Revista Decoración

A Barcelona a través de la nieve (Notas de viaje)

Por Dolega @blogdedolega

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Ha vuelto la nieve, el hielo y el frío. Una cosa es cierta, estos chicos van a poder decir que han venido a Europa y que ya conocen lo que es el verdadero invierno.

Estamos en una sesión nocturna de cocina española tirando abajo mitos extranjeros acerca del cocido madrileño, o sea, se están metiendo entre pecho y espalda un cocido que tiembla el misterio. La Chica que construye pirámides está revisando el itinerario del día siguiente; nos vamos a Barcelona. Tenemos que salir de casa a la 5:15 de la mañana, como muy tarde.

Ellos comen y yo veo que no para de nevar; cada segundo estoy más preocupada de no poder salir de casa por la nieve y el hielo. Si nos quedamos embarrancados con el coche, la pérdida económica será considerable. Está todo reservado y pagado. Ellos siguen metiendo calorías al cuerpo para no sentir frío.

-Vamos a sacar un coche a la carretera para asegurarnos la salida de mañana- anuncio con determinación.

Estamos a unos trescientos cincuenta metros de la carretera general y los parroquianos, cuando vienen las nieves, sacan los coches al pie de la carretera y así se garantizan la salida por las mañanas. El tema es que cuando llegan todos y se ponen a salir, aquello parece los autos de choques de las ferias infantiles y se van dando golpes los unos a los otros. A mí ya me chocaron dos veces el mío en esas actividades, así que me niego a participar en esa lotería, pero hoy es diferente; hoy hay que tener la seguridad de que saldremos a la hora.

Nos pertrechamos de ropa y salimos a la encantadora noche invernal con un palmo y medio de nieve y…nevando.

El Niño el Sobrino y yo, (los demás no se han apuntado a este capítulo de “Paseos nocturnos por la sierra del Guadarrama”) cargamos el equipaje en el coche y salimos hacia la carretera. Está todo como una pista de patinaje y además lleno, todo lleno de coches. Rebuscamos las calles adyacentes pero nada. Parece que la palabreja esa explosiva ha hecho bien su trabajo y todo el mundo ha sacado los coches fuera.

Por fin encontramos un sitio bastante alejado de casa, pero es lo que hay. Lo aparco y ahí queda, enterrado en nieve pero en un sitio, que a las malas, lo sacamos a empujones. La carretera siempre está limpia porque es la que sube al puerto y es de prioridad máxima para las quitanieves. Eso sí, el pobre coche esta noche va a tragar sal a toneladas.

Iniciamos la vuelta a casa andando. No son más de cuatrocientos metros, pero hay una cuesta jodida, muy jodida a la que yo odio especialmente. Siempre que la tengo que subir, los pulmones huyen de mi cuerpo.

Subirla de noche, con la botas apreski puestas y nevando es cansado, muy cansado. Los jóvenes no lo notan, van hablando animadamente pero son amables y me esperan, básicamente porque tengo la llave de la puerta de entrada.

Disfruto de la conversación con mi sobrino, porque lo recordaba de pequeño con fuerte carácter y poco sentido del humor. Ahora es alguien divertido y con el que es un gusto hablar. Es una persona interesante hablando de cualquier tema.

Me suena el despertador (El Consorte interrumpe sus ronquidos para decirme que son las cuatro, que es hora de levantarse) y nos ponemos en marcha. Esta gente me encanta, en serio. Ya están levantados, están bañándose, vistiéndose, no hay que tirar de ellos, no hay que esperarlos nunca…son increíbles. ¡Me gustan!

Salimos por la puerta y la nieve y el hielo nos rodean. La luz blanquecina de las farolas de la calle hace que todo sea más blanco sobre un fondo negro y el silencio, ese silencio de nieve es ensordecedor.

Sin que nadie diga nada, nos ponemos en fila india y empezamos a caminar. Siempre por nieve nueva, huyendo de las viejas rodadas de los coches que ocultan, tras la nueva capa de nieve, una segura placa de hielo.

Crrssss, Crrssss… Crrssss, Crrssss… Cruje la nieve congelada cuando la pisamos.

Ajustamos nuestros pasos como si fuéramos un batallón de soldados haciendo un entrenamiento de superviviencia. Solo nos falta cantar una de esas cancioncillas de letras cachondas, pero nadie hubiera querido gastar energías en cosas tontas.

Yo voy preocupada por la cuesta. Ahora toca bajarla y no quiero esguinces ni nada que pueda arruinar las vacaciones. Ellos llevan botas apreski, pero de todas formas voy inquieta. Llevo a mi cargo tres pececitos tropicales que saben mucho de mar, playas, arena y selva, pero de nieve y hielo, no.

-Pisen en nieve nueva y como si bajaran barranco de lodo, con el pie en perpendicular- digo debajo de mi bufanda.

-Si tía, no se preocupe-Me responde esta chica que me está enseñando que sabe hacer muchas más cosas que puzles.

Cuando estamos a punto de terminar de bajar veo al quinceañero, que va delante de nosotros, resbalar en una placa de hielo y elevarse en el aire. En milésimas de segundo, como en los dibujos animados, gira el cuerpo, cae y se levanta como si tuviera un resorte. Ha sido todo tan rápido que algunos no se han dado cuenta. Pienso que su condición de yudoka, ha evitado males mayores.

Nos interesamos por él, pero dice que está perfectamente, como todo quinceañero que se precie…

Llegamos al coche ¡por fin! Y nos metemos dentro, como conejos que llegan a la madriguera después de una larga caminata.

Dejamos atrás el invierno y Barcelona nos recibe con una temperatura que nos entran ganas de ponernos en bañador. Recogemos nuestro coche, que hemos alquilado a un precio increíble gracias a  este sitio web , un comparador de precios que te ofrece las mejores opciones entre las mejores compañías de alquiler de coches. Una opción que no conocía y que ha resultado muy pero que muy provechosa. Lo teníamos en el aeropuerto cuando hemos llegado y no he tenido que meterme la paliza de conducir hasta Barcelona para disponer de un coche para movernos.

Lo cierto es que todo lo han organizado ellos y ha sido una gran idea, mucho más descansado y a un precio más que razonable; ¡Estos chicos valen mucho!


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