“A buen fin no hay mal tiempo” parece que Shakespeare lo escribiese pensando en Juan Ortega. No se me ocurre una sentencia mejor para resumir la tarde de su alternativa.
La tarde pareció querer resumir el sino que ha seguido su carrera hasta hoy.
Cartel ilusionante, acompañado de figuras en fecha y plaza señaladas en el orbe taurino, por lo que allí se vivió hace ahora 30 años, por rendirse cada año honores a la verdad del toreo.
El sentido homenaje tras el paseíllo a quien allí pasó de figura a mito hacía presagiar una tarde de emociones, el cielo gris amenazaba con derramar sus lágrimas.
Saltó el primer Zalduendoa la arena, me llené de ilusión, metió bien la cara en sus dos primeras embestidas a los vuelos del capote del toricantano, al tercero se vino brusco por dentro… cesión de trastos con Enrique Ponce ejerciendo su papel, largo discurso. El brindis no podía ser a otro, a quien siente el toreo tan dentro como él, “Jacin”, su padre, lloró de emoción…. Y sonaba su pasodoble, sonaba “Juan Ortega”.
En esas el toro evidenció lo que había apuntado de salida y confirmado en varas. No tenía fuerza, se paró, se quedaba corto y soltando la cara para defenderse. El torero intentó sobreponerse a semejante marmolillo que en esas se echaba en el albero… pinchó y su esfuerzo quedó en una ovación.
Las figuras en figuras, no hubo uno bueno de Zalduendo, pero las figuras lo son por algo. Rompió a llover con fuerza y Ponce como si el debutante fuese él, a por todas, cortó una oreja que pudieron ser dos, en su segundo tapó el peligro del toro, que lo tenía, y Puerta Grande.
Manzanares tuvo la virtud de saber administrar al máximo lo poco que tenía su lote, lo mimó tanto que hasta el quinto hubo quien decía que fue un buen toro… acabó con una oreja en el esportón, si no es por la espada el premio hubiese sido mayor.
Llegamos al final de una tarde en la que no cesaba la lluvia, el cielo cada vez más gris. Como tantos otros momentos en su carrera Juan Ortega solo tenía una bala para negar su destino, para darle la vuelta a la moneda y salió el sexto. Manseó desde el primer lance, no entró franco al capote queriendo huir, complicado en varas mostrando cual era su querencia, los chiqueros.
Juan Ortega tenía clara su idea, tenía en quien fijarse en ese mismo cartel, un buen torero es quien cuaja un buen toro, una figura es quien además triunfa con cualquier mimbre. Se fue al centro de la plaza, nos brindó el toro a todos los “valientes” que aguantábamos el aguacero, y a torear. Reconozco que yo perdí mi fe, el de Zalduendo buscaba la huida sin apenas responder a los toques, Juan Ortega supo aguantarlo, poco a poco ir llevándolo al terreno opuesto a la querencia del animal, para inventarse un final de faena explosivo, manoletinas sin ayuda, circulares muy metido en los pitones del animal y estocada “hasta la bola” ¡2 orejas!,!Puerta Grande! Y la ilusión de volver a empezar.
Con todo en contra Juan Ortega supo el espejo al que mirar para sin toro saber triunfar.