Del debut de Maradona y su troupe en tierras sudafricanas quiero destacar un aspecto que no considero menor: aguardando todavía por las presentaciones de España y Brasil, Argentina ha sido –en parte junto a Alemania– el único equipo que se ha plantado en el campo de juego con una verdadera vocación ofensiva, dejando a un lado ese paralizante temor a la derrota que parecería neutralizar las apetencias de ataque, al menos en los partidos inaugurales, de seleccionados como México, Francia, Uruguay, Holanda y hasta Inglaterra. De Italia, claro está, esa característica no debe sorprender.
En este Mundial el 1 a 0 es el resultado ideal. Ganar con lo justo, apostar al contraataque o a la pelota dividida, esperar algún grosero error defensivo, cuidar la valla propia por sobre todas las cosas, trabar y luchar en el mediocampo, son las premias que se imponen en estos cotejos iniciales. ¿Gambetas, jugadas asociadas, driblings dentro del área, goles espectaculares? Poco y nada. Lionel Messi, con su extraordinaria actuación ante Nigeria, demostrando a las claras por qué es el mejor futbolista del mundo (sin necesidad de haber convertido un gol), y el alemán de ascendencia turca Mesut Özil, que me sorprendió gratamente con su habilidad y depurada técnica, conformaron el dúo que confirió una dosis revitalizante de desenfado, frescura y estética a un campeonato signado por el flagelo de la especulación.
Franz Beckenbauer ilustró con nitidez esta realidad al escribir lo siguiente: Y lo que vi en el 1-1 de Inglaterra contra Estados Unidos tuvo poco que ver con el fútbol. Pareció que los ingleses habían caído de nuevo en los malos tiempos de pelotazo y a correr.
Volviendo a la selección argentina, es preciso mencionar que, en ese caso específico, el 1 a 0 fue un resultado no ajustado al desarrollo del encuentro, pues los delanteros que dispuso Maradona no estuvieron efectivos a la hora de la definición, convirtiendo además en figura al arquero nigeriano. Lo positivo, en cambio, fue que se crearon muchísimas situaciones de gol netas. Sin embargo, como punto a corregir, cabe mencionar que el equipo dependió absolutamente de Messi a la hora de atacar. Verón no se mostró fino para el pase a larga distancia, su mayor virtud, y por momentos la responsabilidad de generar peligro en el área rival sólo recayó en el jugador del Barcelona, que con sus arrestos individuales disimuló cierta descompensación en el funcionamiento colectivo.
Como mencioné al inicio, celebro el esquema ofensivo que Maradona se animó a plantear, casi un anacronismo en este Mundial de Sudáfrica. No obstante, echo de menos la presencia de un enlace –esa raza en extinción en estos tiempos del fútbol conservador a ultranza– dentro del equipo titular. Considero que un futbolista de estas características, como Javier Pastore, que reciba el balón de los mediocampistas centrales, y se lo pueda entregar con precisión a Messi en tres cuartos de cancha –allí donde su desequilibrio produce más daño al adversario–, le aportaría otra dinámica de juego al seleccionado y a la vez potenciaría al delantero rosarino. Sólo resta esperar que, al son de las vuvuzelas, Maradona termine de comprender que, considerando la mediocridad generalizada de los demás equipos, está ante una posibilidad irrepetible de quedar una vez más en la historia grande del fútbol mundial. Y, para suerte suya, cuenta con el as de espadas bajo la manga.