Mariano Rajoy se queja de que todos los partidos quieren derogar las leyes que aprobó en su primera legislatura pero él mismo se retracta cuando le promete al gobierno vasco retirar cuatro recursos ante el Tribunal Constitucional a cambio de que le aprueben los presupuestos de 2017.
La vigencia de esas cuentas es temporal y ajena al respeto que se le debe a la Constitución, base permanente de la convivencia.
Si incumplen realmente la Constitución las leyes vascas de Instituciones Locales, de Adicciones, de Iniciativa Legislativa Popular y de Víctimas de Abusos Policiales, ningún gobierno debe renunciar a recurrirlas, y menos a cambio del apoyo a los presupuestos de un año.
Para conseguirlo durante sus ocho años de gobierno, el ahora tronante y superpatriótico José María Aznar le fue cediendo a Jordi Pujol casi todo lo que cohesionaba a los ciudadanos españoles.
El mayor daño lo produjo al transferir sin control alguno del Estado la educación, gracias a la cual los nacionalistas crearon fábricas de separatistas, que enseñan ahora ya a los niños a odiar a otros españoles; sólo faltaría que Rajoy siguiera también, como parece, plegándose más y más.
Rajoy ha desmantelado ya su ley educativa, que con sus defectos era la menos mala de la democracia y se acercaba, con las reválidas, a las que rigen el centro y norte de Europa.
Sin estar en vigor totalmente, y sólo por conocerse sus objetivos, ayudó a que se mejoraran los resultados PISA de los estudiantes.
Caerá también la ley insultada como “mordaza”, mucho menos represiva que sus similares alemana o francesa.
Y necesaria, obsérvese la kale borroka renaciente en Navarra y Cataluña, más otras provocaciones de los antisistema, y pese a ello el PSOE, complaciente con algunas exigencias del neopodemita Pedro Sánchez, no quiere admitir que España está saliendo del pozo al que la tiró Zapatero con su torpe buenismo.
Y porque no van a apretarlo mucho no derogará la reforma laboral, que está dando un resultado espectacular.
Pero a la que hay que atacar desde la oposición como método de gimnasia política, no como combate de destrucción, no vaya a ser que volvamos a los seis millones de parados y, derrotado electoralmente Rajoy, haya que cargar con esa bomba atómica.
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SALAS