Como buenos románticos, apostamos en muchas ocasiones por situaciones perdedoras de antemano y de las que conocemos el resultado final. Pero, aún así, sabemos que no podemos perder la esperanza de que algún día ganar sea la sorpresa. La esperanza es la única actitud posible ante la mediocridad humana y el salvaje desamparo social. Al ser humano siempre les atrae los perdedores, porque se ve reflejado en ellos. Tan sólo que, en cada derrota que la esperanza no lograr salvar, nos hacemos más melancólicos y pesimistas. Hay una extensa biblioteca de libros de cómo ser un ganador social y éxito. Hay tantas versiones para ello del "Arte de la Guerra" de Sun Tzu que se deja escapar la esencia el propio pensamiento que encierra y nos guía hacia la superación personal a costa de hacer perdedores a los demás. Así es el alma humana. A imagen y semejanza de dios. En algunos países (sobre todo de capitalismo férreo) no cabe otra que tener éxito social como si fuera el único paradigma del ser humano. Pero aún así, seguimos haciendo apuestas por situaciones de alto riesgo. No hemos nacido para ganar, y sin comprender que en nuestros genes se ocultan millones de historias de grandes perdedores, luchadores que igualmente perdieron y héroes y brujas ajusticiados sin redención, es difícil darse cuenta del valor positivo que tiene para nuestras emociones. Porque en cada ocasión que apostamos a caballo perdedor, recordamos que sólo estamos aquí para intentar ser felices.