Los poemas recogidos en este libro excepcional sirven a su autora, entre muchas otras cosas, para intentar retener los instantes más importantes de una existencia, que comúnmente tienen que ver con el amor. El tiempo es la gran obsesión temática de A cada paso del invierno, el anhelo por un pasado idealizado frente a un presente que transcurre en un tono grisáceo frente a la búsqueda del momento perfecto que nunca llega o quizá se remueve en un pasado más o menos remoto. Lo que deleita al lector de estos poemas es su esmerado tono filosófico o incluso sorprendentemente aforístico, como en este ejemplo paradójico:Créeme cuando te miento
y digo que no te quiero.
En cualquier caso, la poesía no solo sirve para evocar, sino también para retener los momentos anhelados. La perfecta definición de su literatura aparece en Un poema de amor:
Un poema de amor
es la eternidad del sentimiento
de aquellos que amamos
y nos amaron.
Desconoce la fugacidad del tiempo,
mantiene los latidos
allí donde fue la vida.
Y en éste también, siempre con reflexiones filosóficas sobre el transcurrir del tiempo. La felicidad efímera y el océano de tiempo gris que la rodea:
Al final solo quedará
el breve tiempo compartido
frente a la inmensidad
de todo el tiempo sin ti.
Pero mi favorito es esta evocación muy personal de la muerte. De la muerte sentida como propia y la demora, que provoca el tiempo, de la noticia de la misma al ser amado, puesto que mientras ésta llega, la persona fallecida sigue estando viva para los demás:
Si yo muero mañana
¿en qué hora sabrás que ya no existo?,
¿qué minuto exacto matará mi presente
en un pretérito eterno
que desconocerá si me has llorado?
Con la certeza de llegar tarde a mi epitafio,
ensayo palabras que me cubrirán como tierra;
mis ojos, que no te vieron,
sabían que los tuyos
eran el principio de cada respuesta
a la que nunca preguntaste.
