y angustia de esos días. 62Vestigios del pasado: lugares de memoria histórica Cristian Ramos Muñoz Nacido en 1983 En Chile se violaron los derechos humanos legitimados por la dictadura cívico militar. Es así, como en todo el país se establecieron centros de detención, tortura y exterminio contra los opositores o disidentes al régimen. Me vínculo con los centros memoriales desde el punto de vista formativo en mi calidad de profesor. He realizado investigaciones en cuanto a sus procesos de enseñanzas – aprendizajes y, puedo señalar, que el trabajo realizado por cada centro memorial promociona los derechos humanos a favor de la cultura para la paz. en hacer del espacio un sitio para la discusión, la reflexión y la valoración sobre los acontecimientos históricos. En este sentido, el sitio de memoria se articula desde el espacio urbano visible para la comunidad que permite rememorar, conmemorar, demarcar, denunciar y aprender sobre los graves hechos de violencia ocurridos en el espacio. Es así, como la configuración del centro de memoria cobra sentido en los recuerdos, acontecimientos históricos, emociones, experiencias y función del sitio de memoria de acuerdo con un contexto histórico determinado. En efecto, los espacios de memoria constituyen una señal visible para la comunidad que pretende dinamizar, tensionar, reflexionar y valorar las experiencias de nuestro pasado-presente, sobre la base del testimonio de las víctimas y de sus familias. Los lugares de memoria son espacios con sentido y recuerdos que emergen desde las memorias individuales de los grupos vulnerados y sus familias, es decir, los Lugares de Memorias se sustentan sobre la base del testimonio de cada persona, concediendo una carga simbólica (particular) a cada espacio. Por ende, los sitios de memorias son huellas o marcas territoriales en el espacio urbano que nos permite identificar el lugar (tangible) donde ocurrieron los hechos de violencia. Por lo tanto, los Lugares de Memorias surgen de la lucha y la perseverancia de los movimientos ciudadanos Por esta razón, son los procesos educativos esenciales en la construcción de una cultura para la paz y el respeto de los derechos humanos, a través de la adquisición de conocimientos, competencias y actitudes cívicas. Garantizar que no se vuelven a cometer los mismos errores y horrores del pasado en materia de vulneración de derechos, es el compromiso que debe ofrecer el Estado junto con la voluntad y la responsabilidad de cada miembro de la comunidad en respetar los procesos democráticos y de actuar de acuerdo con el marco de valores comunes consensuados por todos los integrantes de la sociedad. 63Ciento treinta y seis Gerardo Ubilla Sánchez Nacido en 1988 “ A las seis de la mañana del 18 de septiembre de 1973, mientras estábamos durmiendo, aparece en nuestro hogar un grupo de militares, civiles y carabineros de Paine. En el segundo piso de la escuela de Chada estaba acomodada la casa en la que vivíamos. Llegaron a detener a mi papá, acusándolo de un montón de cosas, de las que no pudieron comprobar ninguna, por cierto. Lo acusaban de ser jefe de guerrilla y buscaban las armas. Mi padre era militante del Partido Comunista, por lo que tenía un rol social muy activo y partidario en la zona, pero nunca fue jefe de guerrilla. Por lo tanto, las acusaciones tenían que ver más bien con ese liderazgo que él hacía en la localidad donde vivía, como profesor de niños muy humildes, muy pobres, campesinos la mayoría. Hay un relato que cuenta mi mamá, que dice que los niños llegaban con ojotas a la escuela e iban muy contentos por la oportunidad de estudiar, aunque debían caminar desde lejos para llegar a la escuela, y allí mi papá los recibía con mucho cariño. Mi papá es detenido junto a otro compañero, un campesino que vivía muy cerca de la escuela, pero alcanza a escapar en una confusión que hay al momento de la detención. En su relato él ve cómo mi papá es detenido Cristián Cartagena Pérez, profesor y director de la escuela de Chada, Paine, Región Metropolitana. y golpeado desde el momento que lo sacan de la escuela, cómo lo lanzan a la camioneta donde se lo llevaron. Se zafa de la detención, se arranca, se esconde para que no se lo lleven preso y se llevan a mi papá”1. Las palabras son de Paulina Cartagena Vidal1, hija del profesor Cristián Cartagena Pérez, uno de los tres profesores detenidos desaparecidos de la comuna de Paine. 1 Texto recuperado de germina.cl. En: https://germina.cl/wp-content/ uploads/2016/12/LIBRILLO_Testimonio-Paulina-Cartagena-Vidal.pdf 64En Chile, 136 docentes fueron asesinados por el terrorismo de Estado y otros miles sufrieron la exoneración, el exilio, la persecución y la tortura. Hoy, quienes formamos profesoras y profesores para la justicia social tenemos ciento treinta y seis razones para persistir en la democratización de nuestra sociedad. La sospecha y vigilancia contra el profesorado parece ser un problema reciente. No obstante, estas historias nos recuerdan que nunca ha sido fácil la transformación de las inequidades desde el rol docente. La memoria de los ciento treinta y seis mantiene viva la esperanza de vivir en un país amoroso, fraterno y justo. 65