Como ya he comentado en más de una ocasión “Ser jefe o responsable no es nada fácil” aunque como también suelo decir, uno no tiene la obligación de asumir la dirección de equipos de personas si no se ve capacitado o si por el contario no quiere asumir ese rol.
Ocupar un puesto de responsabilidad nos puede hacer cambiar si no asumimos el cambio de funciones con normalidad, sin dejar de ser como somos porque no tenemos que olvidar que antes que jefes, somos personas. Nuestra personalidad queda reflejada en las acciones que acometemos en nuestras funciones, órdenes, formas de solucionar conflictos, etc. Por ello, esas personas que al asumir un puesto se transforman dejan patente que, en el fondo, son así desde siempre y pero tenían esa faceta hibernando y es ahora, cuando la sacan a la luz.
La autoridad se puede ejercer de muchas formas y eso determinará el devenir de cada persona de esa organización. Lo que está claro es que los extremos nunca son buenos. Por un lado, tendríamos al jefe déspota, que pretende que se haga todo lo que él dice, independientemente de que sea o no adecuado, sin embargo, si las cosas salen mal, él nunca será el responsable y rodará la cabeza del que ejecutó la acción, aunque cumpliese órdenes. En el otro extremos, tenemos al responsable que está desaparecido en combate, es decir, delega todo lo que puede, aunque sean cosas nimias que deba hacer él y, de la misma forma, no resuelve nada porque piensa que las cosas se solucionan por si solas. Si le surge un problema en su equipo, no se decantará hacia ningún lado y mucho menos, podrá el orden y el sentido común necesario para que las cosas vuelvan al cauce correcto de cordura.
Lo correcto y más complicado es llegar al equilibrio entre estas dos posturas y ahora planteo una pregunta: ¿A cuántos responsables equilibrados conocéis? Personalmente, a menos de los que me gustaría.
Algunos responsables imitan conductas vistas en personas que ejercieron de jefes sobre ellos, sin embargo, debemos tener claro que lo vivido no tiene porque ser lo correcto. Todas las personas somos capaces de discernir qué comportamientos, conductas, decisiones y formas de gestión son las adecuadas. Otra cosa es que seamos capaces de ponerlas en práctica, a pesar de las dificultades que podamos encontrar en el camino.
Las personas que ejercen puestos de responsabilidad se pueden equivocan, como es lógico; la diferencia se encuentra en que reconozcan sus equivocaciones y aprendan de ellas. Nadie puede saber de todo y, por ello, un buen jefe se debe rodear de personas que le complementen y ayuden en aquellos múltiples asuntos que no controle y se cree un grupo de trabajo sólido.
Un jefe debe ser, ante todo, humilde porque tendrá que tomar muchas decisiones complicadas y, en más de una ocasión, tendrá que asesorarse sobre posibles vías de solución que le aporten las personas de su equipo. Lo que pasa que para lograr esto debe sembrar las semillas adecuadas en sus personas que les lleguen para involucrarse y que le vean como uno más. Para esto, lo primero es que la persona que ocupa puestos de responsabilidad sea uno más del equipo, haciendo lo que sea necesario para que las cosas salgan adelante.
En más de una ocasión la persona que es jefe debe plantarse y hacer cumplir unos mínimos para que las cosas vayan por el cauce adecuado. Tendrá que lidiar con situaciones límites en sus equipos de personas y deberá tomar la solución más correcta para el bien del equipo y de la organización. Un buen jefe no puede tomar una decisión de equipo y a los dos días, retractarse y permitir a determinados miembros del equipo saltarse lo decidido porque sí. En caso de hacerlo, debería ser extensible a todos los miembros y no solo con los que se lo solicitan.
Lograr el equilibrio es posible, aunque no todas las personas valen para ello. Cada vez son más precisos los jefes emocionales que sepan comprender y llegar a las demás personas y que de la misma forma sepan transmitir y hacer comprender sus decisiones y acciones a las personas de su organización. El jefe emocional es aquel que sabe ponerse en el lugar de los demás y que no duda en tomar las mejores vías de salida, aunque no sean las propuestas por ellos. El jefe emocional debe saber controlar sus emociones y si en más de una ocasión se deja llevar por ellas, no dudará en asumir sus consecuencias, por muy duras que puedan ser.
El jefe emocional es aquel que sabe comunicar y llegar a los demás sin necesidad de dar grandes discursos llenos de palabras grandiosas, carentes de sentido, contenido y realidad. Juega con la ventaja de convencer con las acciones que avalan sus decisiones. Es más de hacer que de decir. Sabe que los equipos de trabajo sobreviven con la interactuación, colaboración y ayuda de todos sus miembros. Los logros son de todos y en las decepciones, todos tienen responsabilidad, sin embargo, es el jefe emocional el que debe saber sobreponerse para mantenerlos a todos unidos. No olvidemos que las cosas siempre ocurren por algo y la forma de marcar la diferencia es la forma que tengamos de actuar frente a las adversidades.
¿Cuántos jefes emocionales conoces? ¿Qué competencias crees que son necesarias tener para ser un buen responsable emocional? ¿Cómo controláis vuestras emociones?